Más allá de las cifras que han sido publicadas millones de veces acerca de los asesinatos y desapariciones en México que exceden las de algunos países en conflicto bélico, hablaremos aquí de la guerra civil simbólica que sirve como fundamento a aquella otra. Y es que por desgracia pareciera que lo único que ha venido a transparentar la tan llamada «cuarta transformación« es el abismo que separa a unas clases de otras en México. Y no solamente habría que hablar de clases socio-económicas aquí, sino de clases sociales instauradas en la mentalidad de las personas, que la mayor parte de las veces no tiene nada que ver con el nivel económico. Así, dos personas con ingresos similares pueden creerse parte de una clase totalmente distinta, incluso puede pasar que alguien con poco ingresos se sienta parte de la clase alta y viceversa. De hecho, es lo más común. Esto hace que estemos todo el tiempo lxs unxs contra lxs otrxs sin saber exactamente contra quién estamos luchando, cuando en realidad todxs estamos solamente siendo presas de la competencia del capital más básica.
Para llamar por su nombre a este fenómeno del que estamos hablando hay que decir se trata de una guerra civil y aceptar que es una donde todos los ciudadanos estamos involucrados. Todxs formamos parte de un bando queramos o no, todxs participamos de las matanzas y desapariciones que suceden a diario en nuestro país, ya sea directamente apoyando alguna postura política determinada que siembra el rencor u odio hacia el contrario o los diferentes, o simplemente a través de actitudes que refuerzan la división entre clases, o consumiendo productos en cadenas que incrementan la desigualdad, etcétera. Hay infinitas de formas de participar en esta guerra y lo peor es que, aunque sepamos que somos nosotrxs mismxs las víctimas, no podemos detenerla.
Ahora bien, los bandos en esta guerra no están perfectamente definidos y ese es uno de los grandes problemas que tenemos, pues en cualquier momento la persona que se encuentra al lado puede develarse como tu oponente y de un segundo a otro desear tu muerte y hacer todo lo posible –apegándose a la ley o no– para que ello suceda. Tal es la situación en México y hay que aprender a reconocerla. Pero también hay que recordar que esta condición normalizada de violencia cotidiana no es la única posible. Si bien podríamos hablar de una confrontación o lucha por la supervivencia más o menos instintiva que compartimos con todas las especies animales, o incluso vegetales, al menos podemos decir que la forma de resolver esos conflictos de la existencia vital son infinitos y no tenemos por qué conformarnos con el actual modo sangriento, cruel, despiadado y estúpido de hacerlo.
Hay que aprender a reconocer que se trata de un sistema entero que nos ha inculcado la idea de que el de al lado es nuestro enemigo. Pero para combatir a este régimen, también hay que identificar que en ese sistema no es verdad que cualquiera sea un tirano, asesino o ladrón desmesurado en potencia. La mayoría de nosotrxs no tenemos muchas opciones. Estamos condenadxs a pelear contra los que se encuentran más cerca de nosotrxs, incluyendo nuestrxs amigxs y familiares. Pero en cambio hay otros que sí están sometiendo, matando y robando masivamente. Estos son ciertos actores vinculados con la política, es verdad, pero, más aún, la pequeña élite de capitalistas explotadores y saqueadores que, siendo el 1% de la población, se reparten más del 60 por ciento de nuestras riquezas.
En otras palabras, en la vida cotidiana no estamos peleando contra los grandes monstruos, estamos hostilizando a los que menos lo merecen. En verdad tendríamos más lógicamente que combatir a aquellas grandes corporaciones que nos dominan que a cualquiera de lxs que se encuentran próximxs a nosotrxs. Nuestros enemigos son en realidad aquellos. Y cuando decimos que nuestros adversarios son los capitalistas no estamos hablando de los pequeños empresarios ni emprendedores inocentes que muchas veces sólo quieren sobrevivir. Estamos hablando de un grupúsculo de dueños de México que la mayor parte de las veces ni siquiera viven en este país o no pasan mucho tiempo en él, porque dirigen, desde la comodidad de otros territorios, esta guerra donde la confusión entre bandos les brinda aún más seguridad para poder continuar promoviéndola.
Este texto, es necesario aclarar, no es un llamado a ninguna guerra contra nadie. Trata de ser solamente una descripción de nuestra situación actual y, en todo caso, se esboza como un llamado hacia detener cuanto antes la masacre en que vivimos. En este sentido, se propone como primer paso la identificación del problema y nada más que eso. No se trata de ningún tipo de proclamación nacionalista ni llamado a ningún tipo de acción específica. Por el contrario, creemos que no hay una sola forma de actuar contra ello, sino que a partir de la identificación de nuestros obstáculos se pueden abrir infinitas maneras de afrontarlo y resolverlo. No ganaríamos nada haciendo la guerra contra nuestros opresores, pues evidentemente tienen los medios para destruirnos en segundos. Por una línea muy distinta a ésta, proponemos asumir nuestras relaciones unx a unx, cuerpo a cuerpo, de otra manera. No dejar que esta guerra invada nuestros vínculos con lxs otrxs puede ser uno de los mayores actos de resistencia.