Advertencia preliminar:
Los siguientes fragmentos fueron recogidos desde los escombros del pensamiento en una situación de emergencia y son mostrados aquí en bruto. Si bien puede tratarse de material peligroso en ocasiones, es necesario decir que fueron rescatados no con otro fin que encontrar aún vida a partir de ellos. Lo que estas piezas tengan que decirnos está aún por venir y por articularse. Pero hemos de remarcar que son voces que deben ser tratadas en calidad de residuos, quizá inservibles algunos de ellos, o quizá joyas que aún no alcanzamos a pulir o a percibir como tales. Todas son, sin embargo, destellos de una contelación que esperemos seamos capaces de formar.
I
¿Los filósofos son inútiles?, ¿cuáles son sus herramientas de trabajo? Los conceptos. El filósofo es por excelencia aquél que no se deja llevar por los accidentes, no importa de qué tipo de accidente se trate. Ya si nos ponemos posmodernos, el filósofo sería aquél que piensa de otra forma los accidentes. Se apega a ellos, es cierto, pero bajo una lógica de sospecha siempre. El filósofo, ya sea trascendente o inmanente, trabaja como una especie de obrero del pensamiento. Es fuerza de trabajo, es energía viviente que se entrega a una tarea. No nos olvidemos del cuerpo del filósofo; cuerpo que siente, percibe, luego piensa y existe. Aunque pueda separarse o sospechar de los accidentes que le pone la vida, eso no quiere decir que no esté lanzado al mismo mundo desnudo y abandonado como todos los demás, al ser un cuerpo expuesto a su existencia. La existencia misma es ya una catástrofe, es una irrupción sin ley que se enfrenta todos los días a temblores inauditos, que puede desmoronarse en cualquier momento. El filósofo, quiera o no, también está realizando su labor cargando con todo el peso de su cuerpo y las condiciones que de él provienen, sus afecciones y sus relaciones con los demás cuerpos humanos o no, codo con codo, pensando junto al otro. No es ni siquiera necesario el contacto físico para que el filósofo piense al lado de sus contemporáneos, puesto que comparte con ellos el contexto, la lengua, el clima, el suelo, el alimento, la historia, las costumbres, y en algunos casos el cuerpo social. Por esta razón, aunque el filósofo no esté presente frente a los accidentes de la materia que atraviesan a sociedades enteras, eso no quiere decir que no sea sensible a ellos. Su pensamiento se verá afectado por ellos lo desee o no.
II
En una situación como ésta, donde vivimos una guerra casi declarada de los de arriba contra los de abajo, y de todos contra todos, no hay una traición hacia lo humanitario porque lo humanitario siempre fue un fraude. Siempre se pensó por unos cuantos. Se trata del pensamiento de la Ilustración como proyecto político que intenta catalogar bajo la misma etiqueta, facultades y posibilidades de acción al planeta entero. Lo humanitario es una suerte de caridad en actitud de condescendencia hacia los congéneres una vez que se les ha concebido como tales. Es decir que pertenecer a la especie humana es condición necesaria para poder recibir tal compasión o donativa. Ya Heidegger habría hecho una crítica al concepto de lo «humano». Y una situación como la actual en México deja claro que todos estamos expuestos a los mismos riesgos, nadie tiene asegurada su salvación. ¿Quién quiere su humanitarismo cuando no es otra cosa que una medida de homogeneización y, desde sus inicios, colonización? Por extraño que parezca en estos términos, todos la queremos.
III
Si bien ya no adjudicamos los sismos a causas sobrenaturales o metafísicas, sí hay una sobredramatización, una especie de sacralización del evento que se manifiesta en no poder hacer chistes, memes, no poder estar en contra o cuestionar la ayuda. Eso, además de ir un poco en contra del típico humor mexicano que tiene la capacidad de burlarse hasta de su propia muerte, también habla de una falta de pensamiento crítico: La naturaleza ha sido divinizada por la ciencia, la vida biológica sobrevalorizada y defendida como la única posible; un pensamiento definitivamente individualista que no toma en cuenta que una vida humana no es sino el resultado de una gran cantidad de fuerzas enfrentadas que así como se unieron para formar un niño, igual pueden de pronto separarse y recomponerse en otras formas de vida. No se malentienda esto. Se trata incluso de una forma de dignificar a aquellas vidas que no fueron ni siquiera nombradas en el derrumbe. Que aparezcan aunque sea como fantasmas, aunque sea como ánimas para animarnos a aquellos que aún seguimos penando en este valle lágrimas que es el de México.
IV
Duele cuando les toca a los citadinos, pues en el temblor del 7 de septiembre que afectó más a la zona de Oaxaca sí había memes y chistes. ¿Por qué son tan importantes las vidas de los citadinos y no tanto las de los pueblerinos? ¿Qué hace posible que lloremos las vidas y los cuerpos de un sismo que ha dejado heridas en Morelos, Puebla y la CDMX, pero que sólo ésta última merece la atención más llamativa? ¿Por qué muchos nos hemos olvidado de Oaxaca, donde no ha dejado de temblar y se siguen perdiendo viviendas y muriendo personas? ¿Es porque en las ciudades se concentra la riqueza y la cultura? Ahí se amontona justo aquello de lo que el hombre se siente orgulloso; y ahí es donde todas las vidas valen. Pasa como en la polis griega donde se corre el rumor de que todos los ciudadanos podían participar, pero no todo el mundo era ciudadano, de hecho era muy difícil serlo. Aunque sabemos que eso no es generalizado, no podemos luchar del todo contra la centralización que venimos arrastrando desde hace siglos. Y, sin embargo, la Ciudad de México no es todo México y eso ha quedado claro en las últimas elecciones presidenciales. Es importante que se efectúen lazos de solidaridad frente a lo ocurrido, pero que sea pretexto para pensarnos más íntegramente: la naturaleza ha dejado sus rastros devastadores con muchas partes de la República, desde siempre.
V
Es verdad que en respuesta al terremoto reciente se ha descubierto una potencia social que muchos consideraban ya caída. Es verdad que no necesitamos quien dirija esas energías porque se autoorganizan frente a la adversidad. La vida finalmente lucha por su propia conservación e incluso su multiplicación. De manera sorpresiva emerge cuando se le necesita a pesar de todo, a pesar de tratarse de un pueblo humillado y aplastado por sus gobernantes, abandonado a su suerte, a pesar de que nadie apostaría en favor de su próxima insurrección. Pero ¿deberíamos usar esta misma fuerza social para reconstruir nuestras instituciones o para destruirlas de una vez por completo?, ¿podríamos realmente hacer cualquiera de las dos cosas?, ¿no será que justamente respondemos en estos casos tan drásticamente debido a que por una compensación de energía estamos destinados a volver a la apatía cotidiana? No sabemos si después de algo como esto podría haber una «vuelta a la normalidad», pues ésta carga, desde ahora, con la fractura de lo sucedido: se vuelve una herida en la memoria, en los sentidos y en el pensar. Los que nunca hemos creído que se puede aniquilar tan fácilmente la energía vital de un pueblo, sabemos que, aunque se regrese a la «normalidad», sus cimientos ya están más que dañados. Ahí es donde todavía hay cabida para otras formas de vida. Quizá esto no es humanitarismo, sino todo lo contrario, la cohesión de los desterrados de la humanidad.
VI
Culpar a la corrupción por la caída de los edificios tranquiliza, pues nos vuelve a la idea de que el ser humano, si hace las cosas bien, puede domeñar las fuerzas naturales. Sin embargo, sabemos, eso no es más que un paliativo, una ilusión que estriba en puntos de verdad objetiva y calculable, pero que pertenece al mundo de la idealidad. ¿Cómo podríamos dominar a la naturaleza?. La naturaleza emerge y destruye, por muchos refuerzos que levanten las construcciones humanas. Va a emerger de la forma menos esperada. En este caso emergió en forma de corrupción. Lo que colapsa es la megalomanía del ser humano. Lo que se colapsa son sus controles. Lo que se colapsa son sus ídolos. Lo que se colapsa… es él mismo. ¿Cómo pretenden ahora que se apeguen a la ley todos aquellos que han vivido sin ella, que no cuentan con ella para la protección ni para la supervivencia? En la cacería de brujas los primeros en caer serían los menos afortunados. Todos somos la corrupción. Si ya nos expandimos de manera corrosiva, la búsqueda de pureza sería un suicidio. Si algo podemos aprender de la irrupción natural de las fuerzas es que tal vez es inútil buscar un orden infalible, porque las consecuencias de su avance se pagan caro. Una sola falla y todo se viene abajo. Y quizá todo México es una gran falla. Quizá somos un gran accidente, uno desastroso. Pero eso no quiere decir que aquí no se genere pensamiento. Regresamos al punto I.
VII
El filósofo tiene que seguir picando la piedra de la razón hasta encontrar, debajo de los escombros de toda una civilización instaurada mentalmente, aún vida, la vida del pensamiento, para que emerjan de ahí nuevas formas de pensar y hacer. Al introducirse bajo el cascajo y evidenciar que hay algo ahí que pervive a pesar de que le caiga encima todo el peso de la civilización, entonces todo se puede comenzar a construir desde cero a partir de la fractura, de la grieta. Y, en situaciones como la nuestra, es obvio que para eso no sólo el atributo del pensamiento es el único que se pone en marcha. Verlo así sería incompleto. Lo que nos muestran los restos supervivientes es que no existe tal lujo del pensamiento. El filósofo ha dejado detrás la supuesta seguridad de la metafísica y ha entrado al escabroso mundo de lo cambiante y lo efímero. El filósofo no puede ya pensarse desde la ataraxia de la mera reflexión. Esa posición sería más bien apática. Hemos visto que no hay diferencia entre acción e intelección. Es decir que a toda actividad del pensamiento le corresponde una práctica concreta más allá de lo intelectual. El cuerpo está involucrado inexorablemente, aquél que percibe, piensa, existe, duele y lo coloca en la cadena del trabajo. No en la forma de engrandecer el capital, sino como pieza fundamental de la construcción social, política, efectiva y afectiva.
VIII
Apostemos por un pensamiento que emerja desde y a través de la grieta y de la fractura.