Frente a la crisis del COVID-19 se ha hecho cada vez más imperativo escuchar las voces oficiales respecto a la información y medidas a tomar. Tratamos de mantenernos al tanto de las últimas actualizaciones por parte de nuestras instancias autorizadas y confiables. Esperamos no sólo ser avisados de que pronto pasará la amenaza y podamos regresar a la “normalidad”. También lo hacemos para darle un sentido a este estado de auto-encierro, uno en el que al mantenernos en casa participamos de un encargo social de cuidado mutuo. Pero aunque eso puede funcionar a un cierto nivel, pareciera que en otro nivel más profundo no hay propuesta que alcance a responder a una cierta sensación de vacío y angustia en este confinamiento. Y es que aunque vivimos en la supuesta era de la información, tal parece que por más que consultamos y por más textos que se han escrito sobre cómo abordar o enfrentar la crisis del coronavirus, de pronto se hace necesaria una mirada diferente de este fenómeno que atravesamos todxs; una que al menos acompañe a aquellos discursos institucionales, una que vaya más allá de las explicaciones estadísticas y racionales que por más que se esfuerzan en ayudar, de pronto sólo lo reducen todo a un dato. Sin contrariar forzosamente a éstas, quizá haya otra posibilidad de lectura. Tal es lo que intentaremos aquí bajo una muy libre adaptación de la escucha psicoanalítica. Lo haremos desde la atención a los significantes, la asociación libre de formas culturales, el cumplimiento de fantasías invertidas, la tendencia a la repetición y finalmente el síntoma y la sublimación como las dos salidas de un mismo malestar. Para hacerlo, nos valdremos tan sólo del análisis de tres significantes básicos que rondan nuestra actualidad: en primer lugar iremos directamente a desglosar los dos significantes de que se compone el objeto que nos convoca: “corona» y “virus”; y por último, para llevar nuestra escucha al contexto mexicano, nos dirigiremos al significante «quédate en casa».
I
Para empezar, el nombre mismo del coronavirus, pareciera no ser ninguna casualidad. Más allá de que la decisión oficial de esta designación tenga su propia justificación, en otras capas del significante el apelativo de «corona» nos habla inevitablemente demasiado acerca del poder. Leído de esta manera, el también llamado COVID-19 podría ser visto como un momento culminante en la Historia de Occidente. Y es que pareciera que viene a coronar un esfuerzo de expansión hegemónica de una visión única del mundo y la extinción de la diferencia a partir de un entramado de dominios que se han extendido por todo el globo. Esto, dejando de lado cualquier tipo de teoría conspiratoria incomprobable, no quiere decir ni que haya estado planeado desde el principio, así como tampoco quiere decir que su llegada signifique el fin del capitalismo –como lo diría Slavoj Žižek–, ni de alguna otra de las características del sistema actual. Puede ser que sea incluso al contrario –como más bien lo defendería Byung-Chul Han–, que gracias a esta coronación no haya más escapatoria o posibilidad de algún otro régimen o alternativa de vida. Pero en todo caso lo es tanto así que, por supuesto, también existe la posibilidad de que, al haber alcanzado este nuevo estatuto, el sistema pierda el control por entero y se nos abra paso a un brote sociótico. No lo sabemos. Puede que tenga razón tanto Žižek como Han en distintos niveles. Lo que sí podemos ver ahora es que esta corona se ha colocado ya o se ha querido colocar. Depende ahora de nosotrxs qué hagamos con eso.
II
Por otro lado, pareciera que no es casualidad que sea un «virus» el que nos ha metido en esta crisis. Por un lado, bien lo señala Žižek, las fake news, las teorías conspiranóicas y las expresiones de intolerancia como el racismo o la xenofobia se vuelven virales. Pero también, el mismo autor lo dice, otras ideas pueden hacerse virales, cuando son lo suficientemente potentes. No solamente se hacen virales este tipo de espejismos culturales que arrastran a la sociedad hacia el autoengaño que puede ser simplemente evasivo o también muy dañino. También se hacen virales los memes graciosos, algunos de ellos que pueden ser perfectamente absurdos, pero otros que también pueden tener su buena carga de ingenio e incluso una buena dosis de humor negro para mostrarnos realidades que no estaríamos dispuestos a aceptar de no ser bajo la apariencia del chiste. Ya Freud nos habría mostrado la relación de ello con el inconsciente y la expresión de malestares culturales. El virus entonces se muestra como síntoma o manifestación de un inconsciente social que está demandando algo. Quizá habría que aprender a escucharlo más allá de los términos biológicos/médicos en lo que se ha cercado la discusión, sin dejar de lado aquella información por supuesto.
En otros niveles de la información precisamente, están los virus informáticos, los cuales tienen además al menos dos caras. Una de ellas es la del espionaje y la extracción de datos, así como el posible daño e incluso la ruina total ya no sólo de nuestros aparatos electrónicos, sino de nuestras vidas cuando exponen secretos o intimidades. Y por otro lado, por supuesto, está también el hackeo activista o social. Ya Gilles Deleuze, en su famoso texto Post-sriptum. Sobre la sociedades de control, advertía que entre los riesgos de la sociedades contemporáneas estarían la inoculación de virus. Se refería, por supuesto, a la forma en que, en las sociedades digitales, es a través de la manipulación de la información como se hace posible aún la resistencia política. Así, ésta puede valerse de la encriptación, la saturación, el desvío o el bloqueo, entre otras prácticas hacktivistas. Los virus informáticos actúan al nivel de los códigos, es decir, al nivel de lo que permite el lenguaje y la comunicación. Estos virus hacen ver que todo código tiene falla. No hay mensaje sin posibilidad de ser intervenido en el intersticio entre un emisor cualquiera y un receptor cualquiera. Visto así, si lo que se quiere es darle la vuelta a esta Historia de coronación sistémica, no sólo haría falta adentrarnos más en la definición y formas de operar de los virus a nivel cultural y comunicacional, sino también cumputacional y justamente sistémico.
III
En tercer lugar, hablando de mensajes, puede que «corona» y «virus» sean significantes compartidos por el mundo entero, pero también es cierto que cada contexto y caso tiene sus propios significantes característicos. En ese sentido, pasaremos ahora al «quédate en casa» que, por la forma en que ha sido proclamado y repetido, vale la pena de ser abordado. No se trata aquí de denostar ni de criticar siquiera, bajo ningún propósito, el trabajo de autoridades como el Dr. Hugo López-Gatell ni ninguna otra. No se trata tampoco de llamar al desacato tan ridículo como peligroso –como lo hizo TV Azteca– que bajo un supuesto de proeza pseudo-heróica de desenmascaramiento, en el fondo no deja de buscar beneficios individualistas que ya les tocará a otrxs revelar. Menos aún se trata llamar o apoyar a una negación de la existencia del COVID-19 –con efectos tan lamentables como los sucedidos en el Hospital de las Américas, en Ecatepec– ni de oponerse a seguir las medidas recomendadas para diminuir el daño que podría provocar socialmente. Aquí se trata simplemente de escuchar de otra manera, como lo hemos dicho. Sin olvidar de entrada que se trata aquí de un ejercicio simbólico, asumiendo todos los riesgos que esto pueda implicar, y con una apertura total a la escucha y habla por parte lxs lectorxs, proponemos que habría que prestarle atención al “quédate en casa” para escuchar lo que veladamente el sistema nos está diciendo a través de esas figuras de autoridad, tanto científicas como gubernamentales. Y es que a nivel de significante, como mandato histórico de intento de dominación sobre las mujeres, el «quédate en casa” puede ser escuchado ahora como un intento por colocarnos a todxs en el lugar de lxs dominadxs por un sistema plenamente patriarcal. Aunque por supuesto no es comparable a nivel social aquella opresión histórica hacia las mujeres junto a esta cuarentena pasajera y voluntaria, una vez más, se trata de ir más allá de la aceptación simple y sin cautela de una orden, sin por ello afirmar tampoco que por ser evidente deja de ser vital en estos momentos.
Aunque está completamente justificado el “quédate en casa”, recordemos que no hay casualidades al nivel de los significantes. Si tomamos en cuenta que unos días antes de que se llamara al encierro los movimientos feministas tomaron las calles tanto en México como en otras partes del mundo, quizá se nos abre otro panorama. Afortunadamente los feminismos han demostrado que ni en el pasado, ni ahora, hay manera de acallar completamente a las compañeras. Es verdad que el “quédate en casa” se impone por su propia potencia de cordura y razón. No obstante bajo esta escucha de sospecha que proponemos aquí, tal pareciera que a través de su uso se pretende ahora convertirnos a todxs en la supuesta mujer sumisa del pasado. Contra ello se levantan entonces las potencias de los feminismos y otros movimientos sociales, en el sentido en que todxs luchamos contra el mismo enemigo. Ese enemigo compartido es el sistema patriarcal que quizá por fin se ha mostrado condensado en la figura del virus. Así, gracias a ello se nos puede abrir la mirada hacia la posibilidad de que tampoco ahora funcionará para dominarnos a todxs. Más allá de quedarnos en casa y resistir desde ahí, y además de continuar apoyando las luchas feministas en todos los ámbitos posibles, nos hemos dado cuenta de que, en un agudo reverso, el virus somos más bien nosotrxs, todxs aquellxs que nos negamos a seguir participando de ese sistema de muerte. Como lo decía un Manifiesto Indígena AntiFuturista publicado en este mismo entorno de contingencia, hay un cierto estrato social en el que la caída de esa civilización y su economía no sólo no importa, sino que puede ser incluso festejada por dar paso a otra vida. Es el nivel de lxs desposeídxs del planeta que resisten frente quienes pretenden resguardar sus fronteras ante la amenaza de su inoculación.
El virus es, en última instancia, el miedo que se tiene de perder lo que se cree poseer. Este virus se expande a partir de las ansias por proteger la propiedad bajo el supuesto de la competencia generalizada como régimen pero también como instinto o interpretación confundida de una pulsión primordial de vida. Una vez más, hemos aprendido mucho de los feminismos que han demostrado que eso no es sino una malversión masculinizada y cruel, tan falocéntrica como imbécil, de nuestra voluntad vital compartida. Está bien si seguimos el estatuto del «quédate en casa», pero la pregunta que habría de acompañar a eso en un contexto como el mexicano, con un machismo cultural histórico, es «¿en qué condiciones nos quedaremos en casa?». En ese sentido, el «quédate en casa» puede volverse más bien una invitación a la reflexión acerca no sólo de las diferencias socio-económicas estructurales y las particularidades de cada unx de tener un lugar donde vivir, sino además de nuestras relaciones más íntimas, más cercanas y más corporales. No solamente se tendrían que tomar en cuenta los debates de género, sino también lo que tiene que ver con todas nuestras relaciones con los espacios que habitamos, los otros seres, vivos o inanimados, con los que convivimos y, por supuesto, nuestro propio cuerpo y psique, el cuidado que ponemos en ello. Ahora más que nunca ello queda exhibido como una cuestión que no es individual ni individualista, sino que implica hacernos cargo de nuestro entorno también. Una vez más, no sólo vale la pena escuchar las recomendaciones oficiales y desde los canales autorizados. Además de eso, hay que saber escucharlos de otra manera, si es que queremos encontrar una salida a este auto-encierro que, desde el momento en que se nos delega la responsabilidad de llevarlo a cabo, se vuelve ya una tarea política y ética también.
Corte
Dicho lo anterior, habría que dejar claro una vez más que este otro tipo de escucha no se trata solamente de un afán por encontrar curiosidades, por mero entretenimiento o por molestar a alguien. Nos permite dar cuenta en otros términos de nuestra situación, en términos de fantasía en primer lugar, viendo por ejemplo este intento por diferir el efecto del COVID-19 para que no se saturen los sistemas de salud bien podría interpretarse como una forma de erotizar el efecto del virus, una especie de prolongación del goce. Visto así, el auto-encierro se mira como una suerte de cumplimiento de una gran fantasía, en el sentido de trabajar desde casa, hacer las compras vía remota, no tener que convivir con desconocidxs en los traslados y trámites, tener todo dispuesto en nuestro ordenador personal, en fin, pasar la vida en internet. Pero no hay que olvidar que eso sólo se queda en un estrato muy limitado de la sociedad global y más aún de la mexicana. Todavía nos falta preguntarnos y poner el acento en la cuota social que se tiene que pagar por ese cumplimiento de deseo de unxs cuantxs.
Podemos así dar cuenta también del virus como síntoma psico-social. Y como bien lo sabemos, en psicoanálisis no se trata de eliminar el síntoma, sino de escucharle, incluso de darle su lugar. Sólo de esta forma puede ser modificado. El síntoma nos muestra las dos caras de nuestro malestar. Pero acceder a la demanda del síntoma no significa simplemente desobedecer a la ley o las figuras de autoridad que lo hacen visible, sino más bien de hacernos conscientes de que, una vez que ya estamos en este mundo, no podemos echar para atrás el principio de realidad que nos sujeta a sus jurisprudencias. No nos queda de otra más que lidiar en todo caso con ello a través de una serie de sustitutos entre los cuales, como también es bien conocido, está la sublimación. En el arte entonces la sublimación se convierte en una especie de sublevación simbólica. Más que librarnos de aquellos discursos del poder que nos conminan a obedecer, lo cual resultaría en un acto que sería calificado no sólo de estúpido sino de suicida, habrá que crear y prestar atención a las emergencias de sublimaciones-sublevaciones más inteligentes. De ahí se desprende quizá la implicación de tener que aprender más sobre las estructuras y lógicas de lxs virus en todo caso.
Finalmente, es posible dar cuenta también de los reveses de esas fantasías cumplidas. Esa exageración actualmente vista por el supuesto cuidado y el respeto exacerbado a las medidas de seguridad, en realidad lo que busca es precisamente que sean otros los que nos cuiden. Se hace a través de figuras de la vigilancia y la policía que no tardan en encontrar pretextos para surgir por todas partes, tanto al interior de los espacios donde cada unx ha podido o decidido encerrarse, como sobre todo afuera. Pero si se sigue pensando que el enemigo es externo, es probable que más se refuercen todos y cada uno de nuestros malestares previos a la crisis. Verlo así nos permite además ver el estado actual en términos de repetición, es decir, de un deseo que retorna una y otra vez de la peor manera. Nos advierte de ese «quédate en casa» renovado. Nos hace ver que el enemigo puede estar en la propia casa y eso es lo que nos enseñan las luchas feministas –entre muchas otras cosas–. Más aún, no sólo puede estar en el hogar sino en nosotrxs mismxs. Evadir esta situación es el peor de los caminos. Estamos en el encierro y, si asumimos que al menos hasta ahora nosotrxs lo hemos consentido, no nos queda más que hacernos cargo de ello. Esta crisis, evidenciada bajo sus significantes, puede ser también la oportunidad para una gran transformación.