Cuando la moda nos alcance

Hay que aprender mucho de la moda todavía. Que la moda nos alcance puede ser tomado de varias maneras, al menos en primera instancia en dos: como algo esperado y deseable o como algo triste y desagradable.

Desde el primer punto de vista, estar de moda o estar a la moda siempre es algo deseado, nadie puede quejarse de estar en la moda, ser parte de ella, vivirla, gozarla, llevarla al máximo. La moda, en ese sentido, puede ser un delirio, un frenesí sin límites. La moda, cuando nos alcanza de esta manera, se vive como un lujo, un bacanal, una orgía, no queda de otra más que sentirse bien en ella. La moda es lo que más buscamos y fuera de ella incluso se puede decir que nada tiene sentido. Fuera de la moda están los aburridos, los olvidados, los anticuados o los necios. La moda se vuelve de pronto una medida de la vida, pues gracias a ella podemos saber quienes están realmente vivos, quienes comparten con nosotros el momento y la felicidad de estar presentes en este mundo, en este espacio, en este segundo. La moda, desde este primer punto de vista, es lo máximo a lo que podemos aspirar en esta vida, es lo fantástico hecho realidad, es una utopía incluso. Quien está de moda se encuentra dentro de un mundo privilegiado donde los frutos caen de los árboles y el placer está al alcance de las manos todo el tiempo. La moda es el paraíso.

Desde el segundo punto de vista, la moda es siempre algo absurdo, superficial, tonto. Es aquello que les pertenece solamente a quienes no han encontrado el verdadero sentido de su existencia, pertenece a los jóvenes, a los inexpertos, a los ignorantes de la realidades más altas. La moda es algo siempre pasajero, efímero. Sólo aquellos que no logran ver más allá de las tendencias temporales se quedan aprehendidos por ella. La moda, entonces, pertenece a aquellos pobres de espíritu, a los de mentalidad básica y primitiva. Todos los insultos posibles podrían ser dirigidos hacia los que siguen ciegamente las modas. Se vuelve de pronto incluso algo triste, debido a que la moda nos recuerda la baja inteligencia de las masas; y algo desagradable, pues los seguidores de una moda pueden estar en cualquier lugar, ocupan todos los espacios, hacen el mayor ruido posible tratando de llamar la atención y sin saber ni siquiera el motivo, lo hacen sólo porque esta de moda. Y entonces llega el hartazgo ante la moda. Y se llega a rechazar cualquier cosa que esté cercana a ella. Incluso se puede convertir en un indicador: cuando algo está de moda, entonces ha perdido toda su esencia.

A pesar de la oposición fundamental entre los dos enfoques presentados anteriormente, es necesario señalar que ambos están siempre latentes cuando se habla de la moda, como si fueran las dos caras de una misma moneda. Aquellos que gozan de la moda, al mismo tiempo saben que algún día esta moda terminará, así como también terminará su juventud y su vida. La mayoría trata de aferrarse a la moda, pero saben que un día el sueño terminará y no solamente van a tener que abandonar alguna moda en específico, sino que el mismo hecho de seguir tratando de estar siempre a la moda no va a servir para otra cosa sino para dejarlos en ridículo, pues la moda es también cruel, incluso sádica. A quien ya no está en edad de seguir las modas se le excluye, se le humilla. Nadie quiere caer en este punto y para evitarlo puedes abandonar todo intento de estar a la moda antes de que sea demasiado tarde o bien puedes también obstinarte a ver hasta dónde alcanza el cuerpo o la mente. De cualquier manera, eso es verdad, pase lo que pase, el consuelo desde este lugar, es que nadie puede arrebatarte el momento glorioso en que estuviste de moda, a la moda o en la moda.

Del otro lado, los detractores de la moda tienen que aceptar también que fuera de la moda la vida es aburrida y frustrante. Estos opositores de la moda en el fondo también desearían que su modo de ver la vida un día se pusiera de moda. Se podría decir que son incluso los más obsesionados con la moda, pues buscan una moda mucho más grande. No se apegan a algo pasajero, tratan de enseñar a los demás que hay algo más alto y más valioso. Si un día esto que ellos predican se volviera moda sería una cosa grandiosa. El gran momento esperado de la humanidad sería aquel en que la moda pasa por fin de moda y entonces nos vemos enfrentados con las verdades más profundas. Ser oponente de la moda no solo quiere decir estar abandonado por ella, sino luchar activamente contra ella, resistir en un lugar de refugio contra lo pasajero, esperando que un día la moda del momento pase y se olvide, esperando que un día todo ese teatro se debilite y caiga. Entonces emergerá la verdad. Pasen las modas que tengan que pasar y duren lo que tengan que durar, desde este punto de vista, habrá valido siempre la pena resistir al llamado de la moda, pues se ha erigido un cuartel del cual nadie puede sacarnos.

Pero he aquí que estas dos perspectivas no lo dicen todo. La combinación de ambos enfoques nos daría una visión trágica: la moda nos muestra nuestro destino; y en tiempos como los que nos toca vivir actualmente, hay que aceptarlo, la moda puede que sea nuestro único destino. Por un lado, todos hemos sido alguna vez víctimas de la moda alguna vez. Hemos caído en sus encantos, hemos gozado de sus frutos. Aprendimos de la moda al menos en dos sentidos: 1) no es fácil estar de moda o a la moda; y 2) no es fácil abandonar la moda cuando ésta se acaba. Las modas por las que hemos pasado nos atraviesan y se convierten en parte de nosotros hasta la muerte. Las modas pasadas siempre llevan algo de orgullo y algo de arrepentimiento a la vez; algo de nostalgia pero algo de vergüenza también. Componen nuestra historia de vida, queramos o no. No vale de nada negarlas, más vale saber que hacer con ellas en la actualidad. Por otro lado, la moda puede que no esté tampoco en el presente, pero al menos potencialmente está siempre en el futuro esperándonos. Es posible que un día a todos nos termine por alcanzar la moda. Nadie puede escapar a esto. Y la moda se convierte entonces en una amenaza, pero una promesa a la vez. Cuando todas las modas caen, el último reducto que nos queda es estar conscientes de la moda: saber que va a acabar y aún así buscarla y regodearse en ella mientras dura. Al ser conscientes de que finalmente la fuerza y dinámica de la moda son inevitables, lo menos que podemos hacer es estar preparados.

En conclusión, habría que empezar a ver la moda como condición ontológica. Más aún, puede que la moda sea una figura más de lo que algunos filósofos empiezan a llamar «ontología del accidente»: la moda consiste siempre en una serie de discontinuidades que perturban el curso de una tendencia, de una temporada. Y no hay tendencia única jamás. La historia de la humanidad puede ser vista no de otra forma sino como una sucesión de distintas modas. Nada es permanente. Todo es perecedero. No existe el conocimiento de la realidad, ni ninguna verdad o forma de vida que nos vaya a llevar más allá de la moda actual. Todavía más: puede que en la moda se manifieste una auténtica fuerza negativa, destructiva, sin posibilidad alguna de síntesis ni redención. La moda nos recuerda aquella frase básica nietzscheana: «todo es digno de perecer». Es verdad que, paradójicamente, la llamada «ontología del accidente», Nietzsche y la filosofía misma, un día van a pasar de moda también. Sin embargo, esta comprensión de la vida como moda puede al menos abrirnos el panorama para pensar que hay niveles de la moda en muchos sentidos: hay modas más alegres que otras, hay algunas más duraderas o más inclusivas, hay algunas más abiertas; en cambio hay otras muy opresivas, tristes, sanguinarias, excluyentes, etc. Hay unas que murieron hace mucho tiempo, otras actuales y otras que están por venir. Sin que forzosamente haya un juicio acerca de cual de todas estas opciones de moda es mejor que las otras, por lo mínimo, se abre la posibilidad a esta decisión existencial: tratar de elegir en cual moda nos enrolamos ahora mismo.

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