Recién tuvo temporada la aclamada, entre los eruditos y académicos, obra de José Ramón Enríquez, José María y Luis De Tavira intitulada “El Corazón de la materia. Teilhard, el Jesuita”. Como el nombre lo indica, aborda la vida y el pensamiento de este filósofo moderno con el fin de reivindicarlo y además ver su vigencia actual.
Citando el programa de mano dado por la querida institución que la albergó, fue un filósofo del siglo pasado que intentó reconciliar por medio de su pensamiento, la supuesta disyunción que existe entre la fe y la razón. Para él, ambas cosas no estaban peleadas, la razón nos llevaría a reconocer que el mundo y la naturaleza son la obra más perfecta de Dios. Una intuición que otros pensadores místicos ya nos habrían mostrado, como G. Bruno o la propia H. von Bingen.
Sin más preámbulo, pasaré a exponer lo que pienso de la obra que presencié junto con mi muy amado compañero el pasado sábado. Me he permitido retomar la fotografía oficial y el título a causa de no tener unos propios.
En cuanto a la escenografía, me pareció muy eficaz: crear mucho con poco. Sobreponer cuadros de diferente tamaño, del mayor al menor y proyectar sobre ellos el espacio donde se desarrolla el libreto, considero que es algo económico. Crearon una espacialidad que pocas veces se ve, al menos aquí en México. Esto significa ahorro en recursos y lograr el efecto imaginado. Me pareció muy artístico y digno de retomarse y reconocerse. La composición de los cuadros siempre fue muy armoniosa.
La pretensión de reivindicar a Teilhard fue notoriamente emotiva. Sin embargo, creo que no fue lograda. El drama duró casi 4 horas, cosa que los antiguos griegos consideraban antipedagógico, y por ello sus tragedias duraban 3 horas muy a pesar de tener que estar todo el día en el anfiteatro por causa de las trilogías y demás… El hecho de haberlo prolongado de ese modo me produjo una pérdida de atención al final y desesperación por parame de mi asiento. Más adelante explicaré la trama que aborda la vida del jesuita, la falsa disputa entre fe y razón, el feminismo, la guerra mundial, la ciencia sin ética, la institucionalidad y hasta el zapatismo.
En cuanto al público, diré que considero que se trata de un sector muy particular. Una masa de intelectuales que pretenden ser conocedores del teatro y que no sé quién conoce, que son periodistas, universitarios, sesentaiocheños, aficionados del saber (o filósofos…), entre otras cosas por mencionar. Este sector de la población es aquél que se dedica a toser, ya ni en los silencios, sino en pleno (y plano) diálogo, además de comentar en pretendido silencio a mitad de escena que conocían a la actriz.
También este codiciado sector poblacional es el que se dedica a escuchar las conversaciones ajenas y orinar dos horas en el intermedio de 30 largos minutos. Éste, pues, es el sector que se impresiona de cualquier cosa menos de llegar tarde a la obra…
Nuestra primera escena fue de lo más larga e inverosímil, ya que es obvio que si se te muere el esposo y la hija recién nacida por causa de la radiación, causaría que tú también, madre y esposa, te murieras, o estuvieras muy dañada al menos. Simplemente no sé cómo podrías interpretar esa situación. Pero nuestra actriz parecía estar sólo pasmada dentro de un monólogo sin matices. Después no encontré más conexión de esta escena con el resto de la obra, excepto la crítica a la ciencia y tecnología al servicio de la barbarie y la escasa ética, además de la periodista enmudecida que la entrevista.

Cabe destacar la transición entre cuadros y escenas, muy a la clásica y sobre todo renacentista. Posturas estéticas que inevitablemente nos hacen pensar en Miguel Ángel o en Leonardo. Proyecciones que de vez en cuando nos remiten a fotografías históricas de la vida de Teilhard y que al final de la obra desaparecen, al igual que estas transiciones con la estética mencionada.
Por otro lado, el resto de la obra se desarrolla maravillosamente describiéndonos cómo Teilhard se tiene que enfrentar a la institución jesuita y la institución laica. Ambos lo consideraban peligroso y un loco que quiere conciliar lo irreconciliable. Por su parte, su prima se enfrenta a algo similar al querer conciliar la educación con la mujer. Teilhard se muestra a sí mismo como un hombre de acción y no sólo de palabra al participar en la Guerra ganando prestigio y condecoraciones militares hasta que es devuelto a su vida religiosa.
Posteriormente aparece un cuadro contemporáneo de la vida de campesinos que quisieron obtener dinero fácil. Un cuadro que aparece con un extraño preámbulo en el principio y que ahora no tiene alguna relación en tema ni en cuadro. Crítica fiel al narco y a la corrupción de México Lindo y Querido, parece no tener un entrelazamiento dramático con Teilhard y que de manera irremediable me hizo sentir extraída de la obra original. Como una abducción extraterreste: primera en un mundo y luego en el otro.
Luego regresamos con Teilhard y su lucha en contra de la censura religiosa y rechazo laico. Por sus constantes atrevimientos es enviado a China, donde descubre al Homo Pekinensis dando por sentado que esto va a eliminar el antropocentrismo de la historia. Me deslindo de saber si eso realmente ocurrió por la cabeza del jesuita o no.
De nuevo somos enviados al mundo de los chiapanecos que ahora por causa de un jesuita moderno y de la periodista inicial, son guiados a ser responsables de sus actos pasados: dinero fácil a través de plantíos de marihuana. Pasamos de Europa del s. XX a México de hace unos 30 años, y no cualquier México, sino México del sureste. Esta gente se da cuenta de su error y al querer comenzar de nuevo, el jesuita los abandona y los deja por creerlos autosuficientes y a fin de evitar todo paternalismo. Ah, y sus últimas palabras ante la periodista son “¡Lea a Teilhard!”.
Posteriormente pasamos al Vaticano de la misma década con Juan Pablo II firmando una condena para Teilhard, en contra de su voluntad. Este podría haber sido un buen final, justo cuando S. S. Juan Pablo II dice que los cristianos del futuro no podrían perdonar una como esa. Sin embargo somos devueltos a Chiapas con hombres y mujeres armados y con pasamontañas que hablan tzotzil. La periodista está en el centro cuando se reencuentra con el jesuita contemporáneo.
En su plática, ellos reconocen que debe haber una unión con la naturaleza y que sí, hay esperanza para México y todos deberíamos saber que ese es el camino: la unión y la esperanza. ¿Será que Teilhard fue el primer zapatista? ¿O será que la ciencia al servicio de la mera laicidad tiene que ver con el zapatismo de buena a primeras? ¿Acaso, pues, la obra debió llamarse “Teilhard: precursor del zapatismo”?
La obra pintaba ser maravillosa e interesante, pero acabo por ser una balacera (cuasi literal, pues los efectos de los balazos lanzaban chispas, olor a azufre y muchos brincos en el respetable y estimable público) de temas interesantes y dos obras en una. Nuestros queridos zapatistas merecían una obra por separado y Teilhard una reivindicación dura de su fundamento ante la unión de la materia con el espíritu, o mejor dicho, de su falsa separación, pues toda separación es sólo una fragmentación provocada por el ser humano y afán de querer tener poder institucional, llámese museo, seminario, etc. Todo acabó siendo un canto ante la unión ancestral guiada por la voz temblorina de un actor tenor, y al menos nosotros nos quedamos con las ganas de saber qué pensaba Teilhard al respecto.
P.D. Me disculpará el pobre Teilhard desde el paraíso, si hubiera uno. Creyente de la evolución y de la inmanencia de Dios en el mundo.
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En mis tiempos, aquellos los de mi Santa Ecclesia, a los herejes como a este señor se los quemaba, cual pollos rostizados de la Gilipollos, en la pira fogosa para alimentar con el humito el hambre de Dios, el creador, el devorador, el tragón, al puro estilo de Las Nubes. Pues yo lo único que entendí de la obrita del Tavira fue nada, la puritita nada, y lo único que sé es que me dan requeteganas de leer al señor ese para entender algo de lo suyo puesto que, de veras, la obrita nomás se fue por las tangentes. Yo no entendí de qué fue la obra ni muchos menos qué quería hacer el señor ese, el conciliador, el unificador, el enlazador, el amarrador, el hacedor de nudos. ¡De nudos! Puros nudos tenía a obra ¿De qué fue? ¿Panteísmo? ¿Evolucionismo? ¡Hereje! Que se lo cargue la tiznada por andar contradiciendo las Santas Escrituras, las Santas Leyes Entrópicas. Si sólo hay un fin último: la desgracia humana. ¿Y el mundo? ¿La Naturaleza? El mundo es un cabrón que cabe en un planisferio y la Naturaleza es una puta, cabrona, destructora, dolorosa, y si no pregúntenle a Nat Geo pa’ que suba el rating. Ese señor, ese señor, es un soñador que no ha despertado del Cuento Nebuloso, y sobre los ancestros acuáticos ya había hablado Anaximandro, quien por eso se cayó por un hoyo en el suelo, por soñador, por iluso, nomás que el jesuita no se enteró porque andaba metralleteando al bando contrario: un juegito, de buenos y malos, así como Dios manda. El jesuita no me sorprende nada, sólo es una especie de cruce malparida de Eriúgena y Darwin. Pero ya, no seamos demasiado injustos con el soñador poeta-jesuita-filósofo-científico-antropólogo-paleontógo-arquólogo-dinosauriólogo-homosapientólogo (sólo le faltó el título de Licenciado) porque yo estoy despotricando contra la puesta en escena y no con nuestro hombre de ciencia que ya está enlazado con la Ley Grativacional, eso sí, la de Dios.
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Para desgracia del pobre clérigo, la obra fue escrita por unos burgueses que por naturaleza históricas son descreyentes, ya que son los que han despojado al mundo de lo sacro. Y para su desgracia, la obra en vez de hacer justicia a su figura y a su pensamiento, han pintarrajeado a una figura odiosa e inconsistente.
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