Hay momentos en la vida de las sociedades occidentales en que se transforman las sensibilidades a nivel masivo. Este es el fenómeno de la moda. Como ya lo hemos dicho antes, la moda no tiene nada de desdeñable. Al contrario, configura subjetividades e historias para el porvenir. Las modas pueden ser largas o cortas, así como abarcar territorios amplios o pequeños, una moda puede incluir otras modas o ser incluida en varias otras. Una moda siempre lleva a otras modas, ya sea por efecto de continuidad o de contraste, de expansión o reducción, de apropiación o desapropiación, etc. Una de las características más importantes de la moda es que siempre conlleva también la participación de algunos actores principales, quienes en muchos casos no son conscientes de que forman parte de una moda. Se podría decir incluso que la fuerza de la moda depende de que algunxs de sus participantes no se den cuenta de que ellxs son simplemente el producto de una serie de condiciones de todo tipo que les han llevado a, de un momento a otro, estar de moda o en la moda. La moda, por lo tanto, tiende a alimentarse de los espíritus jóvenes. Ofrece fama, fortuna, o por lo menos un poco de popularidad local, a cambio de entregar los mejores años y energías para nutrirla. Y, sin embargo, como fenómeno pasajero, la moda es también siempre ingrata. Nunca le es suficiente el esfuerzo que exige y desecha fácilmente a los agentes que le dieron vida y fuerza. Por su parte, la ingenuidad de quienes más fuertemente la sostienen, les lleva a la evasión de su realidad, creyendo que los beneficios obtenidos por estar de moda se deben a sus propios esfuerzos personales, en todo caso la suerte, y algunos de lxs más inocentes llegan a creer que se debe a su talento o genio individual.
Las modas y la participación en ellas son fenómenos que están al mismo nivel de misticismo que los milagros. No se trata solamente de que una buena idea se propague por su misma fuerza de innovación. No se trata de una cuestión de azar solamente tampoco. Evidentemente todo tipo de teorías conspiracionistas podrían surgir a partir del fenómeno de la moda, por ejemplo, atribuirlo todo a los mercados globales, o a los políticos, o al tan llamado «espíritu de la época». Sin embargo, cualquiera de estas explicaciones resulta simplona o incompleta a la hora de enfrentar la moda en todas sus dimensiones. No es posible que todxs estemos tan manipuladxs como para que nuestras elecciones más íntimas sean producto de una mente maestra que lo controla todo. Y en todo caso, si así fuera, ¿quién sería esa o esas mentes maestras? ¿no serían en última instancia aquellxs que supuestamente manipulan a lxs otrxs las víctimas más sometidas por la moda? Es verdad, se trata de una gran cantidad de factores que van desde lo político, lo económico e incluso lo geográfico y ambiental a nivel global, hasta lo familiar y lo psicológico, así como lo afectivo y la convenciencia en las relaciones interpersonales. Pero todos estos factores se unen en un momento determinado, aunque inaprehensible e incalculable, para que algo se ponga de moda. Nadie sabe cómo sucede exactamente, pero de pronto una gran masa de gente comienza a interesarse por los mismos temas y a comportarse de forma muy semejante sin siquiera conocerse entre sí. Lo más que se puede hacer es aprovechar el momento para beneficiarse de ello, tratar de fomentar o dirigir las tendencias hacia nuestros propios intereses; o bien vivir en la amargura perpetua esperando ver caer a quienes participan de la moda en cuestión.
«Tal vez no es que todo en esta vida sea sólo una moda, sino que todo se comporta como moda», decía Gustavo Cruz, filósofo miembro del colectivo Biquini Wax EPS, en una charla informal. Y es que la actual moda el arte contemporáneo en México sería posible de ser enmarcada dentro de otra moda más amplia que ya se había vaticinado desde la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM unos años atrás. Se trata de la moda del pensamiento. El arte contemporáneo entonces, al compartir con la filosofía una ambigüedad ontológica, escapando cada vez a su propia definición, tiende a unirse con la esfera de lo trascendental al mismo tiempo que juega todo el tiempo con sus implicaciones desde la inmanencia. Las fronteras entre lo material y lo inmaterial se borran. Lxs artistas contemporánexs se aprovechan entonces de que en este momento el arte puede hacer lo que quiera, es decir, no hay formato definido, no hay medio único, no hay modelos.
Es verdad que las tantas exposiciones de arte contemporáneo actualmente en la Ciudad de México podría ser que intenten legitimar un discurso, responder ante una ansiedad por hacer historia, en todo caso, puede que quieran incluso hacer corte y marcar línea. Los que no entraron ya no entraron. Pero siempre existe la posibilidad de subvertir estos relatos, por supuesto, y nadie ha dicho que la historia de esta moda ha terminado. En última instancia, se trataría de un discurso desde el poder, o las “mafias de poder” (como siempre), que sin embargo permite cosas. Recoger una tradición norteamericana de la galería (llegando tarde una vez más, unos 50 años en esta ocasión) ha permitido que cualquier cosa o acción entre al debate. Y eso es algo que hay que agradecer. Lo importante, sin embargo, es que lo que se está piratenado en esta ocasión son las ideas. Sólo la filosofía y el psicoanálisis son saberes que van contra sí mismos (ya ahondaremos en esto en un próximo texto), el arte, en este caso, va contra sí mismo en el arte conceptual, pues ya no trabaja la materia, sino la idea.
Todxs sabemos que el arte contemporáneo es un gran fraude, pero (no caigamos en obviedades avelinolesperianas) afortunadamente desde Duchamp y los Sex pistols también sabemos que el adjetivo de “fraudulento” no significa ni tiene por qué significar algo despreciable en el arte, incluso al contrario. Lxs artistas más fraudulentos quizá sean los que mejor logran representar una época como la nuestra. El arte es el último resquicio de la producción capitalista de mercancías. Cuando todas las mercancías han sido agotadas y ya se han vuelto incapaces de darle sentido a la vida en las sociedades occidentales, entonces viene el arte contemporáneo como forma de regresárselo, pudiendo éste utilizar todo lo que esté a su alcance. Tal vez con este giro de la moda del arte contemporáneo por fin se logre lo que durante el siglo XX fue el sueño de toda corriente artística, fundir el arte con la vida. Ahora bien, después del giro conceptual, el arte contemporáneo es lo último antes de dar un paso más donde será el puro pensamiento lo que se ponga a la venta.
La Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM hasta hace unas décadas estaba llena de gente que quería ser literata, pero que al no atreverse se quedaron en el pensamiento sobre la literatura. Hoy en día está llena de gente que quería ser artista (entre ellxs, varixs miembrxs de PostFilia por cierto). Por lo tanto, ha tendido a crecer también el pensamiento sobre el arte. Como idea y como práctica, el arte contemporáneo se ha vuelto un tema recurrente. Bajo todo tipo de justificaciones, cada vez es más fácil hacerse pasar por artista contemporánex. Y esto no es un reclamo o denuncia, sino un motivo de alegría. Si contamos con que la moda siempre se sale de las manos de aquellxs que intentan controlarla o dominarla, es posible que en esta apertura que vivimos hacia la moda del arte contemporáneo en México aún haya cabida para muchxs apropiacionistas o agentes externos y hasta expropiacionistas de las esferas culturales que jamás han pertenecido a todxs.
El problema con las artes anteriores fue que en un momento llegó a haber más artistas que público para ellas (así pasó con la literatura, luego con la pintura y por último con la música, pero eso lo tratamos en otro texto). Si bien todas necesitan un momento de expansión que les da fuerza en el que fundamentalmente se necesita no talento ni originalidad, sino principalmente que sea un buen negocio, más tarde cuando todo el mundo se da cuenta de las posibilidades económicas que puede traer dedicarse a un arte, entonces comienza a morir. Eso es justo lo que está sucediendo en este momento en la escena de arte contemporáneo en México. En conclusión, afortunadamente la moda del arte contemporáneo en nuestro territorio, como síntoma de su condición moribunda, nos permite no solamente tomar distancia crítica, sino sobre todo, comenzar a ver más allá de ella a partir de uno de sus rasgos estructurales inéditos: el pensamiento.
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