CLEPSIDRA, DE CAROLINA FUSILIER – Gustavo Cruz

La clepsidra fue un instrumento utilizado en la antigüedad para medir el paso del tiempo en ausencia del sol. Gracias al flujo de líquido hacia o desde un recipiente graduado, se determinaba el tiempo que un orador podía hacer uso de la palabra o la duración de guardias nocturnas en campamentos militares. Que el nombre de este viejo artefacto haya sido utilizado por la artista Carolina Fusilier (Buenos Aires, 1985) para titular una exposición construida con algunas premisas de la ciencia ficción es una paradoja premonitoria del protagonismo que las ideas de tránsito o cambio tienen en todo el proyecto. 

Conformada principalmente por pinturas de gran formato, esta muestra tiene como premisa una ficción cuyo escenario espacio-temporal no ofrece mayores coordenadas que el aislamiento, una distancia inconmensurable respecto a nuestro aquí y ahora que se materializa a través de lienzos en los que se representan interiores envueltos por una densa oscuridad. El futurismo es declarado gracias a figuras robóticas que habitan dicha penumbra acompañadas por dispositivos de los cuales emanan inciertos destellos artificiales; el llamado de mundos lejanos en los que la información corre con vértigo enervante. Fusilier ha recurrido al claroscuro para pintar todos estos elementos. Sin embargo, la célebre técnica del barroco europeo no sirve aquí para generar volumen gracias al contraste entre las luces y sombras de una misma figura. Al contrario, Fusilier la utiliza para dotar a todos estos elementos de una presencia fantasmal. Con profundos campos de color como fondo de sus pinturas, en los que un espeso negro se degrada hacia el rojo, verde o azul, los cuerpos aparecen gracias a contornos pintados en tonos claros, luminosos. No hay mayor esfuerzo de parte de la artista por dotar a estas figuras de consistencia, más allá de señalar los brillos y reflejos de sus superficies metálicas o cristalinas. 

Los lienzos resultantes están plagados de misterio, son paisajes especulativos en los que el tiempo transcurre ralentizado, al compás de un calmo mar que se deja ver a través de las ventanas que Fusilier colocó en los muros de sus interiores. Más significativo aún, las escenas configuradas por la artista dan cuenta de momentos de tedio, un tiempo libre de la conmoción que solemos proyectar al mañana y que el resplandor de los dispositivos pretende interrumpir, sin lograrlo. Acostumbrad*s a emparentar la modernidad –y, por ende, el futuro– con la velocidad, el estruendo y la luminosidad, rara vez encontramos en la ciencia ficción espacio para la representación de la pausa o la contemplación, como si el fin último de la tecnología fuera eliminar los periodos de espera que siguen predominando en nuestras vidas cotidianas. 

Si se mostraran solas, estas pinturas bastarían para constatar la preocupación de la artista por el problema del tiempo y sus diversas modulaciones. Sin embargo, Fusilier completa su exposición con una instalación multimedia que no deja lugar a dudas. En una habitación separada, la artista ubicó en los muros doce pinturas de contornos orgánicos. En cada una de ellas, diáfanos recipientes cuya transparencia delata líquido en su interior –y del cual brotan entes vegetales– están acompañados de segunderos que corren sobre una superficie sin marcas. Hacia un costado de esta habitación, una barroca composición de figuras cristalinas conforma una escena tecno-alquímica de la cual surge una grabación que, a pesar de la evidente manipulación sonora, podemos identificar como un insistente oleaje. Entre esta rica ambientación, hay un detalle fundamental que se devela gracias a la profusión de cables alrededor del conjunto. Coronando las pequeñas torres de cristal, hay bocinas desnudas a través de las cuales se cuela el rumor de la mar digital; en su interior, saltando al ritmo de las vibraciones, encontramos montículos de pigmentos puros cuyos colores son idénticos a la paleta de los lienzos: la pintura, en su estado más arcaico, afectada por el brumoso ritmo del océano. A consecuencia de este gesto primordial, puedo dejar de ver en Fusilier a una mera artista, para encontrar en su lugar a una alquimista del futuro preocupada por encontrar la fórmula gracias a la cual la pintura sería capaz de captar el tiempo, de dotarlo de cuerpo y densidad.  Y sé, también, que con “Clepsidra” lo ha logrado. 

*La muestra puede visitarse en la Galería Daniela Elbahara hasta marzo de 2022.

**Fotografías por cortesía de Carolina Fusilier.

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