El regreso del fascismo en la era de la desterritorialización neoliberal

En un futuro las empresas sustituirán a los gobiernos. Todos aquellos asuntos que en algún momento le correspondieron a los Estados-nación en términos de garantías individuales y de vida poblaciones, pronto dejarán de ser proporcionados por ellos y serán las corporaciones quienes ofrecerán las mejores formas para resolver las cuestiones de salud, seguridad, educación y bienestar social en general. De hecho, este panorama ya está sucediendo actualmente. Sin embargo, en un registro totalmente diferente, las industrias actuales, como sabemos, se tratan cada vez menos de un tipo de producción material que de una inmaterial. Por supuesto, todas las iniciativas de este tipo de negocios dependen en un grado último de una producción material, pero ésta es cada vez más relegada a países con baja calidad de vida, es externalizada e incluso ocultada y desaparecida en la medida de lo posible. Para los emprendedores actuales la cuestión del territorio se ha vuelto incluso una carga que preferirían no tener sobre sus hombros. En cuanto pueden, operan desplazamientos hacia lo más lejano posible ese tipo de asuntos, delegándolo a instancias encargadas exclusivamente de ello bajo términos de escondite, camuflaje, anonimato o incluso negación directa. A su vez, estas últimas entidades hacen lo que pueden por no hacerse responsables de las vidas y cuerpos de quienes se sirven para ofrecer a las corporaciones mundiales el mejor precio. Así, no brindan ningún tipo de garantía a los trabajadores de mano de obra, pagan a destajo, por contratos temporales y sin prestación alguna.

Ante este horizonte, todavía hay Estados que logran atender esta falta, y hay algunos que lo hacen mejor que otros, dependiendo de su pasado de acumulación y explotación, así como sus recursos naturales propios e infinitos factores políticos relacionados con su ubicación geográfica, pactos internacionales, historia, etc. Eso les permite a ciertas regiones mantenerse más o menos estables respecto de las políticas de desterritorialización general de la globalización. Sin embargo, es un hecho que se ha vuelto cada vez más difícil sostener este estilo de gobernabilidad. Las empresas, en cambio, trabajan también un tipo de dirección, administración y autoridad, pero en un sentido totalmente diferente a las de los Estados. Mientras éstos últimos tienen como base la posibilidad de contar con la fuerza humana en cuanto a cuerpo y energía, las empresas ya no se interesan en eso, sino en contar con su capacidad cognitiva, sin importar su ubicación. Así, podemos decir que la potencia de un Estado-nación se medía en la capacidad de producción tanto agrícola como fabril, su riqueza interna pues, y en última instancia la capacidad de su ejército para defender toda esta riqueza en caso de que cualquier otro Estado quisiera robarlo. Las naciones, como su nombre lo indica, se hacían cargo de cualquier nacido en su territorio, garantizándole una vida mínima, con todos los servicios que ella implica, siempre y cuando éste ciudadano respondiera sirviendo a su tierra natal cumpliendo con servicio militar y fuerza de trabajo, en el caso de los cuerpos masculinos; y el aseguramiento de la reproducción de la sociedad civil dentro del territorio, en el caso de los cuerpos femeninos.

Foucault, Agamben y una gran cantidad de teóricos relacionados con ellos, han dado cuenta de cómo el control biopolítico sirvió a los propósitos del Estado soberano para mantenerse en pie, no sin sus contradicciones, paradojas, ironías internas, por supuesto. Apenas nos estamos dando cuenta de la codependencia del Estado de derecho y Estado de excepción en cualquier sociedad que se quiera identificar como autónoma. En realidad, la autorregulación de los Estados dependía de una gran cantidad de variables, todas las cuales comenzaban inevitablemente con el dominio sobre los cuerpos, individuales y colectivos, que conformaban cada entidad; y terminaban con la aceptación no solamente de leyes constitucionales sino incluso de sentimientos más complejos como el orgullo por la patria o la defensa a ultranza de un nacionalismo totalmente carente de comprensión. En este tipo de control de los afectos se basó la primera ola de fascismo a principios del siglo XX. Se trató de un cambio que se fue dando desde la Ilustración, dejando atrás el orden que establecía la Iglesia, con sus jerarquías y sus interdependencias, para pasar a un orden completamente sostenido sobre el uso racional y funcional de los cuerpos pertenecientes a un territorio.

Ésta es la utopía de base en todo fascismo: eliminar la diferencia al interior de un territorio específico, y para una comunidad determinada, a fin de que todos los recursos producidos allí puedan ser aprovechados por sus miembros. Por supuesto, esto es una fantasía incumplible, y de eso dieron cuenta rápidamente a mediados del siglo XX las asociaciones comerciales, las cuales avanzaron sin medida en la oscuridad mientras los gobiernos aún se ponían de acuerdo en cómo cumplir sus ficciones propias en relación con los otros, en ocasiones a través de guerras evidentemente, pero otras por medio de negociaciones, políticas exteriores, todo tipo de tratados internaciones para vigilar la demografía, la migración, la economía, etc. Para finales del siglo pasado, volvimos a vivir, de alguna manera, el fin de la época feudal y el nacimiento del capitalismo, como si se tratara de una especie de ciclo en menor escala que estamos condenados a repetir. Así, la caída de los regímenes autoritarios en varias partes del mundo, como un fracaso del pensamiento territorial, dio cabida a que se desatara lo que hoy llamamos neoliberalismo. A diferencia de lo sucedido en los inicios del capitalismo, lo que cayeron ya no fueron los feudos por parte de la burguesía, sino las naciones por parte de las corporaciones.

Hoy pareciera que las firmas internacionales ya no dependen absolutamente nada del territorio. Y, sin embargo, aún son necesarios los cuerpos vivientes que mantengan en circulación los bienes y servicios de la tan llamada era post-industrial. Es en esta brecha donde se inscriben los nuevos fascismos, pues la cuestión del territorio, finalmente sigue siendo importante mientras no hayamos sido capaces de abandonar las condiciones materiales de nuestra existencia, es decir, mientras sigamos existiendo como seres humanos. El cuerpo se manifiesta y nos devuelve a un asunto central de las relaciones con los otros: todo es una cuestión de violencia. El resurgimiento de todo tipo de nacionalismos, desde los más extremistas de derecha hasta los más radicales de izquierda, solamente está respondiendo ante esta necesidad de hacerse cargo del territorio, algo que el neoliberalismo está a punto de desmoronar. No sabemos cuánto pueda durar esta nueva contienda de los polos territorialización-desterritorialización, pero lo que sí sabemos es que ahí la clásica oposición izquierda-derecha, pensada como «políticas sociales» versus «políticas de privatización» ya no tiene mucho sentido, sobre todo porque han sido rebasadas por una economía inmaterial y de especulación que va más allá de la propiedad, mientras que ellas siguen operando en términos de territorio.

Pero he aquí un último giro que podría ser planteado en todo este entramado de términos referentes al territorio. Más allá de las respuestas que pudieran sostener al nacionalismo, habría que comenzar a pensar otras formas de hacerse cargo del territorio. Tal es, por ejemplo, lo que incipientemente intuyeron los zapatistas desde antes de 1994. Pero no es la única vía. El territorio no es solamente aquello que se relaciona con las tierras, sino también la casa, el trabajo, el transporte. Territorio es todo lo que un cuerpo ocupa para poder sobrevivir. Territorio son las relaciones con los otros, los materiales y elementos que utilizamos para realizar nuestras labores cotidianas, y para pensar incluso. Así como toda mente necesita un cuerpo, todo cuerpo necesita un territorio. La disputa material-inmaterial todavía no está resuelta y me atrevería a decir que es algo insuperable, por más que haya utopistas de la información que pudieran sostener lo contrario. Es verdad que actualmente las políticas de lo material que hemos constituido hasta ahora como humanidad ya no son suficientes, pero precisamente por eso es que se ha abierto un camino para volver a pensarlas y re-hacerlas desde el principio. Por último, entre el descuido de los cuerpos por parte de un tipo de orden que paradójicamente busca el control total sobre ellos, y la pretensión de salvación universal a través de la informática, es posible que se abra también una posibilidad de fuga separada, pero más localizada a la vez: un pensamiento del territorio en términos que aún tenemos que inventar.

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