¿Sobrevivirán lxs artistas? – Max Haiven

Especulaciones sobre las luchas post-pandémicas de lxs trabajadorxs culturales dentro, contra y más allá del capitalismo.

Algunxs de mis mejores amigxs en todo el mundo son artistas, y estoy profundamente preocupado por su bienestar económico durante y después de la fase de aislamiento y encierro de la pandemia COVID-19. Me molesta el lenguaje de algunas de las convocatorias que he visto para «rescatar el arte», por lo menos cuando son tomadas aisladamente en relación con luchas más amplias. Apoyo categóricamente a lxs artistas, en este momento, cuando tratan de obtener dinero por cualquier medio necesario. Pero hay más cosas en juego a largo plazo.

Si estas convocatorias están vinculadas con demandas más amplias de redistribución radical de la riqueza social y de descapitalización fiscal de los súper ricos, por cualquier cantidad de medios directos o indirectos, entonces resuenan con el tipo de políticas que podría facilitar que lxs artistas y todxs lxs demás (excepto quizás las elites descapitalizadas) lleguen a una posición mucho mejor después de la pandemia. 

Pero muchas de estas convocatorias para apoyar específicamente a lxs artistas, a falta de una consideración universal y una reimaginación radical del valor, corren el riesgo de convertir una vez más la imagen del artista (en contraposición a lxs artistas en sus muchas actualidades) en un peón en las maquinaciones de la reproducción del capital. 

En última instancia, lo que probablemente es mejor para lxs artistas es lo que es mejor para todxs los trabajadorxs: servicios públicos universales gratuitos de alta calidad y la abolición de la disciplina salarial del capitalismo. Estas demandas parecen hoy sorprendentemente posibles y son, de una manera extraña, un hecho realmente existente en la emergencia. Si lxs artistas hacen causa común con otrxs, podríamos ser capaces de preservar y extender estas causas, y así abolir el capitalismo como tal.

Hundiéndose con el barco

La realidad agonizante es que, después de la pandemia, cualquier resurgimiento del «mundo del arte» hegemónico, por no hablar del mercado del arte –y aquí tengo en mente el campo de las artes visuales, incluso cuando ha superado lo “visual»– deberá ser visto como un indicio de la restauración de la hegemonía del capital financiero (que enriquece la mayor parte de coleccionistas y benefactores) y, por lo tanto, como algo catastróficamente malo para la humanidad. 

Debemos admitir que el «arte contemporáneo», dejando de lado las ocurrencias teóricas, es el juguete de los súper ricos financieramente organizados del mundo. Esto puede verse en las ferias o subastas de arte en las metrópolis del mundo, y en las carreras de las aproximadamente 250 estrellas del arte mundial cuyas obras cuelgan en los yates y penthouses de los oligarcas del mundo. Cualquier «retorno a la normalidad» en el mercado del arte simplemente significa que el típico patrón ha regresado de sus vacaciones de desastres y lujos y tiene dinero para gastarlo a montones. 

Una evaluación honesta de los destinos financieros de muchas de las galerías e instituciones artísticas independientes y críticas del mundo también depende de la magnitud del capital financiero y de sus funcionarios. A veces esto es directo, en el sentido de que esta súper élite se sienta en los consejos de administración, hace donaciones, y en todo caso, en un millón de diminutas maneras, ayuda a sostener estas instituciones –incluso las instituciones financiadas por el Estado, seamos honestxs. Otras veces es menos directo. Todxs sabemos (eso espero) que coleccionistas, galeristas y otrxs, utilizan su influencia sobre incluso galerías y espacios críticos e independientes, como máquinas para agregar valor a las obras de ciertxs artistas en lxs que se invierten. Sabemos que incluso los espacios de arte más excéntricos y anti-mercados se ven obligados, sin tener la culpa, a participar en la generación de aquella «materia oscura” (como la ha llamado Gregory Sholette) del creciente hervidero del sub-mercado: la masa oculta de obra aspirante pero invendible sobre la que depende la diminuta fracción de obra comercializable. También estamos muy familiarizadxs con la forma en que los márgenes más esotéricos y outsiders del mundo del arte funcionan, en contra de su voluntad, para atraer hacia su centro nuevas obras provocativas y antagónicas que serán las golosinas del mercado del arte del mañana.

Aunque nos pese admitirlo, una enorme proporción del mundo del arte global está esencialmente financiada por la riqueza familiar: artistas, galeristas, críticxs y otrxs que pueden sostener carreras insostenibles sólo gracias a la abundancia oculta de los fondos heredados, de parientes y parejas. Luego están todxs lxs demás, que se mantienen sirviendo mesas, enseñando, haciendo trabajo sexual, sobreviviendo con dinero a cuentagotas de becas de posgrado diferidas, haciendo trabajos con descuento para organizaciones artísticas, o de cualquier manera explotadxs hasta la muerte. 

¿Qué es lo que permanece contemporáneo ahora?

No culpo a lxs individuxs, ricxs o pobres, por las elecciones que hacen al perseguir su pasión en una economía enferma y abusiva. Pero para aquellxs adyacentes al arte que quieren abolir esa economía y crear un mundo en el que todxs puedan perseguir sus pasiones, ha llegado el momento de la honestidad colectiva. Francamente, no hay nada más aburrido para mí que la acusación santurrona acerca del entrelazamiento del arte con el dinero, algo que hoy tan frecuentemente es confundido con la crítica o, peor aún, con el arte mismo. Tengo curiosidad por saber qué más podría emerger si, colectivamente, dirigiéramos nuestra perspicacia crítica, nuestras energías creativas, nuestros talentos sociales y nuestras disposiciones de colaboración, hacia el apoyo a la creación y la lucha por una nueva economía post-capitalista.

En la medida en que el «arte contemporáneo» se sostiene por y, en última instancia, para el placer de la súper-élite del capitalismo, necesariamente exige un cierto espacio de libertad fuera del dominio estrictamente capitalista. El valor mercantil del arte deriva precisamente del hecho de que es diferente de cualquier otra mercancía: conlleva, cuando menos, la ilusión de un trabajo no alienado. Aunque es un poco burlesca, y disculparán la ironía, la forma en que aún podemos mantener esa ilusión en una era en la que las estrellas del arte emplean legiones de mini-maquiladorxs precarixs en sus estudios que parecen ya fábricas. Imponer una disciplina capitalista directa sobre el arte sería destruir precisamente lo que le da su valor único y sobrenatural. Así, el arte conserva cierto grado de «juego», si no de autonomía, bajo el capitalismo.

Recientemente, yo y varixs criticxs, entre ellxs Marina Vishmidt, Suhail Malik, David Beech y Leigh Claire La Berge, hemos argumentado que la financiarización de la economía capitalista se basa en procesos que no nada más suprimen o frustran la creatividad y la imaginación, sino que buscan activamente excitarla y aprovecharla; y que el «arte contemporáneo» es en algunos sentidos un laboratorio para estos métodos. Esto es especialmente importante en la época de la llamada economía creativa, en la que cada trabajadorx se ve exhortadx cada vez más a imaginarse a sí mismx como (una versión mitológica de) unx artista, sumergiéndose ansiosamente en un mundo de riesgo e incertidumbre para propulsar su pasión, coraje y creatividad y así acrecentar la cuota de mercado de su propia marca personal. 

En otras palabras, lejos de exigir a todxs lxs artistas que hagan propaganda, el capitalismo hace que lxs propixs artistas (independientemente del contenido que produzca –de hecho, cuanto más provocativo mejor) se conviertan en figuras de su propia propaganda.

Trabaja o muere, reeditado

Pero tal vez esa era ha terminado. 

En la economía post-pandémica es dudoso que el capitalismo pueda tener necesidad de tales ilusiones propagandísticas. Durante la pandemia, los gobiernos, al menos en el Norte Global (pos)imperialista, se ven obligados a intervenir para mitigar las presiones que de cualquier forma conminan a los trabajadores a trabajar, ofreciendo una serie de prestaciones sociales que han sido exigidas por los movimientos sociales durante décadas: una suspensión en las rentas, alguna forma de ingreso básico garantizado de jure o de facto, transporte público gratuito y la (re)nacionalización provisional de la infraestructura. 

Estamos viviendo, de una manera extraña, una especie de versión soñada temporal de la abolición del trabajo en sí, ya que las órdenes gubernamentales prohíben muchas formas de actividad económica; aunque, por supuesto, millones de personas siguen viéndose obligadas a trabajar, en particular lxs trabajadorxs de la salud y servicios primarios, lxs agricultorxs y lxs cuidadorxs. Muchxs de lxs que estamos aisladxs, contra nuestra voluntad (y con terribles efectos en nuestra salud mental), nos vemos ahora obligadxs a vivir como imágenes distorsionadas de la quintaesencia de artista románticx: empobrecidxs, desempleadxs, agonizantes a causa de un romantizado aislamiento, apartadxs del mundo, aferradxs a una nostalgia inefable y un sentido de potencial desperdiciado.

Como consecuencia, no es improbable que el capital exija a los Estados que utilicen todas las herramientas de su arsenal para obligarnos a «volver al trabajo», a regresar a «los negocios de siempre». En tal situación, y en un momento en el que el desempleo amenaza con hacernos competir por una menguante oferta de malos trabajos con salarios deprimidos, es probable que se tire por la borda toda esa mierda de «hacer lo que te gusta» y «abrazar a tu artista interior». Trabajen o mueran, perrxs.

«Jódanse, artistas”

En un momento como éste, lxs artistas pueden ser empujadxs a proclamar estridentemente que su trabajo es trabajo, que merece ser compensado. Puede que se exija algo como la Works Progress Administration (WPA) de la época de la Gran Depresión en los Estados Unidos, que pagaba a lxs artistas para que hicieran trabajos hacia la comunidad como parte de un paquete de estímulos económicos más amplio, pero también como una forma de elevación social. Lxs artistas, si se organizan, podrían obtener algunos beneficios modestos en ciertas jurisdicciones. Sin embargo, ¿qué será de aquellas reivindicaciones constitutivas hasta hoy del arte contemporáneo en relación con una hostilidad (o al menos una inhospitalidad) hacia el capitalismo cuando se ponga a trabajar explícitamente (en lugar de implícitamente) para el rescate y la restauración de ese sistema?

No creo que lxs artistas y sus amigxs deban renunciar a luchar por defender cualquier ganancia legal y económica que hayan podido obtener en diversas jurisdicciones en lo que respecta a salarios, valores y condiciones de trabajo. Sin embargo, por muy importante que sea desde el punto de vista táctico, soy escéptico de una estrategia más amplia. Es muy probable que salgamos de esta pandemia en una profunda depresión global. El dinero que los Estados ya han pedido prestado y que seguirán pidiendo para mantener la economía a flote y proporcionar ayuda en caso de desastre se devolverá en algún momento a los jefes supremos de las finanzas mundiales. Tal vez, a diferencia de otros sectores del capital, las finanzas se ven conducidas por la competencia a una especie de frenética incapacidad de ver su propia y desastrosa mala gestión colectiva del mismo sistema que supervisan y del que se benefician.

Esto significará probablemente, tarde o temprano, una austeridad drástica y brutal, a menos que los movimientos sociales se movilicen para negarse a pagar las deudas. Debemos anticipar que la financiación estatal de las artes, donde aún ha sobrevivido, pronto será cortada de tajo. A pesar de las afirmaciones ahora canónicas de Richard Florida, y compañía, de que las inversiones en cultura regresan en el crecimiento económico a largo plazo, en tiempos de escasez cuando los Estados juegan a la ruleta rusa para ver a quién le toca la bala en el colapso económico mundial, el arte será una venta difícil. Francamente, un gran porcentaje de la población, obligada a trabajar más tiempo, más duro y, en última instancia, por menos dinero, podría celebrar un ataque a las artes con un odio revanchista y desubicado. «Jódanse, artistas: Trabajen hasta la muerte para rescatar a los ricos como el resto de nosotrxs.”

La abolición del artista como figura económica

Incluso si esta predicción un tanto sombría no se cumple (lo que requeriría, seamos sincerxs, un rechazo profundo y coordinado del pensamiento económico neoliberal por parte de los gobiernos y podría incluso exigir la nacionalización de importantes sectores de la economía, en particular las finanzas), lxs artistas de la economía pospandémica seguirán viéndose enfrentados con una decisión.

Por un lado, podrían seguir abogando por sí mismxs, junto con otrxs intermediarixs artísticxs, como artistas, es decir, como los unicornios especiales en el punto más álgido de la tormenta del capitalismo. Por consiguiente, debido a que no son como cualquiera de lxs demás trabajadorxs, necesitarán derechos especiales, subsidios, compensación y protección. Hay algo correcto y justificado en este enfoque: al igual que la agricultura, la atención sanitaria y la familia patriarcal, el capitalismo no puede realmente sostener esos campos de los que depende su reproducción. Requiere que el Estado, en pequeña o gran medida, ayude a mantener estos campos vivos para que todo el sistema y la sociedad de la que depende no se desmorone. El arte puede valerse de algunos rescates precisamente para poder continuar produciendo cosas lindas para la renaciente elite financiera, que si no fuera por ello estaría feliz dejando morir a lxs artistas, tal como aristócratas desfachatados dándose un festín en medio de una hambruna.

Por otro lado, habrá una oportunidad para que lxs artistas hagan causa común con otrxs trabajadorxs (semi-)abandonadxs por el capitalismo, como un purasangre mimado que escapa de la mansión para unirse a lxs mestizxs salvajes. En este momento, lxs artistas tendrían que unirse a movimientos radicales e ingobernables para reivindicar, al menos, que las respuestas de emergencia ante la pandemia, que suspendieron la coacción económica del capital, se extiendan ampliamente y para siempre: ingresos básicos, suspensión de alquileres, servicios públicos gratuitos de alta calidad, nacionalización de la infraestructura crítica y más. 

Además, lxs artistas, tanto durante como después de la pandemia, tienen mucho que ofrecer en términos de permitirnos soñar y practicar nuevas formas de relaciones sociales, nuevos paradigmas económicos y nuevas estructuras de cuidado. Ésta ha sido ya una de las tendencias más excitantes del «arte» en las últimas décadas: una pequeña plataforma por la que activistas radicales en las entrañas de la bestia se autorizan a desviar recursos y a soñar peligrosamente en público.

Llamar hacia la abolición del artista como figura económica, distinta de otrxs trabajadorxs, todavía tiene un potencial radical en este momento. No lo digo desde una tendencia nostálgica, sino precisamente como un modo de señalar el estancamiento de las políticas del trabajo en el capitalismo. En este sentido, lo que mejor servirá a lxs artistas en los meses y años por venir es lo que mejor servirá a todxs lxs trabajadorxs y a lxs pobres: los servicios universales, la destrucción del sistema de trabajo asalariado y la abolición del trabajo.

Nadie debería ser artista como «trabajo» o recibir una remuneración por hacerlo, ya sea con fondos públicos o del mercado privado. En cambio, deberíamos (y podemos) abolir el «trabajo» y los «empleos» como tales, y con ello me refiero a la mano de obra coaccionada por una relación con el salario. Todo el mundo debería tener lo que necesita para prosperar, independientemente del trabajo o el empleo que haga o no haga. Si hay un trabajo de mierda (como David Graeber los llama) en la sociedad que necesita ser hecho y que nadie quiere hacer, éste debe ser distribuido equitativamente en toda la sociedad, no dejado a lxs más marginadxs. (También creo que mi propio y muy agradable trabajo como profesor debería ser igualmente abolido, pero eso es un argumento para otro momento).

Estamos en un momento histórico en el que un cambio económico masivo y relativamente pacífico podría ser posible. Una vez que esto se logre, incluso en parte, esperaría ver el florecimiento de la creatividad humana autónoma y colaborativa en muchas formas, de parte de lxs artistas ya antes reconocidos como Artistas, y de todxs lxs demás también. Y entonces podremos averiguar si las famosas galerías, museos y otras instituciones tradicionales del «mundo del arte» de ayer son realmente los mejores vehículos para apoyar, elevar, celebrar y disfrutar los mayores logros culturales y creativos de nuestra especie. Mi sospecha es que no lo serán y que deberán ser abolidos como tales, pero estoy abierto a que se me convenza de lo contrario. 

Las necesidades de la mayoría de las demás organizaciones artísticas pequeñas, independientes y radicales, subsisten mejor no porque se les ofrezcan más fondos, aunque ciertamente no estoy en contra de ello, sino (también) eliminando aquellas necesidades que les cuesta trabajo satisfacer. Si se aboliera la renta, y si la gente (lxs empleadxs) pudieran sobrevivir sin la coerción del salario, si el público tuviera el tiempo y la energía para dedicarse realmente al trabajo y las ideas, me imagino que estas organizaciones, y quienes les dedican su tiempo, serían más capaces y ambiciosxs que nunca.

Obviamente no estoy sugiriendo una estrategia de todo-o-nada aquí: lxs artistas y las organizaciones artísticas están en medio de una lucha que dura toda la vida. Pero la supervivencia y el éxito dentro de un sistema capitalista de venganza y suicida no tiene sentido.

NOTAS

*Nota de Max Haiven: “Mi corto y provocativo ensayo «No Artist Left Alive» ha aparecido en el 11º número de la revista berlinesa «Arts of the Working Class«. Argumenta que, al salir de esa pandemia, lxs artistas y quienes apoyan el arte deberían considerar estrategias anticapitalistas no basadas en mejorar la vida y las condiciones económicas de lxs artistas, sino de toda la gente pobre y trabajadora, (la gran mayoría de) lxs artistas incluidos. [También puede consultar el muy interesante número completo en línea, o, mejor aún, comprar una copia en Berlín, Londres, Los Ángeles y otros lugares.]

**Nota de quien traduce: Aunque la traducción del título original del ensayo no es literal, se tomó esta decisión junto a Max Haiven debido a las connotaciones que podría tener hablar de supervivencia en español y para el sur global. Trad. Mario Morales.

***La imagen que acompaña a este texto pertenece al trabajo que realizó Bruno Borges en una edición en forma de cómic del libro La abolición del trabajo, de Bob Black.

Categorías Filias, Notas, Pensamiento

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