Economía feminista y el Apocalipsis de la gente – Cassie Thornton

Cuando era una niña viviendo en un departamento dentro del área rural de Chicago,  la cual pronto sería considerada como suburbio, solía revelarle a mi mamí que me sentía pobre. Una noche le dije que sentía envidia de un chico que tenía ropas bonitas y un coche silencioso. Mi mamá apagó la estufa eléctrica y me apresuró hacia su Chevy Cavalier, llevándome a dar un paseo por las áreas de la clase media en Grayslake, Illinois, dándome un tour sobre lo que estaba y lo que no estaba detrás de las corrientes ventanas de las casitas modulares de lxs “nuevxs ricxs”. Visitamos una nueva subdivisión, que era aún solo un sitio en construcción, edificada directamente sobre pantanos y humedales. Era hora de la cena, o casi, en aquellas veinte casas que ya habían sido construidas. Nos estacionamos en frente de una de esas casas decoradas sobre la avenida Lexington, donde cada cuarto por separado estaba iluminado por una televisión distinta.

Mi mamá les señaló y dijo “ ¡Mira a toda esa gente miserable! ¡Tienen tanto dinero, sin embargo, siguen estando solxs y sufriendo! ¡Nosotras también somos miserables, pero ellxs tal vez ni siquiera hablen unxs con otrxs!”.

Este tipo de  performances (¿existenciales?) filosóficos usualmente terminaban en un largo trayecto en coche hacia la casa, y una disculpa en nombre de todo aquello que haya alguna vez vivido: ella nunca me hubiera querido traer consigo a un mundo donde todxs están sufriendo como si ése fuera su trabajo de tiempo completo. Para ella, el apocalipsis habría llegado hace mucho tiempo, y eso significaba que ella tenía que trabajar en empleos terribles donde el principal protocolo era el de “mantenerse ocupadx” al mismo tiempo que tenía que usar muchísimo maquillaje. Para reconfortarme en mis llantos, ella siempre me recordaba “todo lo que tienes es a tí misma”.

Era el año de 1995, en las vísperas de la revolución de los préstamos de alto riesgo en el área de Chicagolandia. Eventualmente nos mudamos a la avenida Lexington por un año, para después declararnos en bancarrota, y tener nuestra propia casa modular embargada. 

Solidaridad, lo conocido desconocido

En un estudio del año 2010, realizado por la Reserva Federal de San Francisco, se revela que el riesgo de que se cometan suicidios aumenta cuando la gente que tiene un ingre$o menor vive dentro de una comunidad más pudiente. Las “comparaciones entre los ingre$os interpersonales” generan escenarios en los cuales una persona intenta seguir el ritmo del vecinx,  y la competencia de una persona pobre con una rica define el valor de su vida. En este escenario, el tener poco dinero significa un tipo de muerte. 

Como economista feminista, artista y sujetx financierx (equipada con entrenamiento y habilidades financieras propias de mi madre), estoy obsesionada con probar que la persona que se supone que debo querer ser (una persona fantasma en una casa bella con un carro silencioso) también se siente como una fracasada miserable (sola en la noche mirando la televisión, en consonancia con lo que fue mi educación durante la infancia). Estoy en una perpetua búsqueda por la solidaridad con los supuestamente “ganadorxs” del juego de la autogestión financiera y la brutal normatividad dentro de la cual estamos forzadxs a jugar. Quiero ver las endebles, podridas y oscuras áreas en donde viven lxs ricxs porque me hace sentir menos perdedora. 

La tendencia nace tanto del rencor y la competencia, así como también del amor y la esperanza por una subversión colectiva del todo. Al mirar las áreas amargas en la vida de lxs ricxs, podríamos desmentir nuestra creencia de que este tipo de vida es un fin en sí, o que ni siquiera es necesariamente deseable. Donde hay poder, dinero, o ambos, también hay miseria y vulnerabilidad porque tenemos que desmentir nuestra sobrevaloración de la riqueza financiera (no tenemos otra opción). Pero simplemente desinflar la noción de riqueza no va a hacer que la gente rica quiera compartir, o subvertir el sistema individualista del valor hacia uno comunal: esto no va a prevenir este apocalipsis. Cuando unx se siente desempoderadx y pobre es difícil imaginar que algo pueda hacerse. 

Mi entrenamiento cómo unx sujetx económicx perdedor me lleva hacia un territorio llamado economía feminista, que quisiera ver como una práctica colectiva, y que podría describir en doloroso detalle, pero que aún no logro darle cuerpo. Relaciono la economía política con una especie de experiencia colectiva que podría reconstituir nuestra idea y deseo de experimentar el riesgo. En vez de estar constantemente arriesgando todo para sobrevivir económicamente como individuxs, podríamos utilizar nuestra energía para tomar riesgos con el fin de generar firmes y profundas experiencias colectivas solidarias, en donde el éxito sea medido de forma distinta –fuera del PIB o de parámetros de ingre$os.

Sin embargo, caracterizaría este momento como uno donde mis habilidades, ganadas a pulso de carrerismo autosuficiente y siendo una sobreviviente autónoma, podrían inclusive trabajar en contra de las prácticas de una verdadera economista feminista, la cual estaría basada en reimaginar colectivamente el valor. Desafortunadamente mi experiencia como una sobreviviente financiera me ha enseñado a posicionarme en modo defensivo en contra de la economía depredadora que quiere secarme y succionarme, y aún no se cómo ser de otra forma. En la introducción de Cruel Optimism, Lauren Berlant admite que su libro entero emana de su escritura proprioceptiva –una respuesta que es preconsciente, casi muscular– en dónde ella es la sujetx que ha sobrevivido, con cicatrices, a la violencia de las circunstancias que describe. Como una sujetx afectada, me pregunto ¿cómo sería una economía feminista post-individualista? ¿Yo puedo ser confiable para imaginarla?

Violencia económica

El objetivo (de la industria financiera) es mantenernos engachandxs hasta nuestra muerte, e inclusive más allá de la tumba… 

-Andrew Ross, Creditocracia (2014)

Es importante recordar que un sistema económico malévolo no sirve a la vida o a lo viviente –sino que extrae ganancias de las personas a la cuales se supone tendría que servir. Tal vez al identificar la financiarización como una característica de la época en la que vivimos –en donde todo negocio, servicio y persona, está siendo valorado por su habilidad de hacer dinero a través de inversiones financieras, en vez de a través de su habilidad de producir bienes, servicios, beneficios sociales u otras formas de valor– seamos capaces de ver esa la malicia como un sistema fuera de nosotrxs, y rechazarlo en vez de internalizarlo. 

Un derivado de la financiarización ocurre cuando las industrias socialmente necesarias, como la salud, vivienda y educación, se miden por su habilidad de generar ganancias en vez de serlo por su función en el área o servicio para el que están pensadas. No somos instrumentos financieros, y la forma en la cual las infraestructuras que apoyan la vida están motivadas por la ganancia no es algo natural ni permanente. Nuestras infraestructuras públicas no siempre fueron fallidas, los presupuestos ciudadanos no siempre dependieron de que la policía recaudara dinero al presentar más personas frente a la justicia; y la salud, la educación y la vivienda nunca fueron tan caras e inaccesibles para la gente común como lo son ahora. El adoctrinamiento neoliberal de la economía nos tiene creyendo que deberíamos estar siempre trabajando, progresando y nunca volteando a ver hacia atrás; no se nos permite tener tiempo para actividades no-económicas, ni para recordar que existen alternativas a este sistema. En efecto, vivir en una ciudad grande en Norteamérica asegura que no tengas mucho más tiempo que el dedicado a trabajar, debido al alto costo de la renta (incrementado en San Francisco hasta en un doscientos por ciento en seis años). Pero el sub-producto más debilitante de la agenda económica actual es que llena por completo nuestras horas de vigilia con trabajo, el cual es cada vez más sin un contrato de por medio, freelanceando, por pequeñas chambitas, y realizándolo en aislamiento. Si lograramos dejar de producir dinero, dejar de incrementar el capital humano, entonces moriríamos. ¿Es esto cierto? Esta serie de circunstancias nos enseña que sólo podemos permitirnos el cuidado de nosotrxs mismxs –y que estamos solxs.

La situación no es igual para todxs. Mientras que todxs estamos enroladxs en esta guerra financiarizada de clase y raza, algunxs somos lo suficientemente privilegiadxs de no tener una pistola sobre nuestras cabezas. Hay muchas formas de violencia directa e indirecta viva en este momento financiarizado en los Estados Unidos, la sociedad más ostentosa que existe en el planeta. Mi trabajo se ha enfocado principalmente en la gente (como yo) que estamos ahogándonos pero luchando para mantenernos a flote, quienes  encontramos una forma desgarradora de inmovilidad y angustia existencial a pesar de nuestra relativa posición privilegiada. 

Entre nosotrxs, quisiera articular una elección silente que siempre estamos tomando. En medio de la violencia policiaca, deportaciones, sin techo, encarcelamientos injustos, seguimos pagando la renta y yendo a trabajar, persiguiendo la imposible tarea de manejar nuestros riesgos personales en un mundo donde los riesgos son tan grandes y tan sistémicos que para nosotrxs es casi imposible que eventualmente triunfemos. No vemos esto como una opción, porque parece imposible sacrificar nuestro acceso a nuestros medios de supervivencia bajo el capitalismo financiero por buscar una aún no explorada experiencia de colectividad, cuidado y apoyo mutuo; abandonando la idea de que podemos ser sujetxs capitalistas exitosxs. ¿Cómo vamos a dejar ir lo que conocemos, que son nuestros sueños falsos y mortales de éxito individual, dentro de este sistema asesino para así construir un todavía inimaginable mundo social organizado alrededor de la gente y su cuidado?

Aún cuando hacemos otras opciones transparentes, fácilmente viables, la mayoría de nosotrxs continuamos trabajando para asegurarnos una vida que nos es costosa (para nuestra salud y el planeta, social y financieramente), pero esto es familiar y cómodamente incómodo. En los Estados Unidos, el costo por vivir es tan alto que para que logremos cambiar nuestras vidas, volcarnos hacia lo colectivo, hacia la protección, parece ser que nos costaría todo lo que tenemos y conocemos, inclusive si todo lo que tenemos es la deuda y lo que conocemos es la confusión y la ansiedad. Éste es el círculo vicioso. En nuestras búsquedas individualizadas para usar nuestras medidas financieras con el fin de asegurar nuestra vivienda, salud y educación, hemos aprendido algunas lecciones de autosabotaje: estamos desempoderadxs, somos errores que no logran hacer nada bien más que tal vez hacer algo de dinero que de todas formas desaparecerá.  

Prácticas encuestadoras contra-profesionales para analizar el fracaso

Tal vez es porque siempre he explorado la crisis financiera en mi trabajo que yo misma me contraté para convertirme en mi propio sujetx de estudio –completamente precaria en todo tipo de sentidos, sin casa estable, trabajo, seguro social, familia, cultura ni comunidad. Lxs norteamericanxs que experimentaron una emergencia médica o la muerte de alguien queridx son muy probablemente próximos candidatxs a engrosar las filas de quienes están en bancarrota o la pérdida de su casa o el desahucio mismo. En 2015, cuando mi padre murió, falté al trabajo y no tuve suficiente dinero para pagar la renta. Intelectualmente comprendí que mi experiencia sobre su muerte tenía repercusiones que estaban conectadas con un momento más amplio de apocalipsis político, social y económico. Aún así, el pánico que creció después de no tener dinero en mi cuenta de banco fue un grito aún más fuerte que cualquiera que hubiera experimentado antes. Guardado dentro de mi cuenta de banco estaba mi evanescente acceso a una casa, mi sentido de autoestima, mi sentido de ser un fracaso o un éxito, mi habilidad de funcionar socialmente, o el dinero inicial que necesitaba para ir a trabajar. 

Quería saber que no estaba sola en mi miseria. Sabía que la precariedad que experimentaba era común entre otras personas en mi vida –aunque esto fuera invisible. Quería una manera en la cual las personas pudieran abrirse sobre aquellas cosas por las cuales se sentían vulnerables para hablar, cosas de las cuales unx nunca preguntaría. Yo tenía miedo de hablar, entonces hice una encuesta que pudiera exponer cómo es que lxs amigxs lidiaban con esta creciente falta de estabilidad, tanto conceptual como material. Yo quería aprender quién más estaba inconforme con el mundo tal cual y es, y de acercarles mutuamente. Esta encuesta no era objetiva, planeada o diseñada para producir resultados útiles. Era más bien un grito de ayuda.

Por hoy, revisaremos las respuestas a dos preguntas:

  1. ¿Qué tan a menudo te quedas sin dinero? Si te quedas sin dinero, ¿cómo te sientes y qué te provoca esto interna y externamente?
  2. ¿Qué formas de autodefensa económica realizas? ¿Cómo consigues el dinero, por medio de estafas o por medio de empleos?

Lo que la encuesta revela no es cuantificable, ni siquiera proveé una medida económica. Revela que sobrevivir es difícil porque debajo de una falta de recursos materiales no existe una cultura de participación significativa en lucha compartida. Cuando el dinero se evapora, o el trabajo es inaccesible, entonces no existe nada seguro sobre lo cual sostenerse. Cada error es un punto de quiebre al cual cada individux tiene que: recoger todo e irse de la ciudad, esconderse en alguna casa, pasar todo el día y la noche chambeando, o de plano leerse las cartas de tarot para que nos den una visión sobre nuevas formas para lograr sobrevivir. Ocasionalmente alguien cuida de la otra persona, pero esto es bajo su propio riesgo y no es una responsabilidad distribuida entre la comunidad. Esta forma de supervivencia individual se ha convertido en algo normal, en una obviedad.

Esto no está funcionado. Cada persona describe sus propios problemas financieros, sus ingenios, sus luchas internas, y describe cómo han estado trabajando a través de la dificultad de sobrevivir materialmente dentro de un aislamiento relativo; atravesando la defensa económica como soldadxs solitarixs, o deslizándose hacia la oscuridad con tan solo pequeñas chispas de apoyo por parte de otras personas. En los casos de aquellxs que no se han quedado sin dinero, es raro cuando algunx de ellxs ve su dinero como un recurso para apoyar a otrxs, o como un bien colectivo.  

Invité a hombres de Fiverr, un sitio de internet que se dedica a contratar servicios freelance, a que contestaran frente a una cámara de video algunas de las respuestas a dos de las más directas preguntas económicas dentro de la encuesta. La decisión de registrar las respuestas de esta forma fue basada en mi propia curiosidad –no podía imaginar cómo es que sería el ver a onvres articulando alguna vulnerabilidad ya sea económica o emocional, o abiertamente pidiendo ayuda detalladamente, compartiendo experiencias, o expresando un deseo de solidaridad de esta manera. Al final, mi petición fue rechazada por cinco de los veinte onvres a quienes les pedí que dieran su testimonio. Su rechazo resultó expresado en una o dos oraciones. Lo mantenían en un sentido profesional al decir que simplemente ellos no participarían de un material “de este tipo”.

La petición hecha a onvres que trabajan en Fiverr se presenta en forma de encuesta con un significado distinto al original. Si la encuesta fuera realizada a mujeres y no-hombres, inherentemente preguntaría “¿cómo es que sobrevives en este mundo de mierda, y estás tan molesta como yo lo estoy?”, entonces la encuesta para onvres decía “¿tienes el suficiente coraje para permitir que el sufrimiento de alguien más entre a tu cuerpo y en el perfil de tus redes sociales?”

Fantasía de Venganza

…el cuerpo y la mente son sensibles y reactivos a regímenes de opresión, particularmente nuestro régimen actual neoliberal, de supremacía blanca, imperialista-capitalista, cis-hetero-patriarcal. Es que todos nuestros cuerpos y mentes acarrean el trauma histórico de esto, que el mundo en sí mismo es lo que nos vuelve y mantiene enfermas.

-Johanna Hedva “Teoría de la mujer enferma” (2016)

Quiero una economía feminista que reconozca este trauma y que pregunte a lxs abajcomunerxs que están cansadxs, escondiéndose, miedosxs, o en cama ahora, a quienes han sido despojadxs, igonradxs y violadxs: ¿qué se podría ofrecer para compensar a quienes han sido quebradxs por el poder y las finanzas –y cómo?. Quiero ofrecer una lógica e infraestructura para detener al onvre que insiste en que la salud corporativa es el modelo que funciona cuando, bajo todos los estándares, la explotación, injusticia, inequidad y enfermedad están avanzando. Necesitamos una forma distinta de entender el valor en nuestro mundo y cultura; necesitamos enfocarnos en la vida, no en el capital; necesitamos practicar la solidaridad real. Ésta sería la economía feminista, y la única forma de encontrarla es implicarnos en la desobediencia económica.

La desobediencia económica puede tomar muchas formas, y como individux puedes hacerlo solx como una forma de entrenarte a ti mismx para superar el estigma de ir en contra de la ideología dominante. También te puede ayudar a desarrollar una fuerza espinal para dejar de creer, y por lo tanto de obedecer, las reglas del capitalismo. Puedes dejar de pagar los impuestos o las deudas, y también puedes salirte de los esquemas. Cualquiera de estas acciones tendrán repercusiones que nos costarán dinero, tierra o una experiencia con la (muy cara) justicia judicial; a menos que tengas una red que te apoya, que genere estrategias junto contigo, y que transforme tus acciones personales en una intervención significativa social-política colectiva. La economía de libre mercado te enseña (y a tu familia, si es que tienes una) que eres lo único que tienes, y lo único que importa. Es solamente derribando esa idea en la práctica que alguien puede realmente comenzar a reestructurarse a sí mismx y a la economía. No hay nada más difícil que quedar contra la pared: el capital financiero y todas sus leyes, claves sociales y morales. Este acorralamiento contra la pared –solxs, lo cual nos aleja del cuidado, el hogar y de estar lxs unxs con lxs otrxs– nos está enfermando. 

Mi fantasía de venganza es así: alguien te llama, ellxs te piden si quieres ser parte de El Holograma, el nombre clave para una enorme red ramificada de teléfonos de mujeres, no-onvres y trans, que están en contacto todo el tiempo. La forma de este teléfono arbóreo es realmente más como un rizoma, si pudieras ver la conversación desde arriba. Su pista es descentralizada e irrastreable, clandestina a la luz del día, porque parece como si tan solo estuviéramos en el teléfono, escribiendo cartas, mandándonos postales, eskaypeando, googleando, faiksbukeando, enviando correos, facetimeando. Ya saben, “trabajo de mujeres”.

Estamos haciéndonos preguntas lxs unxs a lxs otrxs sobre lo que nos duele y dónde nos duele, y tomando notas. ¿Qué estamos haciendo? Estamos entrevistándonxs lxs unxs a lxs otrxs sobre nuestras condiciones y nuestra salud, nuestras vidas, cómo es ser como somos. No sabemos por qué estamos llamadxs a tener estas largas y poco manejables conversaciones, pero no podemos dejar de aprender sobre la vida de lxs demás y sobre cómo son. Esto nos mantiene vivxs; se siente como un portal secreto al centro de la tierra, de regreso a nosotrxs mismxs. Estamos preguntando sobre las relaciones, sobre las historias de salud mental, sobre las violencias en los lugares de trabajo, sobre las plantas, sobre pintarnos las uñas, sobre los dramas familiares, las adicciones, la ansiedad, sobre el tipo de crema de maní que nos gusta, y sobre nuestras aspiraciones políticas. Estamos tomando notas y las estamos ordenando dentro de carpetas encriptadas. Estamos al tanto y seguimos preguntando.

Estamos buscando en internet sobre doctores radicales que tengan cuotas de recuperación más accesibles y atentxs a si un amigx necesita una cirugía. Parece ser que el trabajo más importante a realizar, sea completamente invisible –estamos aquí sentadxs en el sofá y nadie sabe qué estamos haciendo a menos que ellxs están haciendo lo mismo. Para la gente nueva es difícil y un poco frustrante entender a hasta qué grado no hay más metas que hacernos de vínculos, generando confianza y solidaridad. El punto es que hay un entretejer bastante complejo de amistad y responsabilidad colectiva, una red que no puedes ver pero que puedes sentir, y se siente fuerte.

Algunas personas renuncian a sus trabajos. No porque se trate de una chamba pagada, sino porque cuando escuchamos lo que les está pasando a aquellxs a quienes fuimos educados para amar –tan solo del otro lado de la frontera, o del charco, o por una división racial–, vamos a ir con ellxs y estar con ellxs. En esta red de llamadas telefónicas, mensajes y conversaciones virales, vemos que nuestros problemas están conectados en diversos grados. Vemos hacia atrás y recordamos cuando pensamos que todo era nuestra culpa, que todo estaba en nuestras cabezas. Pero no lo estaba, y no lo está. Nos cuidamos y nos hacemos responsables entre nosotrxs, por nosotrxs mismxs, y nos sostenemos juntxs. Punto.

*Este texto fue originalmente publicado en inglés en GUTS. Posteriormente una primera versión de su traducción al español puede fue editada para el libro conmemorativo Imaginación política: Encuentro internacional. Volvemos a publicarlo en el contexto de la contingencia por el COVID-19 en una versión revisada y mejorada.

**La imagen que acompaña a este post pertenece a la artista Cassie Thornton y fue empleada con su permiso y se muestra completa a continuación:

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CASSIE THORNTON
Es un día normal, todos están aburridos, todo lo bueno parece imposible. Una pequeña mujer blanca hace un berrinche en la cafetería de tu escuela acerca de su educación lucrativa en una «institución pública», la forma en que su escuela ha colonizado la ciudad y su futuro de cero-dinero en trabajos bajos, deudas impagables y desalojo constante. Es Cassie Thornton, o unx de sus agentes. Cassie produce situaciones sociales perversamente impactantes que terminan en transformaciones inesperadas en las calles, en lugares de trabajo y escuelas. Detiene el tiempo para exponer todas juntas las incógnitas desconocidas que residen en los silencios entre personas, instituciones y economías. También conocida como el Departamento de Economía Feminista (FED), el trabajo de Cassie investiga y revela el impacto de los sistemas gubernamentales y económicos en el afecto público, el comportamiento y el inconsciente, con un enfoque en la deuda y la seguridad. Ella es una economista y artista feminista que utiliza la danza, la escritura, el arte visual, la hipnosis, la investigación experimental, tours y radio, para revelar la deuda como una fuente de solidaridad.
Categorías Filias, Notas, Pensamiento

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