La destrucción del glamour

Es evidente que la mujer ha sido subyugada desde tiempos inmemoriales. Aunque hay varias versiones, ni siquiera sabemos cuándo situar el inicio de esta dominación. Distinto es el caso de los hombres, cuyo ejercicio de poder ha estado ligado a una forma más o menos constante. Sin embargo, antes de la Ilustración, hay que decirlo, la hombría no estaba aún perfectamente definida como hoy la conocemos. Con la era de la razón y el aniquilamiento del Rococó, vino también una depuración del modelo de hombre perfectamente diferenciado del lado glamuroso, y podríamos decir «femenino» del ser humano ya bien latente desde la curva praxiteliana. El dandi fue todavía un resago de aquella vanidad que pronto se perdería con la desobediencia sediciosa por un lado y por otro la hipocresía victoriana. A pesar de su rebeldía contra el orden de la razón y la moralidad, el dadaísmo y el punk fueron principalmente movimientos de hombres, de machos prominentes haciendo gala de su fuerza de destrucción y su poderío. Incluso el gesto excepcional de algunos casos como el travestismo duchampiano (Rros Sélavy) no era sino parte de esta muestra de poder y dominio, muestra de una autoseguridad. Con el punk, sin embargo, ya había un gran rasgo de transgresión del género y sobre todo de los roles normativos de la sociedad heteronormada. David Bowie, Alice Cooper y los New York Dolls dejaron sentadas las bases para que con el punk y el «hazlo tú mismo» se abriera la posibilidad de que uno se pudiera convertir en lo que fuera, desde un gato, un perro o un puercoespín, hasta un ser de otro planeta, un andrógino o un robot. Es importante considerar, en este sentido, que la exposición que tuvieron estas figuras rockeras era mucho más amplia que las transgresiones dadaístas, que casi 50 años antes aún permanecían en contextos más cerrados y con menos difusión. No eran figuras televisivas, para decirlo de algún modo. Klaus Nomi aceptó el riesgo de ser todo eso a la vez. GG Allin, Divine, Orlan y Genesis P-Orridge son las criaturas que han salido de este desenvolvimiento.

Sin embargo, ¿de dónde proviene esta fuerza transgresora? Ya habíamos dicho que figuras como la del dandi y el músico punk destruían la ley, pero tal cuestionamento implicaba todavía cierta afirmación masculina. En otras palabras, la masculinidad salía triunfante de la ecuación andrógina del punk y el dandismo. Pareciera que la ejecución de personajes andróginos oscila entre la aceleración y el freno, pues aún hay cierto vértigo que, en casos como el de David Bowie, impide llevar esa operación «hombre+mujer» al extremo. La destrucción del glamour parece respetar su nombre, pues el estruendo que produce es todavía refinado y elegante como las manos de Ziggy Stardust tocando la guitarra. Para una historia crítica de la mujer lo anterior no tiene menor relevancia toda vez que los roles de género son cuestionados para los hombres, pero quedan intactos para las mujeres.

Se pecaría de negligente si se leyera en lo anterior el cierre de la destrucción del glamour. Los nombres apenas citados nos muestran una posible fuga; pero aún hace falta otro esfuerzo para romper lo que actualmente es un lugar común en la destrucción del glam. Se nos ha enseñado que el género (y muy posiblemente la vida) es una cuestión de artificio, lo cual quiere decir que no hay esencias de hombre o mujer, sino que ambas cosas son producidas a partir de la conjunción de elementos contingentes y tangenciales. Por lo tanto, habría que llevar la lógica del artificio al extremo; es decir, habría que agudizar el artificio en un devenir-monstruo del hombre-mujer. En otras palabras, hay que multiplicar la fuerza del artificio de tal manera que se haga irreconocible con nosotros –lo cual no implica, por cierto, su identidad con respecto a nosotros–. El devenir-monstruo del que aquí hablamos tiene que ver más con La Agrado -personaje de Todo sobre mi madre– que con Bowie, pues dicho personaje lleva hasta el paroxismo la suma de lo artificial con la del hombre y la mujer; tal es el agrado de La Agrado que en su actuación nos invita a pensar que se trata efectivamente de una actriz transexual. La Agrado tiene un devenir-monstruo en donde la acción del artificio rompe con la voluntad y la intención, pues el artificio sin artificio de su actuación se superpone con su supuesta transexualidad en una antinomia inaprensible: ni mujer ni hombre, ni actriz ni persona, La Agrado solamente «agrada». La Agrado también conlleva a una destrucción del glam, y hay que tomar el genitivo en otro sentido que ”relativo a»; pues si La Agrado destruye el glamour, lo hace porque no se confunde con las antiguas figuras que aceleraban y frenaban su androginia sino que, por el contrario, La Agrado dinamita esa oscilación para movilizarla al extremo.

Recapitulando: la destrucción del glamour nos ha dado armas, pero insuficientes. Hoy tal vez hay que volver esas armas hacia el glamour mismo. Debemos prepararnos para los monstruos, y dicha vía posiblemente deba ser transitada por las mujeres que, de una u otra forma, no se ajustan a las expectativas de la homonorma ni la heteronorma.

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