Las acepciones que encontramos en la RAE cuando buscamos la palabra «mafia» están vinculadas directamente a organizaciones criminales, cuya actividad se encuentra en los límites de la legalidad. Las leyes, en cada nación, son relativas, y con base en eso se determinará qué es una organización criminal y qué no. Como sabemos, la historia del arte, como cualquier otra, no se puede explicar sin el espolio y el hurto. Actualmente, el reclamo por parte de diversas naciones, a través de sus museos, demanda, con mayor constancia, el regreso de diversas obras que, en algún momento de la historia, fueron robadas o saqueadas. En este sentido, el arte es una mafia.
Pero la relación no queda ahí. Como toda organización (asociación de individuos que persiguen algún fin), el mundo del arte tiene sus propias reglas, sus propios jugadores, sus propias normas y, sobre todo, sus procesos de iniciación. Todo esto suele ser llamado sistema del arte, que involucra todo el universo de relaciones que establecen lo que denominamos arte. Este sistema, como todo organismo social, se modifica históricamente, regulándose para su supervivencia. Sus jugadores igual: entran, dejan rastro y, por último, mueren. Sin embargo, decíamos que el arte es una mafia porque sus procesos de iniciación no suelen ser escrupulosos.
Hemos escuchado, con verdad, que cualquier ser humano es capaz de hacer arte. Es decir, que la producción artística no está reservada a algunos sujetos especiales. No. Gracias a la herencia teórica del sistema arte del último siglo, podemos considerar que el hacer artístico no es ajeno a los individuos. Sin embargo, esto no quiere decir que todos tenemos acceso o entrada a ese sistema arte, lo que implica una perversa intención: declarar, como máxima, que todos somos capaces de hacer arte; pero limitar, en lo práctico, el acceso a este ambiente cultural y económico. Y es que la esfera del arte, digámoslo de una vez, siempre ha sido elitista. Alguna vez esta élite estuvo compuesta por clérigos y gobernantes, otras veces por banqueros y burgueses. Todos ellos, las cabezas poderosas de sus tiempos (las mafias) permitían y estimulaban la existencia del sistema arte. Quienes accedían a él, habían vencido sus respectivas pruebas, y se habían hecho merecedores de dicha complicidad.
Los filtros anteriores estaban cimentados principalmente sobre la técnica, pero la circulación del arte contemporáneo se basa en otras dinámicas. Esto es debido a que la técnica contemporánea, plasmada en las tecnologías con que interactuamos todos los días, ha rebasado por mucho las posibilidades de virtuosismo de los individuos concretos. Así, para demostrar y mantener viva la capacidad de creación subjetiva, el arte tuvo que pasar del trabajo material a lo abstracto, dando como resultado primero el arte conceptual y después el arte contemporáneo que abarca tanto todas las técnicas como todas las abstracciones posibles. La mafia del mundo del arte se sostiene actualmente sobre una tendencia a naturalizar la existencia de un ámbito específico de producción de fetiches que, más que ser un mero agregado, se constituye como el objeto mismo. Este ámbito es el del arte. Y es que el concepto de arte designa la esfera que Occidente ha reservado para mantener viva la idea de que aún es posible la creación, no importa si es material o conceptual, y de que vale la pena seguir vivos a pesar de que nuestro porvenir no puede verse sino como catastrófico. El capital, y sobre todo en tiempos de una economía especulativa, se vale de ello para exponenciar las apuestas de lo que esto podría significar.
Por su parte, la idea “romántica” del arte, como aquella esfera de la vida que le da sentido a la misma en su totalidad, no se trata solamente de una nostalgia del siglo XIX o el resultado de un puñado de bohemios ebrios o narcotizados. Tampoco es únicamente el motor perfecto que el sistema capitalista ha inventado para la generación constante de nuevas mercancías a partir de la asignación arbitraria de plusvalores cada vez más abstractos. Se trata de una concepción que se encuentra en la médula de la organización cosmológica occidental. De acuerdo a como fue sistematizada la estructura del pensamiento de nuestra civilización, al menos desde Kant, el juicio de lo bello, a diferencia de todos los otros, tiene como fin último la facultad de orientar nuestras acciones a partir de un sentido común perdido que no puede ser evocado sino por medio del gusto. El arte es, dentro del dominio de lo humano, la única vía de acceso directo a un orden que va más allá de nuestras limitadas capacidades de comprensión del mundo.
En otros términos: no es fácil romper con la idea del arte como salvación y soporte de todo lo existente, pues para hacerlo sería necesario acabar también con nuestra concepción de hechos y descubrimientos científicos, así como las leyes morales y constitucionales, por lo menos. Mientras sigan prevaleciendo aquellas concepciones de lo verdadero y lo bueno, quedará reservado para la esfera de lo bello el privilegio de servir como cimiento espiritual, configurada como una especie de fe ciega en lOs artistas que tienen el encargo de guiarnos hacia algo más allá de la neutralidad del conocimiento y la correcta funcionalidad del aparato social. De hecho, entre más quede olvidada esta idea moderna del arte al interior de una profesionalización de éste como un campo de trabajo más dentro de la economía contemporánea, más se refuerzan todos los demás regímenes que sostienen la realidad actual. Lxs artistas y curadorxs que no se preguntan por estas cosas, participan, sin saberlo, de la perpetuación de valores clasistas, racistas y patriarcales, cuando menos. En pocas palabras, no necesitamos artistas que simplemente cumplan con su trabajo. Incluso estOs son nuestrOs mayores enemigOs. Si no se hace arte como una apuesta total de vida es mejor no intentar hacerlo siquiera pues se está yendo incluso en contra de la vida misma.
Con base en todo lo anterior, podemos tranquilamente decir que es verdad que el mundo del arte es una mafia. Todxs lo sabemos, pero precisamente en la lucha por rescatar la noción de arte de este secuestro por parte de ciertas clases es que se sitúa también la posibilidad de transformación más radical. No es una idealización absurda. Al contrario, es una batalla que se libra segundo a segundo y cuerpo a cuerpo, cada vez que consideramos nuestro hacer en el mundo como una cosa que no es arte y que sólo puede serlo si es avalado como tal por alguien más. El concepto de arte, más allá de la mafia que lo ha adoptado como bandera, designa en todo caso justamente estas tensiones: esa línea indistinguible entre lo que es y no es arte, así como quiénes tienen derecho a nombrarlo como tal.