Es imposible pensar un anti-meme. El meme ya lo abarca todo. Toda imagen ya remite a otra. El meme es la última encarnación de la Idea platónica, y también la última reminiscencia del cuerpo de Cristo. Es una explicación de todo. Susan Blackmore, por ejemplo, ha llegado a decir que el ser humano no es otra cosa que sólo una máquina de memes. El meme es inmanente y trascendente a la vez, una especie de idea histórica, corporal, una idea que depende de los cerebros, de las sociedades, de las tecnologías. Lo contrario a la idea era el cuerpo, lo contrario a la razón la percepción, pero en el meme se encuentran reunidos ambos, pues no hay sensación que no remita a otra y no hay idea que que no tenga un referente material. No sabíamos ni lo que estábamos creando cuando creamos la palabra «meme», es decir, aunque fue específicamente Richard Dawkins quien la creó, en este gesto de un solo hombre se condensa el pensamiento de nuestra época, no porque este personaje sea un genio ni nada parecido, ni siquiera es muy inteligente el tipo. Pero a él le tocó encarnar este espíritu, diría Hegel. Del meme, por ahora, no hay salida, nadie puede escapar a los memes. La vida sólo vale en función de que pueda ser memetizada. Es la lógica del simulacro en Baudrillard, o del espectáculo en Debord, pero también la lógica de toda la cultura occidental.
La cultura pop es el resultado del fin de la historia, es decir, de la ciencia especializada, la democracia liberal y el arte contemporáneo como las más altas esferas que se corresponden con el sueño platónico de llegar a conocer por fin lo verdadero, lo bueno y lo bello. El dilema es que la ciencia no ha llegado a ninguna verdad, sino solo a la certeza de que tiene que seguir haciendo nuevos descubrimientos todos los días para actualizarse; la democracia liberal no dictamina lo que es bueno, sino que cada quien debe hacerle como se pueda para pasar por encima de los demás e imponerse; y el arte contemporáneo no determina lo que es bello, porque lo bello era solamente una idea. Así regresamos a la primera cuestión de las tres. Y así regresamos también a los memes. A falta de religión y de absolutos en el conocimiento, la moral y la belleza, la cultura pop se ha vuelto nuestra nueva mitología. Hemos llegado a la conclusión de que la revolución permanente, si acaso, sólo estaría en el meme, es decir, en la mente. Pero esta mente, una vez más, ya no es una cosa abstracta, ya no es igual para todos, es situada, social y cultural.
Quizá uno de los grandes problemas de la filosofía occidental es haber dividido todo solamente en dos esferas: Mente y cuerpo. A Spinoza le haría falta un tercer modo en que participamos de la sustancia los seres humanos: la emoción. Kant dejó sin definir lo bello sino como algo en negativo justo porque no utilizó las herramientas adecuadas para concebirlo. La cultura pop se levanta sobre este punto ciego de la modernidad. Precisamente si quedó sin pensarse desde el siglo XVI al XIX, cobró su venganza en el siglo XX. La cultura pop se basa en la pura emoción, ahora bien, el meme no es sino una forma de pensar aquella esfera que ya lo abarca todo. Tal vez es demasiado tarde, tal vez es lo que nos toca a nosotros: Romper el meme, quebrantar la idea de que más allá del meme no hay nada. Pero, aporéticamente, saber que lo único que está más allá del meme se encuentra en su interior, en eso que pasa desapercibido de éste. Hay que extraerlo con las herramientas precisas. Quizá para ello está ahí la filosofía pop. Este texto que usted está leyendo, a su vez, no puede ser sino un meme, una simplificación caricaturezca de tal filosofía pop. Sólo así podrá, tal vez sobrevivir, o contribuir a formar otros memes en el camino. Pensar con memes, pensar con imágenes, es quizá lo único que nos queda. Y habrá que aprender a gozarlo.
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