Abrigados para el frío temprano, en familia y entusiastas, van a ver a la bruja arder. Las últimas escenas del capítulo White Bear de BM muestran a los que se preparan para asistir al martirio de la repugnante criminal, de la protagonista del capítulo. Se preparan para verla y grabarla sufrir; su papel como observadores en la ejecución de una pena pública, hace del registro del castigo parte de él.
¿Qué hay – entonces – para recordar en éste suplicio? Lo que sea que se responda –bien la sangre o el sudor de dolor o los gritos, cualquier goce o compasión–, lo memorado permite hablar de ello, opinar con otros de lo que los sentidos guardaron. En White Bear el crimen de la protagonista es haber visto y grabado, sin intervenir, la violación de una niña de 8 años. El culpable (su novio) se suicida en prisión y la expiación del crimen cae sobre ella. En el estudio de éste suplicio ficticio se dejan leer los motivos sociales y tecnológicos que posibilitan y condicionan la producción y recepción de la trama.
En Francia en el siglo XVIII, se lee de Foucault, las leyes abandonan los suplicios en favor de un castigo reformatorio del criminal. Desde este siglo se legisla para que el crimen se juzgue de una persona y su castigo aplicaba a tal: un individuo era puesto en el juzgado y castigado acorde a quien había sido hasta su infracción – de ahí el ejército de expertos que explican el comportamiento del individuo para encontrar y aplicar su castigo. En los Estados absolutistas del siglo XVI, el crimen era una traición contra una persona concreta – la fuente misma de legalidad establecida – y el suplicio en tanto castigo era usado como un despliegue de venganza personal. Así, un supliciado es la contraparte de una aplicación violenta de justicia, que lo distingue de entre el resto de los súbditos por la infracción cometida, y se vuelve más una representación de su crimen que una persona específica.
El castigo de la protagonista es ser grabada sufriendo – mucho y reiteradamente –sin que la ayuden, porque su crimen fue observar sin ayudar. El suplicio que se le aplica está motivado por un insulto a los que detentan la autoridad en una época de democracias: todos –o bien, cualquiera–- detentamos cierto poder político, y todos fuimos insultados personalmente por su crimen. Quienes la graban sufriendo se sienten agredidos íntimamente porque son observadores. Mientras escapa desesperada de la escopeta de un enmascarado, mientras está a punto de ser violada con una sierra eléctrica, ellos observan y graban.
En ese sentido, si el castigo es ejemplar –¿ejemplar para quién? ¿los espectadores no somos otro modo de observadores?– advierte: cuidado al observar y grabar. El crimen redobla su infamia, aparte del horror que la inacción ante una escena de tal brutalidad despierta, porque la criminal la grabó. Quien se ve agredido por este horror redoblado ostenta como arma de castigo la misma herramienta con que aquella cometió su crimen: una cámara de celular. Y ahora medio mundo –o bien, cualquiera– tiene uno. Así, el capítulo traza un vínculo entre la protagonista, su mundo y el espectador, a través de la grabación.
Por otro lado, el castigo también sirve como fuga de tensión entre la acción/inacción que hay al observar; a pesar de cierta intuición hermenéutica generalizada (cada grabación es única, recrea y transforma lo grabado), grabar sigue siendo una acción pasiva en contraste a, por ejemplo, una violación. Si grabar puede volverse un crimen atroz –como en el capítulo–, entonces se busca que grabar también tenga facultades judiciales.
Guardar lo vivido es un superpoder. La filosofía que estudia el lenguaje y la historia lo saben: eso cambia al mundo. El acceso que permite un celular, da a la humanidad el registro acumulado de dos modos de información: objetiva y subjetiva –técnica y personal. Gracias y a través de ellos podemos informarnos de casi cualquier dato que conozca la humanidad sobre su entorno –información objetiva–, y entre todos esos datos, de lo que uno mismo ha registrado de su vida –información subjetiva. El individuo se empodera a través de la tecnología: su capacidad para intensificar la expresión de su libre opinión y de registrar la propia perspectiva, aumentan exorbitantemente con un celular. Así un crimen cometido gracias a un celular los afecta de manera personal –y por ello el castigo es un suplicio– en tanto reconocen un arma homicida en el medio que los empodera: observar y guardar.
¿Qué hay que recordar en este suplicio? En este suplicio lo que se nos presenta a ser recordado es que hoy hay nuevos medios para vulnerarnos; es decir, que desde una tecnología que nos aumenta aparecen nuevas formas de cometer, padecer y juzgar injurias; que por lo que hemos crecido como humanos –y hay que saber que lo hemos hecho–, es también con lo que nos hacemos daño, sea el daño venganza, crimen o ley.