Las intempestivas fuerzas naturales y la pertinencia de Michel Serres

La filosofía ha pensado a la naturaleza desde siempre. Ésta última ha recibido diversos estatutos ontológicos y metafísicos, unos más positivos que otros, pero no ha sido olvidada por el ejercicio filosófico y sus devotos fieles.

Sin embargo, hasta hace muy poco se ha pensado a la naturaleza como una entidad que recibe el daño que produce el hombre en su constante mundanización. Es decir, apenas hace unas décadas nos hemos vuelto conscientes de los irreversibles daños ambientales que hemos producido, principalmente a raíz de la revolución industrial y de todo el mundo maquinal que posibilitó.

Existen toneladas de escritos al respecto, desde todas las disciplinas y campos del saber, aunque especialmente desde el científico, porque en su ámbito se ha evidenciado el deterioro. La filosofía también ha dicho lo propio, pero desafortunadamente no ha expresado lo suficiente. Tal vez porque aún no advierte la importancia de nuestra relación con la naturaleza, mediada por la creciente técnica; o tal vez porque piensa que se debe ocupar de otras cosas «más importantes».

Aunque evidentemente siempre ha habido reflexiones de diferente tipo sobre la relación entre el ser humano y su medio, tan antiguas como se quiera, el desmedido problema que nos representa la naturaleza y su destrucción planetaria es definitivamente contemporáneo. Apenas hace poco tiempo que hemos sido alertados de las profundas heridas que ha recibido aquello que se nos presenta como mundo material o natural; posiblemente desde la llamada era nuclear, que significó un parteaguas dentro de las nuevas formas de matar y destruir en masa. Está claro que esta situación no es remotamente comparable con la de otros tiempos.

Sin pretender satanizar una temporalidad, es fundamental situarnos en la urgencia del presente: un tiempo sellado por los excesos productivos y destructivos de un capital ya maduro, que a su paso ha succionado y extraído vidas por todos lados. Vidas emergentes y conectadas a ese mundo al que llamamos naturaleza. Vidas violentamente sustraídas de sus ciclos ancestrales, que en su acumulación, han fracturado estructuralmente la vértebra de la naturaleza y su funcionamiento.

¿Qué se quiero decir con esto? Que el mundo de hoy no se equipara con el de hace dos mil años, pues el daño que ha producido el hombre, principalmente los últimos siglos, es notorio y evidente. La cuestión es que nos hemos dado cuenta de que ya no hay marcha atrás.

Michel Serres es un filósofo francés, mitad científico, que se ha dedicado a pensar precisamente el problema del daño mundial provocado por los seres humanos. Nos ha advertido de la urgencia de un nuevo contrato, que pacte con la naturaleza y que establezca una relación simbiótica con ella, una que procuraría nuestra propia existencia, pues resulta claro que sin naturaleza no hay hombre. Y aunque dicha afirmación puede entablar un diálogo casi antitético con el pensamiento de Hannah Arendt al respecto de que la Tierra nunca fue la cárcel del hombre, y que éste podría prescindir de ella, lo importante y fundamental aquí es que, al menos por ahora, dependemos aún de los recursos naturales casi totalmente.

Fenómenos recientes no hacen más que recordarnos la casi ley más imperativa del hombre: no se puede frente a las fuerzas naturales, al menos no por completo. Somos seres finitos, destructibles y terriblemente menores ante tales potencias.

Repensarnos en esta dimensión de pequeñez nos recordará que no hay daño contra el mundo sin consecuencia. Y aunque no se intenta señalar una relación causal entre lo ocurrido y nuestro «mal-comportamiento», no parece aventurado considerar que, a la postre, muchos fenómenos devastadores serán efecto, incluso respuesta, de un mundo explotado, dañado, lacerado y asaltado el cual sólo ha sido nuestra condición de existencia y nuestro hogar.

El peso titánico que ha alcanzado el hombre sobre la tierra se evidencia cada vez más: en las carencias y desabastos se encuentran los síntomas no sólo de una mala distribución de la riqueza, sino de una constante abstracción de bienes provenientes de una fuente cuya potencia parecía ser infinita, pero que cada vez se apaga más.

La apuesta es que nos habite la pertinencia de un pensamiento filosófico que repare en una realidad común como ésta, tan democrática como nociva, y que emerga a partir de ella, como condición de su propio ejercicio. Hagamos, como Serres dice, un pacto con la naturaleza. Pero evidentemente reconociendo que no se trata de una reconciliación pacífica donde no hay más sufrimiento. Al contrario, si es necesario hacer una tregua es porque ambas partes reconocen su propia toxicidad para con el otro. Asumamos además que la técnica, como venganza del hombre, nos va a seguir a cualquier planeta que nos vayamos, si es que logramos hacerlo.

Categorías Filias, Filosofía, Tecnología

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto:
search previous next tag category expand menu location phone mail time cart zoom edit close