El paciente acude a consulta bajo sospecha de infección por COVID-19, pero no logra advertir que sus síntomas son los de un sistema al borde del colapso. Nunca ha estado completamente sano. Su vida parece una cruzada contra sí mismo. Sin embargo esto parece nuevo, una nueva faceta del estado de enfermedad perpetua en que ha vivido. Sus vísceras pelean contra los síntomas del virus sin saber que no es sólo cuestión de leucocitos sino de hábitos –sobre todo– de consumo. No sólo su cuerpo tiene malestar, es otra cosa, es algo más, está también en otra parte.
Al paciente le resulta difícil en extremo convivir con cualquier cosa que se aleje de la idea que tiene de sí mismo, marasmo de una neurosis con rasgos de perversión y psicosis; megalomanía, paranoia, los otros son sus enemigos. Posee una extraña habilidad que le permite sustraerse de toda ley que quiera impedir o restringir sus acciones. Masculinidad hipertrofiada, competitividad voraz y extrema. Esquizofrenia: el enemigo está en todas partes, incluso dentro de él. En sus delirios afirma poder hablar todas las lenguas y conocer cada rincón del planeta.
El virus que ha incubado le impide producir al ritmo al que su vida acelerada lo tenía acostumbrado. Se le ve triste y decaído. No obstante, se ha forzado a sí mismo a sacar lo mejor de esta situación. Trabajando desde casa, aislado y sin distracciones, pretende sacudirse los estragos de la enfermedad para re-conquistar la normalidad lo más rápido posible.
Al preguntarle qué piensa sobre su diagnóstico, responde de inmediato: “Sé perfectamente que habrá pérdidas, pero estoy dispuesto a dejar morir las partes más viejas y anticuadas para resistir y regresar con más fuerza que nunca. Renovarse o morir”. No le preocupa la posibilidad de perder uno o varios miembros, así como la extirpación de órgano alguno. Cree poder contrarrestar cualquier inmovilidad con las tecnologías de acción y comunicación a distancia que posee. [Parece no comprender lo que le pasa.]
Ha comenzado a digitalizar todas sus operaciones ante el miedo del colapso económico, asegurando que aquello que no cambie de plataforma estará expuesto a la degradación o a una plaga de carcoma. Ha monetizado sus espacios privados para convertirlos en espacios laborales. No le preocupan ya los organismos vivos, sino otros virus y sus inverosímiles formas de contagio (como los servicios de paquetería). Anhela poder implementar mayores medidas de seguridad tras la crisis, quiere vigilar a todos y a todo; quizá eso redunde en algún beneficio económico.
El paciente es reacio. No acepta ningún método curativo que implique transformar su forma de vida. Se niega a creer que el mundo, tal y como lo conoce, es un invento. Cree en sus padres y sus maestros, en su educación entera. No puede concebir que eso es lo que lo ha enfermado, por el contrario, confía en que será precisamente eso lo que lo salvará.
No hay que dejarse engañar, aunque pareciera que el COVID-19 corona una historia de expansión de la enfermedad que aqueja al paciente, no se trata del cumplimiento de ningún plan malévolo de exterminio, pero tampoco es inocuo. La aparición de este síntoma no refuerza ni reduce la enfermedad; en todo caso, muta y le da un nuevo giro. El pronóstico: reservado.
Lxs Bionecros
Informe completo:
El paciente acudió a mi consultorio a principios de marzo de este año. Llegó en medio de un ataque de pánico, pues, según relataba, había sido contagiado de COVID-19. Él mismo dice que ya tenía tiempo sospechando que había contraído la enfermedad. Hasta la fecha no sabemos exactamente desde cuándo pudo haber sido, pero efectivamente manifiesta los síntomas del virus mencionado. Sin embargo, éste fue sólo el principio de nuestra observación y diagnóstico de una sintomatología compleja. Tal parece que el llamado “coronavirus” es sólo uno de los muchos síntomas de un sistema enfermo que por alguna razón, y a pesar de que cualquier explicación médica ya lo habría desahuciado, sigue manteniéndose en pie.
Para empezar, el paciente ya presentaba problemas congénitos que le han impedido durante toda su vida un desarrollo estable. Nunca ha estado completamente sano. Lucha contra su propia naturaleza desde su nacimiento degenerando en perturbaciones cada vez más agresivas hacia su propio organismo. Su vida parece una cruzada contra sí mismo. Ante esta nueva amenaza, sin embargo, todos sus órganos se han visto involucrados en un nuevo giro de la enfermedad. Cada una de sus vísceras ha respondido tratando de contener la expansión del virus que ahora le ataca, pero la enfermedad, más que con su constitución física, tiene que ver con la forma en que ha llevado su vida, su alimentación y las prioridades con que ha tratado su propio padecimiento hasta el día de hoy; consumiendo todo lo que ve a su paso y manteniendo una serie de hábitos nocivos basados en valores anquilosados en su propia mente. Por ello, tal parece que estamos frente a un cuadro biológico, pero también psicosomático.
Psíquicamente, es este un caso de neurosis típica que, sin embargo, presenta rasgos de perversión y psicosis. El paciente presenta dificultad para convivir con cualquier entidad cuyo carácter le represente algo diferente a sí mismo; posee incluso la capacidad de sustraerse de toda ley que intente restringir sus acciones. Se observa que en su desarrollo ha manifestado una alta tendencia a la megalomanía y presenta signos paranoides, sobre todo porque tiene la idea recurrente de que quienes lo rodean son sus enemigos. Presenta una hipertrofia de su masculinidad, lo que le lleva a la competencia voraz y extrema. Recientemente ha desarrollado la idea de que sus enemigos son internos, lo cual habla de cierta tendencia esquizoide. En sus delirios vocifera que puede hablar todas las lenguas y que conoce cada rincón del planeta. Según sus propias palabras, en sus momentos de trance, está seguro de ser la “cima de la humanidad”, la “encarnación del espíritu” y proclama que todo el mundo debe seguirle e imitarle.
Socialmente hablando, el virus actual le ha impedido al paciente adecuarse al ritmo de producción al que estaba acostumbrado y hasta, podríamos decir, se le ve deprimido, triste y decaído. El paciente sabe que esto es un problema y sus mecanismos de defensa han tratado de controlar los síntomas de su malestar pero, por el momento, ha tomado la determinación de generar sus propias “defensas” ante la enfermedad. Se ha forzado a sí mismo a sacar lo mejor de esta situación. De este modo, se compele a sí mismo a trabajar desde casa, piensa que manteniéndose aislado va a poder sobreponerse sin sufrir los estragos de la pérdida de movilidad y sociabilidad que implica suspender sus actividades por un lapso de tiempo que él considera que puede ser relativamente corto. Pretende sobreponerse de este achaque velozmente y re-conquistar a la normalidad en cuanto le sea posible.
Para minimizar riesgos está intentando neutralizar todo el espacio en que se desenvuelve. En todo caso, lo que le preocupa ahora ya ni siquiera es perder el contacto con otros organismos vivos, sino que algún otro virus, o una re-contracción del mismo, pueda invadirle por medio de paquetería o servicios de los que todavía es dependiente. Tiene la ambición de que, a partir de esta crisis que él considera inédita, en lo sucesivo será capaz de implementar medidas cada vez más drásticas de seguridad y vigilancia de todo lo que tenga contacto con él. Está preparando, de hecho, todas sus reservas para ponerlas a funcionar al terminar una cuarentena que él mismo se ha impuesto. Aunque la falta de circulación dentro del organismo es sin duda una situación peligrosa en este momento, el paciente parece no preocuparse por ello, pues incluso aunque pueda experimentar la amputación de miembros o la extirpación de algunas entrañas que puedan ocasionar inmovilidad o hasta una parálisis, argumenta poder resolver muchos de sus problemas gracias a las tecnologías actuales de comunicación y acción remota.
Para sobrellevar el autoconfinamiento se ha dotado de una buena cantidad de estupefacientes con los que no sólo se protege, durante el autoencierro, de un posible brote de síndrome de abstinencia por la adicción que, de hecho, ya presenta. También pretende poder mantener sus estados emocionales de forma estable gracias su uso, así como combatir de antemano cualquier nuevo trastorno que le pudiera asaltar. En cuanto a su salud mental dice estar perfectamente preparado para conservarla, pues ha equipado su hogar con una gran cantidad de dispositivos de educación y entretenimiento que no sólo le permitirán disfrutar de su soledad y tiempo para sí mismo, sino que le instarán a consolidar sus áreas de desarrollo de una manera sostenible.
Parece no comprender en absoluto lo que le pasa. Al preguntarle qué piensa sobre su diagnóstico, responde de inmediato: “Sé perfectamente que habrá pérdidas, pero estoy dispuesto a dejar morir las partes más viejas y anticuadas para resistir y regresar con más fuerza que nunca. Renovarse o morir”. Afirma que en todo caso la enfermedad actual lo hará más resistente y fuerte. Antes que todo, percibe el peligro de sufrir una debacle económica. Sin embargo, para cortrarrestar esto está tratando de realizar una mudanza precipitada hacia la digitalización de todas sus operaciones, contemplando que todo aquello que no alcance a formatear de modo electrónico quedará abandonado a la degeneración gradual y eventualmente a un ataque de carcoma. Está intentando monetizar todos sus espacios privados haciendo del espacio personal también un espacio laboral. Según su razonamiento, esto no sólo le servirá para mantenerse vivo por mucho tiempo más, sino además para tener mucho más control sobre sus entradas y salidas de capital en todos los niveles y por cada uno de sus movimientos.
El paciente es reacio. Se resiste a probar cualquier método de curación alternativo que conlleve una cambio en su modo de comportamiento actual. Sobre todo, se niega profundamente a una transformación de sus supuestos fundamentales vinculados con el modo en que fue concebido y criado en medio de la necesidad apremiante de sobrevivir con base en la imposición sobre quienes le rodeaban. Se niega a aceptar que el mundo, tal y como lo conoce, es un invento. Cree en sus padres y sus maestros, en su educación entera. No puede concebir que eso es lo que lo ha enfermado, por el contrario, confía en que será precisamente eso lo que lo salvará. Presenta una falta absoluta de fe en que sus órganos puedan autorregularse y autorregenerarse sin la supervisión médica occidentalizada. Contrario a esto, brinda total crédito y lanza sus propias apuestas acerca de su mejoramiento y la forma en que administrará su salud en el futuro.
Aunque pareciera que el COVID-19 viene a coronar toda una historia de expansión de la enfermedad y de aniquilamiento voluntario de la diferencia a partir de un entramado de humores que se han extendido por todo el organismo, no se trata del cumplimiento de ninguna fase final de algún tipo de patología ya conocida pero tampoco de un trastorno facticio por causa de una hipocondría. No se trata del cumplimiento de ningún plan malévolo de exterminio, pero tampoco es inocuo. La aparición de este síntoma no refuerza ni reduce la enfermedad. En todo caso, sólo muta, le da un nuevo giro. No sabemos qué pueda pasar con este paciente. El pronóstico es reservado. Tenemos que aceptar que estamos todxs atónitxs y, para ser honestxs, un poco asustadxs pues, aunque todavía muy lejana, hay una posibilidad que en este nuevo viraje de su enfermedad, o en uno próximo, nos lleve con él pronto a la tumba.
Me gustó mucho el escrito. Felicidades, porque ayudar a adquirir una nueva visión de la sociedad actual y a pensar al respecto.
Gracias
Me gustaMe gusta