En términos platónicos, diríamos que se trata de la posesión de un eros celestial, pues fue la venus más elevada la que se expresó a través de la unión. No es casual el uso del término, pues la película está totalmente idealizada. No se trata de una relación ordinaria o habitual, sino de un esporádico suceso que nace dentro del seno de la intelectualidad europea: Heidegger es citado en algún momento, al igual que son mencionados asuntos de etimología y del estilo escultórico de Praxíteles. El asento filosófico y artístico, además, vincula a los hijos de Zeus: el italiano y el americano; de modo que nos coloca dentro de los márgenes de lo bello, lo bueno y lo verdadero: la triple entente griega.
Reafirmando una vez más lo anterior, es decir, el espectro griego que recorre el filme, hay que señalar que la pedagogía clásica practicada entre discípulo y maestro, entre joven y adulto, es recuperada y aplicada al caso en cuestión: la distancia epocal entre los protagonistas no es un rasgo importante, al menos no en un sentido negativo, sino hasta excitante, emocionante y prohibido; hilo conductual que guiará al desenvolvimiento de la película durante casi toda la trama. Y es pecisamente esta dimensión intelectual lo que la convierte, a mi juicio, en una cinta limpia y casi perfecta, que inmediatamente deviene en un ideal aspiracional, principalmente por aquella comunidad intelectualizada o educada bajo las letras de occidente en donde todo lo anterior se vuelve referente de arribo: ¿Qué homosexual no hubiera soñado con una relación de tan ensueño: con un adonis tímido, educado, libre y con la finura de un mármol golpeado por el cincel de Miguel Ángel? Cuando me refiero a que es una cinta de amor homosexual occidental lo digo con toda la gravedad posible, y por eso se ha convertido en aspiración para muchxs.
Sin embargo, no hay que olvidar que, para que el amor acontezca entre el mundo de la ilusión, éste no puede ser meramente ideal: necesita encarnar, tal vez no en un erotismo tan sexual y denigrante, pero sí debe de hacerse presente. En este aspecto, la maravillosa escena erótica del durazno (acaso mi favorita) le imprime a la película un momento de excitación –fuera de lo ordinario–, que al mismo tiempo se torna en culpa: el también intérprete de Bach ha provado el fruto prohibido y con eso ha sellado su perdición, ya que se trata de una relación caduca desde su inicio; esperanza que, igualmente, culmina con otra gran escena: la final, que muestra el bello rostro dolido y lloroso del joven, por otro lado satisfecho, que se ilumina al calor de las llamas, cobijando la contemplación de lo terminado, pero también de lo amado. Esta escena logra, por último, una comunicación gestual-corporal magistral. No hay que olvidar, dicho sea de paso, el pequeño pero marcado lapsus de indecisión entre la homosexualidad y la heterosexualidad, propio del ímpetu hormonal de la edad del joven.
Con todo lo anterior, y conectando con la reconciliación, y a pesar de todas las idealizaciones e ¿imposibilidades? que plantea la cinta, sumando todos los estreotipos de la homosexualidad; podríamos recuperar el gesto sincero y honesto de la conexión primera de toda relación: el amor. Sin más, sólo amor. Amor que sujeta, golpea, une, eleva y que, sin temor a occidentalizar, podríamos suponer que existe para todxs, con todas sus formas. Este amor es muestra de entrega y de existencia, lo que nos permite reflexionar sobre la esperanza y su posible llegada. Que sea esta cinta el pretexto para repensar lo esporádico, caprichoso e intempestivo que suele ser el amor, que simplemente acontece y que también se va, porque ser viajero es parte de su naturaleza; que permita a su público discernir entre las idealizaciones que presenta, porque así no se vive la homosexualidad para todxs.
Concluyo con el speech del padre –extraordinaria escena sobre una sorprendente, muy urgente, relación filial– que nos recuerda que toda la negatividad que produce la fuerza del amor, como su efecto, forma parte de la misma lección: la vida y su pesado acontecer; «Right now, there’s sorrow, pain… Don’t kill it! and with it the joy you’ve felt», donde habla más el arrepentimiento de una vida en decaimiento que, ya recorrida su jornada, exhorta a los que comienzan su andar a gozarla con intensidad y con el inevitable dolor que también provoca: pero vivirla.