UNABOMBER contra la cacería humana

Detonaremos a continuación algunas reflexiones a partir de la serie de televisión Manhunt: Unabomber. Por supuesto la producción es impecable, hay investigación y un buen desarrollo, pero la verdad es que no pasa de ser la típica trama norteamericana del agente retirado que regresa al trabajo por la pasión de derrotar criminales para defender a su país. Esa trama la conocemos mínimamente desde el primer Mad Max. Aquél, supuestamente, actúa por su cuenta, a pesar de las negativas de sus jefes directos para combatir el crimen, qué estupidez. Nos quieren hacer ver a estos sujetos que actúan como cazarrecompensas como si fueran unos ejemplos a seguir, valientes, fuertes, inteligentes, casi unos genios. Nos los quieren hacer ver como tipos astutos, comprometidos y sobre todo guapos y atractivos, como un modelo de vida para todos. En sus relaciones personales, padres responsables, esposos excepcionales, sin ningún defecto moral que perseguir, ¡patrañas! Los verdaderos agentes e investigadores del FBI, o cualquier otra institución policial, no trabajan más que por dinero –lo que, en su idealización, no hace más que preservar el carácter patriótico y nacionalista de la cultura norteamericana–. En su corta vista no cabe ningún otro mundo posible más que aquél en el que ellos pierden sus actuales privilegios. Un trabajador del Estado piensa en su sueldo y su seguridad personal, no piensa en su legado ni en su obra o aporte a la humanidad. Ese privilegio lo tienen, si acaso, los artistas. Pero ante una visión tan cerrada como la que se ha construido para mantener el orden actual, más que el artista tiene que surgir entonces la figura del terrorista. Éste se convierte ya no en alguien que ataca materialmente para obtener objetivos simbólicos, sino tan solo en cualquiera que piense diferente a lo que el estilo de vida norteamericano conlleva, es decir, a la competencia individualista absoluta.

Fuera de la pantalla está Ted Kaczynski, el UNABOMBER, quien bajo el seudónimo de FC escribió La sociedad industrial y su futuro, haciéndose cargo de los ataques terroristas a él imputados y exigiendo la publicación de tal texto, conocido más tarde como Manifiesto de Unabomber. Al leerlo, uno puede rastrear muy bien una tradición de pensamiento muy norteamericano pero en el lado opuesto al que describimos en el párrafo anterior. Éste partiría desde el siglo XIX a diferentes niveles de reflexión con autores como William James, Henry David Thoureu o Ralph Waldo Emerson. Como se retrata en algún capítulo de la serie, se ha atribuido el comportamiento terrorista de Kaczynski a una suerte de desviación mental que sufrió en su juventud por haber sido partícipe de un experimento psicológico de reconstrucción de la mente. En el siglo XX eso es verdad: hubo una gran cantidad de intentos por conocer y dominar de diferentes maneras las dinámicas psicológicas del individuo, desde aquellos que se centraban en la modificación de la mera conducta, sin prestar atención a las cogniciones, hasta otros que no solamente atendían al pensamiento, la percepción o el ambiente completo, sino que probaban modificarla a través de alucinógenos u otras sustancias por parte de la psiquiatría. Es así como en el texto de Kaczynski podemos ver también una lectura psicologista heredera de aquellas tentativas apoyada en la noción de «proceso de poder» (relacionada pero un tanto distinta a lo que Nietzsche llama «voluntad de poder», como se aclara en el mismo manifiesto). El resultado es una especie de anarcoprimitivismo que podría verse muy bien vinculado con John Zerzan por un lado –y si siguieramos esta línea antitecnológica podríamos remitirnos a la Inglaterra de Ned Ludd y Samuel Butler–, pero también con una serie de subculturas residuales de los procesos que constituyeron a Estados Unidos como potencia mundial innegable al final del siglo XX. Kaczynski, en el umbral del siglo XXI está en diálogo con el ecologismo, el feminismo, la defensa de las minorías, o la izquierda en general, de una forma en que bien los podemos entender actualmente. La realidad no ha cambiado mucho en 20 años.

Sin embargo, hay que decirlo también, Estados Unidos ya no goza del poder que tuvo en algún momento. Y el lema de «hacer de nuevo grande a América» de Trump es un claro síntoma de ello. Entonces el experimento del que fue parte Kaczynski no es sino otra versión de lo que ahora está haciendo la serie con su propia historia como norteamericanos, regresándola y volviendo a regrabarla siguiendo su antojo. Todo iría bien si no fuera porque, tal como en el caso de Kaczynski, algo siempre sale mal en ese tipo de tentativas. Algo se escapa. No es que valga la pena recriminarle a la producción de la serie no apegarse a la «realidad», sobre todo cuando sabemos que tal cosa no existe. Es más bien al contrario totalmente: asumir que toda ficcionalización tiene efectos. Se comprende pues el hecho de que en pro de la narrativa se exageren, se condensen o se desplacen ciertos acontecimientos individuales, pero lo importante aquí es más bien el objetivo por el cual se realizan tales operaciones. Una vez más, lo que se defiende en última instancia a través de esta relectura del caso UNABOMBER en la serie no es otra cosa que la garantía individual, la vida burguesa, la propiedad privada; preocupados por defender a toda costa lo poco que tiene cada uno de nosotros, nadie quiere ceder ni siquiera un poco de lo que le ha dado esta sociedad y que supuestamente se ha ganado. Y, si embargo, para hacerlo tienen que mostrarnos la otra parte: el terrorismo. Y así es como se redondea la simulación de una vida idealizada pero sujeta al constante acecho de la muerte, que la hace sentir convincente, como habrían señalado Adorno y Horkheimer.

La serie convierte la historia de UNABOMBER en un superdrama con todo tipo de peripecias, suspensos y riesgos, pero no, el drama de la vida no es ése. El drama de la vida justamente consiste en que nunca pasa nada y cuando menos te das cuenta tu vida ya se acabó. En la versión de Netflix nos quieren hacer ver al agente cazador del UNABOMBER como si fuera tan importante para la historia como el UNABOMBER mismo, pero no. Este agente de la policía no es más que un trabajador, en el sentido de Ernst Jünger y también en el sentido en que Hanna Arendt describió a Eichmann. Ted Kaczynski no es un genio tampoco, dice cosas de sentido común. No es importante por decir cosas que nadie dice sino al contrario, por decir lo que cualquiera podría decir. Es sólo el síntoma de toda una sociedad. En la serie hacen ver al UNABOMBER como un oprimido que efectúa una venganza personal contra la sociedad, un friki que lo único que quisiera sería una vida normal. Le imputan una homosexualidad reprimida, un resentimiento contra el bullying, etc. No importa si todo eso es cierto o no, ningún perfil psicológico puede compensar el malestar cultural del que el UNABOMBER sólo es una muestra. Por supuesto, se trata de una defensa a toda costa de la sociedad. Ahora la “inteligencia” de E.U., bajo la agencia de Netflix, trabaja para darle la vuelta y valerse de su propio historial clínico de síntomas para defender ante todo su estilo de vida pseudohedonista pero más bien autodestructivo. Si pudiéramos resumir lo que significa la palabra «consumo», sería de esta manera, como autofagia a través del vómito.

Habría que hacer una especie de manifiesto de UNABOMBER actualizado: La sociedad digital y su futuro. Es cierto que el giro que le da la serie al caso, hacia un énfasis en la lingüística forense y el análisis comparativo lingüístico no sólo es interesante, sino que nos habla muy bien  de la técnicas de control de nuestros tiempos. En un rizo más de lo que pudo pensar Foucault o Deleuze sobre la vigilancia y el control, ahora podemos dar perfectamente cuenta de que ya no puedas decir nada porque tu propio lenguaje te delata, tu propio lenguaje te ata, te ataca. El giro lingüístico cobra vida en una policía del lenguaje. Si la política se da a causa de la polifonía de las voces, cuando cada una de ellas es clasificada, rastreada y perseguida, entonces no puede haber más política. Entonces aparece la figura del terrorista. El terrorismo es el precio que se tiene que pagar por vivir en una sociedad segura. –¿Qué es peor, saber que todo el tiempo tenemos la amenaza de la inseguridad delictiva y conocer incluso las formas de evitarla en nuestra vida cotidiana, o vivir en una especie de burbuja imaginaria de seguridad, pero con la paranoia de que ésta puede ser cortada irremediablemente de un segundo a otro por un terrorista?– Así como la delincuencia es el complemento de una sociedad con una ley débil, el terrorismo es el reverso del control total. De esa cacería humana –que no solamente constituyó el proceso de aprehensión del UNABOMBER, sino que continúa con la serie y todos los aparatos y dispositivos contra el terrorismo y todo aquello que constituye una supuesta amenaza al estilo de vida norteamericano–, en realidad el UNABOMBER escapó. Se infiltró en medio de las series y de la cultura pop para dar su mensaje aún con todo. La prueba está en que aquí estamos nosotros escribiendo acerca de este capítulo de la historia y exhortando a seguir pensando la pertinencia de su existencia.

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