LAS RATAS MIRAN POR LA VENTANA. Hacia un enraizamiento anárquico II – Alfredo Bojórquez

Después de una década de experiencia militante, Guadalupe Rivera sacó, en su propio sello editorial, una crítica bajo el título ¡Escucha anarquista! Despensando el anarquismo desde el tercer mundo (2017) – una continuación de Apuntes para una ética libertaria (2009)–. El zine antologa prólogos y comentarios. El primero, “El anarquismo como nacionalidad” es un ajuste de cuentas al programa de lecturas del Taller de Estudios Libertarios de la ENAH que se llevó a cabo hace unos cinco años. Este texto es un diálogo con lo que él propone.

1. Contradicción nacional

A Rivera le parte el corazón que todos los autores que sus compañeros se proponían leer en la ENAH fueran hombres del norte global. Él esperaba que se abarcaran autores subalternos y anarquismos del sur; algo más sofisticado y menos rígido que el programa. Por eso baja del pedestal al anarquismo y a sus amigos: señala que es un movimiento profundamente patriarcal, eurocéntrico y autocomplaciente. Empieza criticando al padre: Ricardo Flores Magón, además de macho (homofóbico) lo adjetiva de coco: “es moreno por fuera es blanco por dentro”.

El nacionalismo anarquista opera con una entidad colonizante, chovinista, patriarcal, racional, direccionada espacial y temporalmente desde el siglo XIX europeo hacia los rincones en donde la industrialización fue arribando y no al revés. Desde Occidente hacia No-Occidente, desde lo Blanco hacia lo no-Blanco, desde lo Racional a lo no-Racional, desde lo Macho hacia lo no-Macho.

El anarquismo suele ser una rata de ciudad que come las migajas de la revolución industrial y las caga en torno a los rieles de los trenes que construyeron los obreros radicales en todo el mundo después de tomar café aguado entre periódicos sindicalistas enmohecidos; la rata, vestida de traje o con playeras de bandas punk, ha tenido una dirección clara que revive cada tanto en tendencias anárquicas de EstadosunidosEuropa. La balacera argumental de Rivera da en el blanco, estoy de acuerdo con él.

Al tener un rumbo, el movimiento que juzga también tiene una inercia, una pulsión de vida. Cada tanto se le da por muerto: se ven sus huellas ahí en los rincones, pero el roedor vuelve a aparecer entre los papeles manoseados de gente precaria de grandes ciudades. Inmune a lo que mató a sus antepasados, vuelve a parasitar, se reinventa una y otra vez, de maneras más confusas, más no desaparece. El anarquismo es una versión radical de la ilustración que avanza un paso por cada metro que pavimenta el Capital y el Estado. Al notar esto el autor mexicano nos acerca a Fredy Perlman.

Perlman fue un anarquista checoslovaco que vivió toda su vida en Estados Unidos. Tradujo al inglés La sociedad del espectáculo de Guy Debord y, para mí es el pensador, con Jacques Camatte, que conecta la primera mitad del siglo XX con el despunte anárquico del siglo XXI, empujado por el el nihilismo finisecular. Los padres del llamado primitivismo.

Los anarquistas son tan variados como los seres humanos. Hay anarquistas gubernamentales y comerciales así como unos pocos a contratar. Algunos anarquistas se diferencian de los marxistas simplemente en el hecho de estar menos informados. Suplantarían al Estado por una red de centros informáticos, fábricas y minas coordinadas «por los propios trabajadores» o por un sindicato anarquista. Y no llamarían a esta organización Estado. El cambio de nombre exorcizaría la bestia. 

El ratón tiene caras ingenuas, se pierde en sí mismo frente al fantasma del Estado. Si tratamos de situarnos, veremos que dentro del nacionalismo anarquista que señala Rivera, en nuestro contexto también cabrían los anarcos gubernamentales y comerciales que especifica Perlman. Desde la Casa del Hijo del Ahuizote, hasta los salones de historia de la UNAM y la ENAH, pasando por el Foro Alicia, hay tendencias anárquicas que exorcizan la bestia del Estado recibiendo directa o indirectamente apoyos del mismo para ejecutar una agenda. Lo fácil sería cancelarlos por caer en una contradiccón.

Ellos son los herederos de la Casa del Obrero Mundial. Ellos, y otros, han organizado exposiciones sobre anarquismo en museos públicos; abren negocios alternativos, neocapitalistas, con consignas y símbolos ácratas; por otro lado, también hay movimientos ciudadanistas, como Ayuda Mutua, que parten de conceptos fundamentales del anarquismo pero aplicados en una versión flexible, caratitva, que emergió exclusivamente para enfrentar la crisis del Covid. Yo, como Perlman, no creo que ellos sean más o menos anarquistas que los demás. De hecho creo que siempre ha existido gente con contradicciones que vive bastante tranquila. Me alegra que no sientan culpa ni sean presas del radicalómetro.

Tampoco pretendo caer en una posición liberal de proponer que todos pueden ser anarquistas siempre y cuando no trabajen en McDonalds, el gobierno, no coman carne, anden en bici, rompan cosas en las marchas, grafitéen y no falten a sus grupos de deconstrucción. Eso significaría ver el anarquismo como estilo de vida, perfectamente compatible con nuestras circunstancias, que hace la vista ciega al problema colectivo al creer que sus actos individuales son los que marcan el cambio a seguir, un nuevo manual de modales inconscientemente abocado a promover el consumismo siempre y cuando sea de bicicletas, veganismo, directo de los agricultores o el artesanado blanqueado al estilo hazlo tu mismo (serigrafía, cosméticos, autopublicación, por dar unos ejemplos). Me pregunto, como Cusicanqui:

¿Por qué tenemos que hacer de toda contradicción una disyuntiva paralizante? ¿Por qué tenemos que enfrentarla como una oposición irreductible? O esto o lo otro. En los hechos estamos caminando por un terreno donde ambas cosas se entreveran y no es necesario optar a rajatabla por lo uno o lo otro.

Esa contradicción suele presentarse en términos coloniales: una búsqueda paranoica de la pureza, ¿cómo puedo ser anarquista si tomo Coca Cola, si colaboro con el narco consumiendo tal droga, recibo tal beca o fondo, y tengo un smartphone? Todos los anarquistas viven, siempre, dentro del Capital y el Estado, no hay una afuera de él. Ni en los sueños punk más románticos de escapar a la naturaleza, sobre ruedas, y vivir en una comuna o una okupa, lejos de la civilización. Nuestros antecesores aprendieron a habitar la contradicción sin salir huyendo y para eso, nosotros tendríamos que trabajar a fondo nuestra salud mental y reducir la sensación de culpa que nos tiene dominados. No creo en el se vale todo, pero tampoco seré el policía que decide hasta donde es válido posicionarse. Esa es tarea de cada caso, esa medida se construye en cada espejo y cada vínculo radical.

Me parece que hoy en día, así como hay anarquistas de izquierda promoviendo a Morena, también los hay que apoyan el zapatismo. No se ha perdido en México ni el anarquismo gobiernista ni el que apoya al campo, ni el religioso, caritativo y bien portado. Todo eso es lo que tenemos aquí y ahora, no vamos a llegar lejos antagonizando más con otros compañeros que con un sistema que nos mantiene deprimidos. 

El insurreccionalismo, esa tendencia tan fuerte en Latinoamérica alrededor del 2012, fue un armamento teórico que humilló todas las radicalidades del sur global, su filo nos hizo sentir rancios, pasivos, pasados de moda. Fue uno más de los oleajes que bañaron nuestras aguas, la direccionalidad que Rivera pone sobre la mesa. Lo insu llegó de Europa, en concreto de Italia, y se dedicó a poner bombas en los supermercados, rayar paredes y hacer colapsar tanto mundo como pudo. Fue un momento decisivo para los ácratas de este siglo, un parteaguas o por lo menos un comienzo, aunque dejó una sombra oscura de rencor que todavía no se disipa.

2. El campo

Julio Chávez López es como el primer Ricardo Flores Magón, pero medio siglo antes. Lideró junto a Plotino Rodhakanaty una revuelta de 1500 campesinos en contra de un especulador de tierras que drenó el lago de Chalco. La insurrección se extendió entre 1867 y 1869. Mijaíl Bakunin, a miles de kilómetros de ahí, se unió a la Primera Internacional en 1868. Por lo que el anarquismo mexicano no pudo haber mamado del abuelo fundador porque sus ideas y acciones en realidad sucedieron al mismo tiempo. De hecho, empezaron un poco antes.

No es preciso decir que el anarquismo tuviera una dirección “desde Occidente hacia No-Occidente, desde lo Blanco hacia lo no-Blanco”, hubieron simultaneidades que nosotros mismos hemos pasado por alto. Rodhakanaty era europeo y anticapitalista pero sólo era una persona, no podemos centrar en él el fuego que prendieron otras 1499, sería la interpretación menos libertaria posible. Lo mismo pasa cuando le llamamos magonismo al pelemismo, un vicio de los marxistas que personaliza una movida que típicamente es colectiva y opaca. Guadalupe considera injusto interpretar la rebelión de Chalco únicamente como anarquista porque al hacerlo “estamos perdiendo las lecciones de los otros 400 años de lucha por la tierra”.

A Rivera le molesta que el anarquismo mexicano del siglo XXI no haya heredado el apoyo al campo. Extraña el que hubo en Chalco y entre los sindicalistas: “El caso de México es la excepción que confirma la regla, porque el Comité Central del Partido Liberal Mexicano sí apoyaba al Zapatismo, una lucha agraria, no anarquista, indígena y local”. Aunque odia el nacionalismo (quizá, en un inconsciente individualismo, Rivera desprecia cualquier forma de pertenencia), el autor otorga una ventaja al caso mexicano, por eso le llama “excepción” a algo que no lo fue. 

El sindicalismo milenarista del mundo incaico también hizo alianzas entre la ciudad y el campo, entre lo desindianizado y lo indio. Es interesante que Rivera defienda la afinidad zapatista del pelemismo, porque Ricardo Flores Magón, a quien humilló por blanqueado, y quien fue parte fundamental del Comité Central, apoyó a los indígenas desde su exilio en el primer mundo con los dólares que los militantes extendían para materializar Regeneración. Este es otro punto que pasó por alto, una direccionalidad distinta, sur a sur. El PLM le dio la vuelta a la brecha colonial, aprovechó su geografía para hacer circular por México la llama de la revolución, cosa que hubiera sido imposible desde aquí.

El autor detecta que fue ingenuo cuando descubrió que las luchas por la tierra y las autonomías anteceden, y hoy rebasan, al movimiento ácrata. Rivera ponía al movimiento en ese gancho celestial donde solemos colgar las ideas que explican el dolor que nos ocasiona el mundo. Todos los que hemos pasado por la academia o alguna forma de militancia, quienes encontramos cobijo en la filosofía, la música o la literatura, sabemos su enorme capacidad de arroparnos en medio de ciudades hostiles donde suelen anidar las ratas. Yo no cancelo esa idealización, es otra pulsión de vida.

Me gustaría saber qué es lo Guadalupe Rivera piensa de Silvia Rivera Cusicanqui y Yásnaya Aguilar, quienes para mí cumplen hoy mucho de lo que él exigía a sus compañeros de la ENAH. Ambas hacen críticas al Estado desde el campo, desde lo indio, aunque se posicionen en la lucha por la autonomía o la comunalidad. Ellas dos tienen cosas más interesantes que decir sobre el Estado en México y Bolivia que los anarquistas clásicos que se siguen fotocopiando hasta el hartazgo.

3. Machismo 

En cuanto al lado patriarcal, Rivera descarga varios juicios en contra de Práxedis Guerrero y Flores Magón. Proudhon fue excluyente con las mujeres, lo mismo que Magón con los desertores y las lesbianas, pero el primero fue criticado casi de inmediato (por Bakunin y, como dije antes, por Joseph Dejácque); el segundo todavía sigue impune. El machismo anarquista ha sido denunciado desde siempre; pero aunque es cierto que no hemos hecho lo suficiente, empiezan a caducarse las palabras de Rivera hoy que la okupa Bloque Negro es feminista y separatista. Para mí, esa y la del INPI, marcan el fin de una era de okupaciones que habrá que elaborar en otro lado.

Otro gran ejemplo de la vitalidad anarcofeminista es Lectura fácil (2019), novela de Cristina Morales. Un grupo de amigas traman la forma de romper el candado de una casa para vivir sin pagar renta. El cálculo de los porcentajes precisos del retraso mental de cada una define la cantidad de dinero que reciben del Estado. Las andanzas del grupo giran en torno al baile, los centros gubernamentales de salud mental de pueblos rurales y los okupas de Barcelona en un juego de formatos entre minutas, panfletos y una novela escrita en WhatsApp que logra retorcer de la risa al lector. Esa novela aborda con gracia el problema del deseo y las tendencias punitivas, rompe el molde sepulcral de los panfletos y círculos que trabajan esos temas.

4. Sofisticación

Rivera cierra mostrando nuestra deuda al marxismo. Propone que olvidemos la lucha de egos que separó a Bakunin y Marx, que nos sentemos a estudiar a Bolívar Echeverría, la Guerra Sucia, y “la experiencia revolucionaria marxista de aquellas décadas”. Yo agregaría que ese objetivo, hacer las paces con la dialéctica y nuestro pasado hegeliano, sería esencial para romper con la tendencia moralista que tiene la anarquía (de ahí títulos como “La moral anarquista” de Kropotkin o “La inmoralidad del Estado” de Bakunin).

Al ser bastante indiferente a un análisis económico o material, el anarquismo tiende a ver el mundo divido en buenos y malos. Sólo hace falta asomarse a las obras de literatura y caricatura que aparecieron en los periódicos anarquistas de hace un siglo. Aunque existen honrosas excepciones, entre esas páginas abundaban personajes tajantes: policías, políticos, patrones (malos) contra trabajadores, mujeres y niños (buenos). Un siglo después no logramos zafarnos de esa visión simplona y maniquea que alimenta el rencor y borra los matices.

Olvidar la lucha de egos entre Marx y Bakunin implicaría poner en el centro su punto de coincidencia: la dialéctica. En su lucha contra Giuseppe Mazzini, Bakunin señaló que “cualquier desarrollo implica en algún sentido la negación de su punto de partida”. Él también era un hegeliano. Quizás eso, negar su punto de partida, es lo que le pasa a los anarquismos menos conocidos, los que dejan de imitar lo que pasa en EstadosunidosEuropa, o quizás es lo que le sucede al mismo Rivera, que de alguna manera niega su capilla. También existen casos como el de Daniel Guérin, uno de los abuelos de la disidencia sexual, que con la dialéctica de Bakunin, pasó del marxismo al anarquismo.

El sistema de dominación se actualiza y reconfigura de manera constante. Si realmente busca sobrevivir, el anarquismo tendría que hacer lo mismo: partir del hecho de que es una tradición que se ha ahogado en sí misma para volver a flotar en las aguas puercas del resentimiento; la incansable competencia por la radicalidad más intimidante, sin poner suficiente atención en cómo es que adentro de nosotros existe una pulsión inconscientemente fascista que muchas veces nos hace caminar el camino opuesto al que trazamos.

5. Las ratas miran por la ventana

Finalmente, Rivera propone un antídoto provocador e interesante para “disolver el anarquismo como nacionalismo” al que sumo interés, pero no mi expectativa: hacer una interpretación anárquica del feminismo, las autonomías y los seguidores de Marx. Es decir, considera que el movimiento puede y debe abarcar más.

¿Para qué anarquizar todo el espectro de luchas contra el Capital y el Estado? 

Aquí me parece que Rivera cae en lo que critica: permitir que el anarquismo siga ampliando la dirección que ha seguido casi 200 años. En este punto tendría que detenerse a pensar por qué habríamos de hacer eso si no es porque la anarquía es la luz que iluminaría el corazón de los bárbaros que la desconocen. Al querer expandir el radio anárquico, en la dirección que decidamos, se cae en una posición que tiene aspectos civilizatorios y coloniales: como lo soñaron los sindicalistas, la anarquía como una forma de dejar de ser brutos, indios, y por fin empezar a comportarnos como gente decente, hoy deconstruida, capaz de hacerse cargo de sí misma sin ninguna forma (externa) de autoridad.

Hagamos lo que hagamos, somos síntoma y no excepción de la sociedad. Cargamos en nuestros cuerpos una impronta colonial, patriarcal y clasista forjada bajo el hierro de los siglos. Abortar esos hábitos insconscientes es una tarea mucho más pesada, colectiva y lenta de lo que solemos pensar. Implica, principalmente, dejar de pelear entre nosotros y retomar nuestra capacidad de ver fuera de nuestro ghetto.

Los franceses y los italianos irradian una poética apocalíptica que siempre nos endulza el oído. Algunos americanos están tratando de darle un giro emocional como pasó en los periódicos clásicos, no le huyen a lo ácrata como forma de autoayuda. Pero el anarquismo barroco, ecléctico, antipatriarcal, rural, sin miedo a la contradicción ni la culpa, uno que entienda al Estado postcolonial y los pliegues del capitalismo, capaz de críticas más sofisticadas de la economía; es decir, un anarquismo dialéctico, que pueda dar una explicación cabal de nuestros contextos y logre digerir las guerras de las drogas, el imperialismo actual, es un deseo, algo que está por hacerse. Esto es una intención que comparto con el autor.

El anarquismo del sur global parte de los huecos que Rivera señala. Ese proyecto, limitado y contradictorio, ya está echado andar por lo menos en Chile, Bolivia, Colombia, Argentina y México. Las acciones, colectivos, editoriales y materiales que han surgido de ahí en la última década son una muestra de su vitalidad. Habrá que ser pacientes para que florezca en todo su esplendor, en medio de la guerra por la vida y sus fantasías válidas.

Lo primero es aceptar las tendencias que hay en nuestro contexto. Los anarquismos religiosos, comerciales, gobiernistas chocan con los vestidos todos de negro, lectores que, llenos de rencor, se la pasan citando teoría, con poco interés por los vecinos o los matices del corazón. Los primeros son anarquismos más flexibles, más ingenuos, menos complicados y dogmáticos que siempre han impulsado nuestras filas. Si no creemos que el anarquismo es un proyecto que deba ser universal, si rechazamos la anarquía como un plan nacionalista y civilizatorio, tendríamos que salir de nuestra zona de confort y articularnos con lo que está afuera, vivir con lo que nos incomoda.

Esto es anarquismos heterogéneos, contradictorios, repletos de sujetos cambiantes y porosos que aman parasitar todo tipo de institución o edificio abandonado que tenga techo y piso seco. Esas son las reencarnaciones, en la era digital, de aquellas ratas que supieron aprovechar los caminos que trazó el tren de la industrialización. El ferrocarril viene de regreso, nos tiene a todos mareados. Necesitamos una nueva estabilidad, debemos mirar por la ventana y abrirla para que entre aire fresco.

Considero que Guadalupe Rivera traza una ruta llena de buenas intenciones que pueden nutrir un anarquismo en el tercer mundo. Aunque el enojo le haga perder la precisión en algunos puntos, su texto me parece valiente, su crítica es pertinente hoy que las okupaciones se actualizan dentro y fuera de la anarquía, las pintas aparecen en cada esquina y el fuego anárquico se extiende por las calles de la América hispanizada. Volvió el ferrocarril, arde el carbón del resentimiento, vagones repletos de panfletos que nos quieren llenar de miedo y de culpa. El fuego arrasa con el pasado, pero los roedores saltaremos por la ventana.

Fuentes

Fredy Perlman, Contra el leviatán y contra su historia, España, Editorial Segadores, 2019, pp. 24.

Guadalupe Rivera, ¡Escucha anarquista! Despensando el anarquimos desde el Tercer Mundo, México, La social, 2017. pp: 19, 24, 22, 32.

Cristina Morales, Lectura fácil, España, Anagrama, 2019.

Mijail Bakunin, La teología política de Mazzini, traducción del inglés por el autor.

Rivera Cusicanqui, S (2018) Un mundo ch’ixi es posible. Ensayo desde un presente en crisis. Argentina, Tinta Limón. pp: 80.

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