Los mutantes, contrario a lo que generalmente se plantea en cierta ciencia ficción, probablemente no sean en el futuro aquellos que desarrollaron capacidades sobrehumanas gracias a una desviación de la evolución de la tecnología, ya sea ésta mecánica, biológica o psicológica. Más bien, serían sujetos que, al revés, se quedaron sin gozar de alguno de estos avances o se quedaron estancados en ciertas capacidades que pertenecían a otro tiempo pasado, es decir, a sociedades que tenían otro tipo de exigencias ahora extintas.
La diferencia entre estas dos formas de concebir al mutante (que en otro lado hamos llamado monstruosidad) es fundamental porque conlleva toda una filosofía de la tecnología. Puede cambiar de dirección entre la búsqueda de la hiperevolución hacia la involución o al menos la estatización. Puede dar un vuelco a toda la concepción de la historia también, pues llevaría a la comprensión clara y distinta de que en la narración progresista del devenir humano ningún avance o mutación desarrollista de la tecnología puede quedar fuera del sistema. Es decir, no se le llama «mutante» o «monstruo» a algo que tarde o temprano va a ser asimilado o integrado al relato evolucionista. Y no hay ningún desarrollo tecnológico que no esté buscando un mejor funcionamiento dentro del sistema. Lo único que se le podría oponer en todo caso a esa voluntad de progreso sería una voluntad de negación (aberraciones modernostáticas).
Paradójicamente, es verdad, aquella voluntad autista tampoco surgiría de la nada. Es decir, también buscaría una cierta forma de adaptación. Sin embargo, de lo que quizá podría salvar a algunos esta concepción del mutante sería de la atadura que supone el estar siempre al tanto de todo y desear incluso ir más allá, hacia el futuro. Rompería con esa concepción del tiempo lineal y unitario. Hendiría un abismo, un hoyo negro en la teoría de la evolución que podría bien acabar con todo intento de teleología. Abriría la posibilidad de infinitos tiempos, parásitos del tiempo hegemónico si se quiere ver así, pero finalmente un refugio para inadaptados y una lección para la historia universal y los que creen participar de ella: no siempre se puede ir hacia adelante y, sobre todo, llegará un momento en el que todo se detenga y caiga.
Dos lecciones últimas: 1) la creación no tiene ley, no hay forma de predecirla, no hay manera de controlarla ni de saber cuándo uno está yendo hacia adelante o hacia atrás. La monstruosidad encuentra sus modos de irrumpir siempre y no hay quien pueda predecirlo ni colocarse consciente y voluntariamente en la punta del progreso. Por ello, buscarlo se vuelve algo estúpido. Éste sucede de todas maneras. 2) Tampoco la respuesta inversa es garantía. Quedarse estático en un estadio pasado como un necio conlleva el riesgo de ser arrasado por la marea de la invención que siempre mira hacia adelante. Encapsularse en medio de la ola puede también traer la asfixia, el autoengaño, el suicidio. Todos estamos lanzados a la misma situación, no nos queda más que hacer apuestas.