Lo que ha quedado claro en estos días de emergencia sanitaria es que la famosa pandemia solamente exacerba ciertos procesos que ya estaban echados a andar. Acelera y explicita las agendas, volviéndose el pretexto perfecto para cualquier cosa. Hace más evidente lo que ya estaba ahí. Es la coartada ideal para desencadenar acciones o mecanismos que estaban ocultos sólo esperando a poder ser justificable su salida a la luz. Así no solamente podemos explicar los fenómenos políticos, sociales y económicos, sino también que lxs filósofoxs del mundo sólo confirmen sus tesis, cosa que aquí nos interesa más que todo lo otro. Y en nuestro caso también continuaremos con una serie de reflexiones que ya hemos tenido en otros lugares.
Así como en la economía esta pandemia ha puesto en evidencia y ha reforzado la diferencia de clases, en filosofía pareciera que esta dinamitación de la misma que viene con la pandemia, exacerba también la diferencia entre forma de acercarse o hacer del pensamiento. Para empezar, es notable la proliferación de una gran cantidad de otakus, o fans, de la filosofía. Ya hemos analizado que este proceso tiene cabida y desarrollo en una sociedad donde la información es lo que prima. Entonces la filosofía se convierte en un valor lo suficientemente elevado como para constituirse como casi único criterio para poder distinguir entre una información y otra. Pero precisamente por eso, también se ha desplegado un mecanismo de jerarquización de árbitros, catadores, jueces o expertos de la filosofía, distinguibles entre sí precisamente por su capacidad o grado de competencia para dictaminar.
En el nivel más primario de quienes se ocupan de la filosofía estarían aquellxs que podríamos clasificar de simplemente otakus de la filosofía, quienes son solamente repetidorxs de contenidos. Su labor en el ecosistema de la información consiste en difundir ideas, ocasionando voluntariamente o no que los criterios establecidos desde la filosofía se hagan más populares. Aquí están no solamente los amantes de la filosofía como meros aficionados o lectores amateurs. Están también la mayoría de lxs profesorxs o estudiantes de esta disciplina cuando lo hacen en un marco institucional y normativo académico. Y, aunque parezca extraño, ambos tipos de personajes estarían ahí porque comparten la cualidad de que no generan nada, solamente se dedican a dar difusión a los discursos ya existentes y provenientes sobre todo de las academias reconocidas de alrededor del mundo.
Luego están lxs filósofxs mainstream, que son justamente aquellxs que se vuelven también líderes de opinión y que son leídxs casi en tiempo real mientras están escribiendo. Tal es el caso de aquellxs filósofxs que de pronto se volvieron recurrentes para pensar la pandemia actual incluso rápidamente se editaron blogs, revistas en línea, traducciones y hasta libros recopilatorios o por autor. Sobre este tipo de filósofxs, como es obvio, recae una gran responsabilidad social. Y, más aún, en estos momentos todo el mundo recurrió a ellxs para tratar de comprender lo que estaba sucediendo. Es en este nivel donde se pusieron realmente en juego las jerarquías de popularidad, pero también las posiciones políticas tan suaves o tan radicales como su propias asunciones existenciales se lo permitían a cada unx. Ante tal encargo social, muchxs de ellxs prefirieron no ponerse en oposición directa a las medidas de seguridad sanitarias porque, es verdad, sería peligroso. En este nivel la sociedad manda y a fin de mantenerse a sí misma frena todo lo que puede orientarla hacia su propia destrucción, de tal modo que lxs filósofxs mainstream, serían aquellxs justamente se mantuvieron en la línea de lo aceptable. A cambio, las tan frecuentes cancelaciones actuales se mantuvieron lejos.
Pero por otro lado está lo que podríamos denominar como punk filosófico. Y antes que nada hay que recordar que también dentro del punk hay ligas mayores y ligas menores. Dentro de las primeras podríamos situar por ejemplo el caso del pensador italiano Giorgio Agamben, quien ha sido muy criticado por varias de sus opiniones respecto a la pandemia. Pero no es el único que podríamos citar aquí. Es, si acaso, sólo la punta del iceberg de una inconmensurable cantidad de pensadorxs que quizá por su misma peligrosidad no pueden ser populares y muchas veces ni siquiera ser aceptadxs dentro de las instituciones que ostentan la etiqueta de «filosofía» dentro de sus estatutos o insignias. La mayoría de las veces no hay nombres en este piélago de ideas que rondan los márgenes de la sociedad. Y, sin embargo, es ese magma lo que compone no sólo el sostén de la filosofía como práctica viva, sino también el pensamiento que se mantiene aún por venir. Se trata de uno que se atreve a pensar fuera de las normas sociales y que no puede ser mainstream, por su misma naturaleza de riesgo. No solamente toca los límites de lo social, sino los márgenes de la vida.
En medio de la pugna que se suscita entre las tres esferas mencionadas arriba (quizá entre muchas otras) se va constituyendo la historia de la filosofía. Nunca se sabe lo que los pliegues del devenir permitirán que se imponga y lo que quizá sobreviva de otras maneras, como meros rumores o encarnado en otros nombres. Se trata de apuestas existenciales que se llevan la vida entera de quienes las juegan.