Para Ang
El ser auténtico podría oponerse a la proyección como el blanco al negro, pues no habría nada que contravenga más la idea de una identidad que se mantenga apegada a ella misma como la de una identidad en trabajo de producción. En otras palabras, lo que distinguiría la autenticidad de la proyección como identidad sería una cuestión de “presencia”: mientras que la identidad auténtica está fija a sí misma, la proyección como trabajo de identidad no tendría claro qué es, sino que dejaría pendiente su realización en función de una meta; mientras que la autenticidad ya está al frente de dicha meta, la proyección ronda en la oscuridad de su ausencia. Así, no se es auténtico hasta que lo somos de manera efectiva, y cualquier momento anterior no tiene un valor sino preliminar para dicha autenticidad. Sin embargo, se hace preciso invocar aquí uno de los discursos más entretenidos sobre la autenticidad, el cual es recitado en la aclamada película Todo sobre mi madre; hablamos, pues, del discurso de La Agrado, una mujer transexual interpretada por la actriz española Antonia San Juan. En este monólogo, la actriz nos habla de una manera bastante peculiar de La Agrado: no se trata de un recorrido biográfico y exhaustivo sobre la vida de este personaje, sino que son ciertos detalles los que se ponen en relieve para explicarlo: se trata tanto de la razón de su nombre como de su autenticidad. La Agrado agrada, y es por ello que desde los primeros minutos de su monólogo no duda en dejar en claro que ésa es una de sus características principales. Ahora bien, la última parte de su discurso nos advierte de una autenticidad que no deja de resultarnos paradójica a simple vista, pues para hablar de ella, La Agrado expone todas las cirugías a las que se ha sometido: desde el rasgado de ojos hasta la silicona en los pechos, pasando por la operación de nariz hasta los implantes en la cadera, todo lo anterior no huele a otra cosa que artificio antes que autenticidad. La paradoja sobre la autenticidad de La Agrado descansa entonces sobre esta artificialidad que constituye su figura, pues si decíamos más arriba que la autenticidad consistía en ser de una buena vez, las prótesis y artificios que revisten el cuerpo de La Agrado no hacen otra cosa que posponer “el momento efectivo de la autenticidad”; en su lugar, tales artificios reemplazan y hacen como si el cuerpo de La Agrado estuviera en dicha meta. No habría autenticidad, sino proyección y simulación.
No obstante, La Agrado menciona en los últimos minutos de su discurso que “en estas cosas no hay que ser rácana, pues una es más auténtica cuando más se parece a lo que ha soñado de sí misma”, resistiendo así, tal vez, a la distinción entre autenticidad y proyección. Si estas últimas líneas de La Agrado ofrecen una resistencia a tal oposición, se debe a que reconocen un precio en la autenticidad, haciéndola así más auténtica que la autenticidad que se mantiene apegada a un determinado carácter. Expliquémonos: antes que la autenticidad y la proyección, hay decisión, la cual desborda las dos anteriores parejas anteriores, pues las condiciona sin oponerlas. El costo de la autenticidad por el que no hay que ser rácanos, esto es, la decisión por la que hay que arriesgarnos, conjuga tanto autenticidad como proyecto toda vez que no somos nosotros mismos mientras no nos propongamos una meta en la cual podamos reconocernos, reconocimiento para el cual se vuelve fundamental no apartarnos de la imagen que nos hemos propuesto. El monólogo de La Agradonos ofrece así una autenticidad que está en constante trabajo de producción, volviendo dicho trabajo una pieza imprescindible para lo auténtico. Las prótesis y los artificios adquieren aquí un papel secundario, pues no son otra cosa que medios para dicha autenticidad. Por lo anterior, no hay autenticidad que no esté en espera y en trabajo, siempre pendiente y reclamando su realización.
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