Como lo decía Lacan: «resulta muy inocente pensar que hay alguien espiando cada uno de nuestros actos y pensamientos, pero también resulta muy inocente pensar que no es así». Kurt Cobain también lo decía a su manera: «no porque seas un paranoico significa que no te vigilan». Todo eso es verdad, y, sin embargo, no es suficiente para dar cuenta de nuestra condición de vigilados; sobre todo cuando el rasgo más importante de lo que Foucault habría bautizado como «sociedad de la vigilancia» o «sociedad disciplinaria» (que es lo mismo) es precisamente el hecho de que la vigilancia está inscrita en el cuerpo. Se trata principalmente de una autovigilancia y luego ya todos los mecanismos implicados simplemente la perpetúan. Una vez entendido esto, antes que ir contra cualquier tipo de poder habría que ir «contra nosotros mismos» (diría Marcel Duchamp [la banda]).
Es verdad que resulta perverso tan sólo imaginarse a una clase de gente detrás de nuestras conversaciones y búsquedas de internet. ¿Quién terminaría siendo más dominado por el poder sino aquél que, creyendo que lo posee, acaba situándose a sí mismo detrás de estos mecanismos de espionaje y refugiándose en ellos obsesionadamente para que no se lo quiten? El poder pesa más a quien cree que lo tiene que a quien se siente dominado. El último al menos ya tiene resuelto quién es el enemigo, el primero en cambio tiene que desconfiar de todo el mundo. A pesar de eso, ponerse del lado de las víctimas tampoco es una respuesta muy inteligente. Es obvio que somos víctimas, como también es obvio que ejercemos el poder en algún momento, pues éste lo atraviesa todo (Foucault de nuevo). Pero no por eso vamos a quedarnos ahí. No tenemos nada que reclamarle a este supuesto poder, pues si entramos en su juego seguramente perderemos y eso es algo que debimos haber sabido desde el principio. Ya sea si juegas del lado del dominado o del dominador, de todas maneras fracasas: ley de la vida.
El reto no es escapar a la vigilancia sino hacer algo transgresivo ahí enfrente de las narices del supuesto poder sin que se dé cuenta, intentar que te premie incluso. Sobre todo cuando colocarte de cualquiera de los dos lados del poder ya conlleva una cierta hipocresía social compartida, el desafío no puede quedarse solamente en un sólo sentido. Es decir, sobre todo en un país como el nuestro, sabemos que ya sea si tomas partido por unos o por los otros, de todos modos ya formas parte de una cierta mafia, grupillo o élite, con sus propios cánones, normas, roles, explícitos e implícitos. Es verdad que nos están matando, no lo vamos a negar y es necesario hacerlo evidente. Es verdad que nos están humillando. Es innegable que estamos en una guerra declarada de los unos contra los otros. Pero no hay que quedarnos sólo ahí. El problema aquí es que no sabemos exactamente dónde empieza el territorio de unos y acaba el de los otros (o nosotros). Todo el tiempo podemos estar sirviendo a quienes menos lo deseamos. Defender la veracidad, la transparencia o simplemente la «verdad», puede ser ya un engaño o un cierto tipo de manipulación para determinados fines. Este mismo texto podría ser interpretado como un sirviente de alguna cúpula del poder. Y sin embargo no: el llamado aquí es muy claro y es hacia la transgresión, como puedas, como quieras, y sobre todo empezando por uno mismo.
¿Cuál sería entonces el valor de este tipo de transgresión en un contexto como éste? Tan sólo el de la creación, que, nos atrevemos a decir: no es poca cosa. Si uno logra perpetrar una transgresión que perdure, que tenga efectos, que se contagie, se propague incluso, que se vuelva como un virus, entonces puede que emerja la posibilidad de un otro mundo, y de hecho sólo así se puede. Pero para realizar algo como esto es necesario utilizar el poder; es decir, ejercerlo haciéndose cargo de sus medios y su lenguaje, no tratar de huir de ellos pues de entrada eso es imposible. Este tipo de transgresión no solamente echa abajo a un enemigo, sino que echa abajo cualquier oposición entre dos o más militancias e incluso cualquier tipo de objetivo predeterminado. No se trata de transgredir para obtener algo en beneficio propio, pues, una vez más, contra el primero que hay que ir contra uno mismo. Se trata de exponer la falta de suelo de todo tipo de posición o postura ideológica, puesto que una vez que hemos dado cuenta de las redes del poder, cualquier postura es ya impostura. Visto así, en determinado momento seguir las reglas puede resultar el acto más transgresivo que cualquier otro y la vigilancia entonces no sólo es algo menor, incluso podría ser un instrumento: que nos vigilen, y cuanto más lo hagan mejor, pues sólo verán su reflejo, nosotros ya estamos en otro lado.