La obligación de festejar

¡Sí señorxs! A tal grado de captura por medio del capital hemos llegado que festejar se ha vuelto una obligación. Ya no queda un solo segundo de respiro fuera de las lógicas de la mercancía. Desde el siglo pasado ya se había dicho que incluso nuestro supuesto tiempo libre lo tenemos que ocupar para el esparcimiento dentro del consumo. Pero en este nuevo giro ya no se trata sólo de la ocupación de nuestro tiempo «libre» en el entretenimiento y la diversión, sino en que ahora se nos exige más. Se nos demanda que no solamente descansemos dentro del confort que representan los infinitos productos de la vida del consumo. Ya no se trata solamente de buscar la comodidad, sino que estamos compelidos al frenesí. Si no tenemos de vez en cuando una buena dosis de éxtasis sentimos que ni siquiera estamos vivos. Somos dependientes ya no nada más de las vacaciones del trabajo, sino más aún de la vida nocturna y sus placeres extremos. Como parte de la vida en sociedad ya estamos agendados para la fiesta y no hay forma de rehusarse a ello. Dionisio ha ganado la batalla, al menos a primera vista. Sin embargo, vale la pena preguntarse aún si en realidad este orden de obligación al goce precisamente no es sino mera apariencia. Y en el fondo solo estamos lamentándonos de nuestra soledad en este mundo de supuesta socialidad conectada y experimental.

Tal parece que al menos cada fin de semana estamos ya comprometidxs a la fiesta, a embriagarnos, a drogarnos, a acostarnos con una persona al menos. Si no lo hacemos nos sentimos como apestados en esta sociedad sin compasión por lxs inadaptadxs. Y la fiesta se ha vuelto el mejor lugar para hacer relaciones sociales. El espacio del trabajo se extiende ya no solamente a las horas no laborales bajo este régimen de la flexibilidad, sino que aún más que eso, adquiere su mayor dominio en aquellos lugares o momentos de exceso. A quienes conoces en esos contextos se vuelven lxs aliadxs más fuertes en este sistema que no permite ser enfrentado aisladamente, sino que exige organizarse en mafias, manadas, grupúsculos, para acabar con la competencia, para aplastar a lxs otrxs. La fiesta ha perdido todo potencial subversivo que le habría otorgado Bajtín, y se ha vuelto la ley. Desde la fiesta se dictaminan las normas de la cotidianidad. No es solamente una normalización de la fiesta, como aquél régimen en el cual cada fin de semana unx se siente tentado a escapar de la rutina del trabajo como válvula de escape. Es verdad que, de por sí, en esta lógica la fiesta no suponía ya ningún tipo de rebelión contra el sistema, sino que era solamente una especie de catalizador para poder regresar a nuestros empleos cada lunes a continuar manteniendo nuestra esclavitud sin culpas. Pero, dando una vuelta de tuerca más, hoy en día la fiesta es la autoridad y quizá incluso el trabajo rutinario solamente está ahí para servir y honrar a la fiesta. Todo estaría bien si no fuera porque en estos ámbitos festivos las relaciones que supuestamente rompen o ponen en cuestión el patriarcado son las más patriarcales, donde hay jerarquías incuestionables; donde hay compradrismos y apadrinamientos basados en favores y favoritismos.

Ni los festivales de música ni las orgías privadas tienen nada que ver con el carnaval medieval que abanderaba Bajtín, pues ambos son lugares muy bien definidos donde más que romper o poner en cuestión cualquier tipo de orden, los fortalecen. La fiesta, en ese sentido, no tiene nada de transgresivo. Al contrario, es ahí donde se muestran tal cual las dinámicas que siempre han reinado en el patriarcado. Es donde se muestra con cinismo que el machismo no solamente se erige sobre las instituciones culturales y su reglas para pertenecer a la sociedad civilizada, como lo habría planteado Freud, sino que, más aún, detrás de todas esas instancias del orden siempre hubo quienes al estar fuera de la ley, regresaban a ella como dictadores. Si ya Veblen había identificado a la clase ociosa con la clase intelectual, ahora el supuesto saber que ostenta esta clase de élite consiste solamente en estar consciente de la falta absoluta de todo fundamento. Por lo tanto, lo único que le ha quedado a la intelectualidad es el festejo vacío y cínico. La filosofía de la recámara que había descrito Sade se ha llegado a cumplir cuando todos estamos obligados al goce, incluso a pesar de nosotrxs mismxs a pesar de nuestro propio sufrimiento. Desvelos, cansancio, aburrimiento disfrazado de risas, tolerancia obligada, empatía hipócrita; todo ello para terminar solo siendo un utilizado para un supuesto de placer que pasa por encima de todxs sin que en realidad lo disfrute nadie.

La obligación de festejar no se siente como algo impuesto por el sistema, pero lo es. No puede pasar un cumpleaños sin que la gente comience a molestar de que unx debe festejar. Incluso si no lo haces es posible que te recomienden asistir a un psicólogo cuando menos, o a un psiquiatra, o incluso a autorrecetarte antidepresivos. Nos obligan a ser felices, a mostrar una careta de estúpidxs que no sienten nada, que han realizado sus ejercicios y meditaciones cotidianas, no se vale estar triste, estar deprimido o quejarse porque es tomado como autovictimización en la sociedad de la competencia absolutizada. Si la llamada posmodernidad ya era el festejo hedonista e irracional que anunciaba el triunfo del capitalismo sobre el socialismo en las últimas décadas del siglo pasado, al cabo de unos años, ya en este siglo, la obligación de festejar se ha convertido en el régimen de gobierno totalitario del capital que no puede parar de celebrar porque la fiesta no era solamente un agregado de felicidad al supuesto triunfo de un sistema económico sobre el otro, sino que era su médula y su fórmula estructural. En otras palabras, un sistema basado en el plusvalor necesita mantener siempre en movimiento ese excedente para mantenerse vivo; y el grado más alto de esta dinámica es apostar ese excedente para obtener más excedente. Baudrillard lo habría llamado “simulación” en un arrebato de espanto teórico ante ello. Sin embargo, calificarlo de esta manera hace parecer que no tiene consecuencias materiales. Muy contrario a ello, precisamente lo que sostiene a ese sistema de simulación son lógicas de extractivismo global, tanto de recursos materiales como de recursos psíquicos. Por un lado se lleva a cabo una explotación natural, de cuerpos humanos y no humanos, en determinadas regiones del planeta; por otro, se explota la felicidad y se realiza un extractivismo de nuestro deseo. A esto último es a lo que nos referimos con la obligación al festejo. Y ambas partes van de la mano.

La dinámica del capital que describió Marx es equiparable con la dinámica del deseo que ya comenzaba a describir Freud en el mismo siglo. La sociedad del riesgo es la sociedad donde su móvil es la especulación sobre nuestros deseos. Como lo diría Bataille, es el gasto el que efectivamente le da sustento al capital, pero no al ser acumulado, sino precisamente al componer su fuerza motriz. Es a tal grado una obligación la fiesta que al final de la semana terminamos debiendo fiestas. No podemos asistir a todas las festividades que hay cada día. Nos endeudamos de celebraciones. La sociedad actual no perdona estar fuera de sus lógicas del festejo y cobra caras las ausencias a sus llamados. Perdemos amistades, trabajos y hasta a la familia. Lo que es seguro es que si no participas de una fiesta participarás de otras. Incluso se ha diversificado la fiesta y sus tipos para poder abarcar a todos los sectores de la población. Y están, por supuesto, quienes ingenuamente creen que sus fiestas se diferencian de las de los demás por algún aspecto extravagante, ya sea por sostenerse en una pretendida superioridad intelectual, de supuesto desapego, independencia, autonomía o subversión, variedad de género, y los peores, valga la mención especial, son los basados en raza y clase. La mala noticia es que, no importa el móvil, la obligación a festejar manda.

Todavía me acuerdo de cuando en las fiestas había una o unas cuantas personas que, al negarse a disfrutar del ritual de la celebración con baile, risas y gritos, se refugiaban en una esquina aislada, oscura y separada para reflexionar, meditar y, si había algunx otrx inadaptadx, hablar de la hipocresía que suponía todo aquello. Esto eran los 90. En la primera década de este siglo, las músicas y posturas disidentes fueron llevadas al extremo en sus corrientes mainstream, tanto así que se volvieron inasimilables por mucho tiempo. Y ahora vivimos un regurgite de todo aquello que se negó. Todavía en los primeros años de la década que está a punto de terminar había una suerte de consenso en el rechazo al reguetón, pero poco a poco por una suerte de fórmula infalible de apropiarse de lo marginal, de pronto perrear también se ha vuelto una forma de rebelarte contra el sistema. Así, el patriarcado llegó a abarcar tanto lo más conservador como lo más radical. La fiesta, ya lo hemos dicho, es el lugar y el momento en que más se ponen a la vista los estamentos del patriarcado. Bajo el pretexto de la fiesta se llevan a cabo todo tipo de abusos aprovechando que ahí es justamente donde se hace más delgada la línea entre lo consensuado y lo no consensuado. Ahí se usa como excusa la libertad individual y la desinhibición sexual para soportar transgresiones hacia nuestrxs cuerpxs y sentimientxs presuntamente justificadas por los bailes y demás rituales de interacción social de la cultura machista, y en su extremo hasta llegar al poliamor como autoengaño para permitir todo tipo de violencias emocionales. Paradójicamente hasta ahora no hay salida a esta encrucijada. Hoy también para sublevarse hay que festejar. Ya no es aceptada la amargura.

Había una cierta alegría en la amargura que representaba ir a contracorriente de la falsa felicidad de la cultura del consumo. La subversión pronto se dio cuenta de que la rebelión se pagaba caro si se colocaba en esta región de la amargura y ahí se gestó lo que ahora llamamos militancia alegre. De la diferencia entre la alegría y la felicidad ya hemos hablado en otra ocasión. Sin ser nostálgicxs, intentando regresar a un tiempo que nunca fue mejor tampoco, quizá todavía nos falta ir más allá de las concepciones del festejo que hemos descrito aquí y otra fiesta sea posible.

Categorías Filias, Pensamiento

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