Nuevas y antiguas filias

 

El deseo es siempre deseo.
Jacques Lacan

 

Metafilias, microfilias, espectofilias, grafilias, psicofilias, audiofilias, genofilias, historifilias, pictofilias… La lista se pude extender al infinito. Cada filia lleva siempre a una nueva, más por efecto de inercia que de voluntad. Si algo aprendimos de Freud es que toda represión lleva siempre a una perversión. La máquina de deseo no se puede detener y siempre emana nuevos modos. En estos tiempos y en esta geografía en la que aparentemente todo está permitido, inventaremos nuestras propias prohibiciones. Pero más que inhibiciones serán cosas impensables. No nos queda más que crear los nuevos rincones o huecos que están fuera del alcance de una ley perversa que cree abarcarlo todo y que, cuando algo se sale de ella, busca la forma para integrarlo, pues entiende constricción como protección. Las parafilias más comunes y conocidas como la pedofilia, la zoofilia, la coprofilia o la farmacofilia son poca cosa en realidad. No representan ningún reto. Al contrario, son la salida fácil. Cualquier ingenuo que quiera salirse del orden establecido las tiene ahí como primera opción, pero su ingenuidad consiste precisamente en que si cae en ellas termina siendo parte del sistema. Es decir, ¿qué líneas de fuga quedan por inventarse?

Hoy más que nada resaltan las líneas del cuerpo masoquista en el que Deleuze y Guattari pensaron al escribir sobre el Cuerpo sin Órganos. Queremos ser los hombres que se visten de cuero para cerrar las terminaciones nerviosas de su cuerpo; pero ese ejemplo se nos presenta aquí como demasiado sensible todavía. Queremos ser un cuerpo masoquista que se sutura para producir su maquinaria; pero queremos serlo de manera abstracta como una escritura que superpone palabras y más palabras para evitar la síntesis o el placer del texto. No queremos ser ni hombres ni mujeres; nuestras filias son, más bien, las de las letras aisladas que no tienen sentido alguna en su irreductible soledad. Como Foucault dio cuenta de ello, el dispositivo de la sexualidad nos llamaba constantemente a desear, y es por eso que cualquier activismo peca de ingenuo si basa su fuerza reivindicadora en la sexualidad. Para romper el régimen que nos subjetiva con la sexualidad y sus tentáculos fílicos, hace falta que deseemos lo inimaginable y monstruoso, inclusive si aquello se expresa mediante la forma de la ausencia del deseo; quizás habría que ser a-fílicos, es decir, cuerpos que han suturado sus canales perceptivos y que desean el no-deseo. Hay que llevar hasta el límite de las posibilidades el régimen de la filia para burlarnos del psicólogo, el psiquiatra, el psicoanalista y el médico. Quizá suena absurdo, pero en la paradoja se presenta el sin-sentido que realmente hace operativo el régimen sexo-fílico: son sólo ciertos cuerpos, ciertas caras, ciertas imágenes las que administran lo que podemos desear y amar. No hay ningún deseo neutral, y eso es lo que asusta a la gente, pues la espontaneidad que se atribuían en el deseo queda ligada a la manufacturación de una máquina.

En tiempos de la postfilia cualquier cosa se puede convertir en una nueva filia, siempre y cuando sepamos que es un recurso efímero, pues nada nos satisface del todo jamás. Hoy conoceríamos la filia por lo común, filia por disfutrar de la nada, filia por las películas de serie B o por las comedias de Netflix, filia por la música pop de algún subgénero especializado de finales de los 80 o por la canción más insulsa de la radio actual; filia por escribir poemas que nadie va a leer o por leer toda la bibliografía de un autor desconocido, sin que eso sirva absolutamente para nada; filia por stalkear a personas que nunca voy ni quiero conocer o por redactar con pasión líneas como éstas que a nadie interesan, pero que al menos por un segundo nos llenan, nos transportan y nos rescatan del vacío actual, aunque igual sabemos que pronto se va a pasar. La necesidad de inventar o adoptar nuevas filias da cuenta del término del amor eterno, o «amor de la vida», que no resiste a la fugacidad de emocionaes e impresiones que nos solitica el estado actual de la experiencia. Es decir, la idea de someternos a una relación duradera, tanto como nuestra propia vida, si es que en algún momento fue posible, hoy cae por su propio peso y pretención. Frente a una imperiosa necesidad de vivir diversas situaciones ¿por qué subordinarse a una de ellas y a cuál?, ¿la más duradera? Cada cosa en el mundo es, potencialmente, nuestra próxima filia. Y, sin embargo, he aquí que tan todo está permitido que incluso el amor eterno cabe dentro de una nueva filia. Pero ya no como un imperativo moral o social, sino como un artificio que habrá que inventar cada día si es que realmente se padece y goza esta filia.

Spinoza le llamó conatus. La filia es una fuerza que se sufre porque nos atraviesa, no nos pertenece, nos somete cada vez de diferente forma. Nos puede hacer apegarnos a cualquier cosa, incluso a la misma cosa siempre; o a distintas presentaciones de lo mismo. Nada de esto importa. Ya sea como monje budista que desea el no-deseo; ya como pervertido de la cultura pop o del arte contemporáneo (que en realidad es lo mismo); ya como drag queen, feminista radical, homosexual heteronormado, y las infinitas variantes más que se puedan inventar; en fin, el reto es hacerte cargo de tu deseo aún con que sepas que es algo que te ha venido de otro lado.

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