Formas de devenir monstruo

Monstruosa es aquella cosa que rompe con un supuesto orden natural. Es todo aquello que da miedo, pero que al mismo tiempo sorprende y despierta inevitablemente una atracción por ser distinto. Aleja pero también genera misterio y expectación. Lo monstruoso genera también respeto hacia lo desconocido. Es lo indeseable moral y políticamente, pero también lo que sabemos irremediable. Tarde o temprano lo monstruoso se asoma para dejarnos ver que ni la mejor vida organizada y civilizada puede evitar sus aberraciones, sus derrames, sus desbordes, sus brotes. Lo monstruoso se asocia con una tradición de lo mítico y lo místico como aquellos relatos que buscaban llenar los huecos de nuestro desconocimiento del mundo. Sin embargo, en una sociedad como la nuestra, en que se cree que conocemos al mundo cada vez más gracias a la ciencia y la tecnología, se ha vuelto también cada vez más difícil experimentar lo monstruoso. Nada nos da miedo ya. Pero eso no quiere decir que lo tengamos todo controlado; por el contrario, entre más creemos que dominamos el mundo, más se vuelve frágil este orden artificioso del progreso.

Los bohemios, los dadaístas, los pachucos, los punks y las drag queen buscaban ya desestabilizar de alguna manera a esta sociedad tendiente al aburrimiento y la homogeneidad. Pero no lo hacían solamente porque fueran unos rebeldes traviesos e inocentes, aun cuando eso pueda ser muchas veces el componente más fuerte. Lo que los colectivos mencionados hacían, puede ser tomado a la vez como una advertencia de que finalmente lo monstruoso siempre encontrará la forma de emerger. No importa cuán desarrollada esté una civilación, siempre tendrá sus espacios negros, sus sombras, su patio trasero. Foucault le llamó «los anormales», Freud le llamó «inconsciente», Preciado le nombró «multitudes queer». No importa.

Para nosotros lo monstruoso ha quedado reservado a la ciencia ficción, como si esto fuera algo que nos salva de enfrentarlo. Se toma como fantasía, como algo meramente aledaño a la «verdadera realidad» que siempre tiene un orden y que puede ser descubierto. Pero lo monstruoso acecha y nos seduce. Se inscribe en todos los niveles de la vida cotidiana, pasando por la política, el cuerpo y la economía. Hoy en día, habría que decirlo, más bien se pierde totalmente la barrera entre lo monstruoso y no monstruoso. Actualmente alguien puede tener una belleza monstruosa, otro puede desarrollar una inteligencia, una normalidad o incluso una moralidad monstruosa. Y la respuesta no está en huir de ello, sino en hacernos cargo de nuestra mosntruosidad: amarla, gozarla, maquillarla de distintos modos, abrazarla y padecer su cariño.

Hemos identificado el devenir monstruoso con cierto exceso: exceso del artificio y de la belleza, exceso de las capacidades y las potencias del hombre. Este exceso debe advertirse como un gesto que reorganiza nuestras actividades frente a lo inhóspito y lo impredecible; gesto histórico, por lo tanto, pues hay cierta monstruosidad que surge de los proyectos eugenetistas que pretenden ganar una cierta carrera contra la naturaleza y su propio devenir monstruoso. Es preciso entonces reorganizar este devenir monstruoso contra las apropiaciones que se le han querido hacer: apropiaciones que han querido estabilizar el hombre y la evolución; apropiaciones que, en sus mediaciones biotecnológicas, han establecido una división entre las vidas que importan y las que no –sean éstas las de animales, mujeres o individuos de otra raza y clase–. Reclamamos así un uso aleatorio y rizomático de los saberes para hacer frente a esa estabilización biopolítica de lo monstruoso. Se hace preciso entonces apelar a una comunidad cuyo principio sea el del anarquismo epistemológico para anidar una crítica policefálica: crítica que no reclama menos la filosofía que la biología o la informática, que reclama para su historia las voces que se han atrevido a franquear lo infranqueable. La escritura monstruosa es así una escritura autobiográfica que ha vivido en su carne propia la dilución de fronteras para erigir su crítica.

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