Consideraciones sobre el espanto (primer esbozo)

Partimos de la premisa de que el espanto* es una categoría derivada de la moral. Dicho de otra forma, si se comprende toda la magnitud y la complejidad humanas** y del universo no puede haber espanto. Así, la gente puede espantarse solamente de aquello que rompe con su concepción limitada del humano y del universo, pero más allá de ello, éstos últimos son mucho más grandes y sorprendentes siempre, van más allá de toda moral y desafían constantemente al espanto.

Decíamos entonces que el espanto sólo se puede dar en un terreno donde la línea entre lo aceptado y lo no aceptado está bien definida, donde los límites están claros y no hay lugar para su ruptura. Sin embargo, el espanto siempre irrumpe, tanto como las fronteras de la moral se ven desafiadas por cualquier indicio de quebranto de las mismas. Por lo tanto, es la moral la que causa el espanto, pues toda moral es una limitación de las pasiones y una delimitación de lo que puede ser admisible dentro de cierto marco cosmológico. Ahora bien, hemos de admitir, sin orgullo pero tampoco sin un toque de vergüenza, que, contrario a lo que hubiera deseado e imaginado Nietzsche, no hay seres humanos libres de moral. No existe ese superhombre y él mismo lo sabía. Por lo tanto, no hay nadie libre del espanto. 

El espanto puede ser pensado como una forma de control, un medio contra la rebelión o la insurrección. Y habría cierta razón en ello, sin embargo, habría que ir más allá de esta visión y admitir que es posible que toda sociedad se sostenga sólo a partir de cierto espanto. Lo que mantiene unidas a las comunidades es precisamente el hecho de que comparten una concepción sobre lo que no pertenece o no es bienvenido al interior de aquello que les une. Es decir, si bien el espanto es un mecanismo subjetivo, también es forjado y administrado de maneras particulares en poblaciones enteras a través de dinámicas de poder que involucran una historia amplia donde nadie en específico es quien se encarga de mantener bajo su influjo a lxs demás y, sin embargo, puede terminar convirtiéndose en una característica generalizada. 

El espanto en un primer momento paraliza, es verdad, pero en un segundo momento se puede volver peligroso, cuando se intenta atacar, por vía de la aniquilación de aquello que nos lo causa. La mayor parte de las veces se queda en el primer estadio, pero cuando el espanto es demasiado, entonces comienzan las medidas de erradicación total que pueden terminar en catástrofes humanas de gran escala. En grados no extremos, el espanto es lo que mantiene vivos prácticamente todos los dispositivos de gestión y gobierno sobre la vida. Por un lado, el espanto puede configurarse como mecanismos de ataque o coacción, tales como la policía, la vigilancia, el castigo o la cárcel. Por otro lado, cuando trabaja junto con la moral y la prevención, puede hacerlo como mecanismos de fomento y reforzamiento del régimen actual, tales como la educación, la pedagogía, la didáctica, el asistencialismo, entre muchos otros. Incluso puede adquirir la forma de distractor, funcionando como medio para olvidarnos de la existencia de todo aquello que nos espanta o dosificárnoslo en entornos seguros para poder continuar con nuestro régimen de la normalidad. Tal es el caso del entretenimiento, los espacios de diversión, el mundo del espectáculo, etc. En su cara más retorcida, transfigurada, pero sutil y simulada a la vez, el espanto puede tomar la forma de luchas sociales que, señalando el mal funcionamiento del sistema o la opresión que ejerce sobre determinados grupos o comunidades, terminan en el peor de los casos por exigir el rebustecimiento de los poderes de sujeción actuales; y en el mejor de los casos, demandan la reconfiguración de todo el orden presente en pro de otro que, sin salir del espanto, favorezca a quienes hoy se encuentran ya sea aplastados, incomprendidos o incluso olvidados. El nivel más excesivo de esto puede llegar a tomar la forma de ensoñaciones o utopías que en su aspecto más cándido pueden servir simplemente como fuga de la realidad, pero en su aspecto más perverso puede convertirse en un pretexto para llevar a cabo actos misántropos de pequeña o gran intensidad. Y con esto volvemos al lado más dañino del espanto.

Lo más llamativo es que aún con todos estos artilugios que ha inventado el ser humano para poder librarse de lo que amenaza su mundo y le genera espanto, jamás ha podido deshacerse completamente de ello. Incluso pareciera que entre más nos esforzamos por construir la seguridad deseada, ya sea en éste u otros mundos posibles, más nos enfrentamos ya no sólo con desviaciones sino agresiones y brutalidades de todo tipo. Por ello, antes que dejarnos llevar por el espanto, sea quizá posible concebir algo más allá de ello. Aunque sea como mero ejercicio de imaginación, intentemos librarnos de la moral y el espanto. Bien podríamos asumir entonces la fragilidad del ser humano y las infinitas fuerzas que le atraviesan; asumir que muchas de ellas son inexplicables y pueden tener sus propias leyes o motores que contravengan nuestros anhelos morales. Quizá esto puede ayudarnos en determinados momentos en que nos encontramos con los límites de nuestra moral. Tal vez sólo de esta forma es posible, en ocasiones, librar la batalla contra lo inexplicable de ciertas manifestaciones humanas; aún con todo el dolor que esto conlleve.

A partir lo anterior, al menos podríamos sugerir una salida distinta a la del espanto: si queremos luchar contra las injusticias humanas y contra todas aquellas manifestaciones de lo aberrante en la humanidad, en lugar de hacerlo desde el espanto, podríamos hacerlo desde la comprensión de que siempre va a haber expresiones o irrupciones limítrofes, que desafíen nuestro mundo entero y que nos pongan a pensar y trabajar todo desde el principio. No nos atreveríamos a decir tampoco que una ley más flexible sería la solución, principalmente porque de hecho nuestra ley ya es muy flexible; se presta para su rompimiento dependiendo de jerarquías de clase, género, poder o simple habilidad. Pero más aún, creemos que una extremización de la ley y sus mecanismos para hacerse valer sería mucho peor. De algo podemos estar seguros: a más dureza en las leyes le corresponde mayor perversión al romperlas. 

A modo de conclusión: La gente se espanta porque se rompen las leyes, por asesinatos, delitos, adicciones, etc. Pero hemos de decir sin temor que el problema no es que se rompan las leyes, sino que existan esas leyes; que hayan sido determinadas por otros humanos y que las formas de vida que no cuadran con esas leyes tengan que ocultarse, buscando las formas más bárbaras para expresarse. Más aún, si nos aferramos a nuestras leyes morales actuales, lo único que provocaremos será que el otro lado crezca y se fortalezca todavía más, hasta convertirse en una situación de emergencia, de alarma, y que requiera medidas de excepción para su exterminio. Esa batalla por el exterminio, por supuesto, no se puede llevar a cabo con saldo blanco por ninguna de las dos partes.

Notas
*El espanto no es conceptualmente lo mismo que el miedo. Mientras que el miedo podría ser definido como una emoción subjetiva, el espanto se refiere a un fenómeno social. Podríamos decir que el espanto es la manifestación del miedo, y ésta puede ser individual o colectiva, incluso en masa. El espanto además, dentro de la tradición popular mexicana, es una categoría de la curandería. Con esa carga simbólica también es que en este texto es retomada, dejando de lado otros términos que podrían verse asociados, tales como terror, pavor, pánico, horror o susto, los cuales podrían simplemente ser tomados por ahora como sinónimos o referirse a grados de espanto o miedo. 
**Cuando usamos la palabra “humano” aquí nos referimos a esta ambivalencia de las dos formas de entender lo humano que ya hemos desarrollado en otro lado.
Categorías Filias, Pensamiento

1 comentario en “Consideraciones sobre el espanto (primer esbozo)

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