Arte político como las máximas potencias de la vida

En México, como seguramente en muchas otras partes del mundo, es muy difícil hacer un arte que active de forma política de manera visible y legal. Generar un cambio en las leyes e instituciones gubernamentales no es algo que le esté concedido sino sólo a las élites políticas que se encuentran cada vez más asociadas con la clase empresarial. De esta manera, cualquier tipo de provocación que venga desde otro lugar se toma casi como una afrenta hacia aquellas élites y puede resultar en un combate directo hacia aquella instancia que se atreva a intentarlo siquiera. En los casos más extremos puede llevar a la desaparición forzada o el simple asesinato sin represalias. Por esta razón, el arte que intenta ser políticamente activo necesita recurrir a tácticas simbólicas, muy disfrazadas en realidad, y en algunos momentos casi inútiles por completo. En ocasiones se reduce a grupos de apoyo, prácticas terapéuticas para soportar el dolor de vivir aquí, meras expresiones de hartazgo tan viscerales como efímeras, todo tipo de manifestaciones individuales o de pequeños grupos que pueden involucrar productos, pero que la mayoría de las veces son también precarios y fugaces. Ante esto, muchas personas juzgan que el arte político en este tipo de contextos es falso, ya no solamente porque es ineficiente, sino porque incluso puede ser considerado como hipócrita al valerse de la etiqueta de «arte» para terminar haciendo este tipo de operaciones minúsculas, insignificantes e incluso aisladas y casi personales. Más aún, muchas veces se les recrimina el aprovecharse de la inscripción de este tipo de prácticas como operaciones artísticas, para beneficiarse económicamente con becas y apoyos estatales que terminan sirviendo para nada.

Bajo esta lógica, efectivamente, el arte político quizá no existe ni puede existir, pues si lo hiciera no podría ser sino como una guerrilla armada declarada o un movimiento bélico de fuerte impacto. Habría que advertir, por supuesto, que si esto sucediera muy probablemente eso ya no podría ser considerado arte. (Aunque el movimiento zapatista tiene mucho desarrollo de la estética y de lo mediático, difícilmente podríamos considerarlo dentro de las prácticas artísticas de México. Esta discusión, por supuesto, no puede ser desechada, pero al menos con los términos que hasta ahora se manejan dentro del mundo del arte, probablemente todavía no puede ser muy bien planteada siquiera.) Dejando de lado por un momento este debate, habría que poner en cuestión antes que eso si en verdad es tan inofensivo el arte político del que estamos hablando. Es verdad que no tiene ninguna eficacia en términos jurídicos, legislativos y mucho menos ejecutivos, pero ¿en realidad queremos juzgar bajo ese criterio al arte? Quizá convendría más comenzar a ver en positivo aquello que desde otros lugares no sólo se ve como negativo sino incluso nulo. Estamos hablando del arte de la infiltración y del pasar desapercibido. Estamos hablando de los recursos de la imaginación, no otra cosa que aquello que se supone es una de las características principales de la práctica del arte.

Nuestra aspiración ya no habrá de ser llegar al depuramiento como reducción al mínimo, sino dar el máximo en mundo hostil que ya no ha dejado mucho para nosotrxs. No hace falta ser profundxs ahora, sino convexes. Se trataría de proponer de un tipo de maximalismo. Ahora bien, este maximalismo puede ser entendido de varias maneras. Por un lado, tendríamos que admitir que el máximo provecho dentro de las posibilidades es la forma en que el neoliberalismo ha logrado administrar los recursos, incluyendo los humanos. Pero también es la forma en que se responde desde la precariedad. Un trabajador actual saca el máximo provecho de un sueldo miserable, estirándolo para que alcance para todo un mes. La flexibilidad va en dos sentidos. El maximalismo no es lo mismo que monumentalismo, por ejemplo. El maximalismo tiene que ver con los recursos disponibles. Y, cuando hay pocos recursos, entonces el máximo puede llegar a ser muy pobre, pero aún con eso es el máximo. Para aquellos que intentan moverse fuera de las lógicas del capital, es decir, fuera de la tentativa de extraer el mayor beneficio de la poca inversión, el maximalismo tiene que ver más bien con inventar el mayor número de posibilidades o alternativas materiales o conceptuales, sin necesidad de utilizar no otra cosa que la imaginación. En su extremo, se trataría de hacer emerger al máximo de mundos posibles a partir de nada. Es aquí donde la labor del arte se torna fundamental.

No se trata aquí de una especie de fe ciega en el arte, sino del arte y de la crítica de arte como una táctica de infiltración, tanto en las esferas del mundo del arte como en el pensamiento. Uno de los grandes problemas de que exista la academia de arte es hacer aparentar que una vez atravesando sus lógicas está garantizado que efectivamente se es artista y que incluso es posible sobrevivir de esta profesión. Pero habría que ver que, más allá de cualquier aval institucional, el arte emerge, no se le puede obligar. No es una profesión. Lo que llamamos «arte contemporáneo» tampoco es solamente una serie de ocurrencias o disparates que sólo buscan llamar la atención a la manera del espectáculo. Esto se comprueba por el hecho de que no es fácil llegar a formar parte de las esferas encargadas de ello. No solamente es necesario tener una serie de avales que te hagan formar parte del grupo de personas que pueden ser llamados artistas, sino que además son necesarios muchos más elementos que están más allá del artista y de la obra, son variables que tienen que ver con dinámicas de mercado, de clase, de políticas, etc. Para que el arte emerja entonces hacen falta tantos factores que se vuelven imposibles de medir.

Dado lo anterior, cuando emerge un artista o más aún un grupo de artistas o de singularidades que se juntan para dar cabida a la emergencia del arte, no es porque sean geniales o distintos a la masa. En todo caso habría que comprenderlo como una simple casualidad, una coincidencia de fuerzas de todo tipo. Y, aún con ello, eso no quita que pueda llegar a constituir un fenómeno importante para la vida de muchxs y un momento relevante en la historia que pueda abrir espacios para otras emergencias, sin que por ello debamos comprender esto como un juego de deudas, influencias o herencias. Todo son coincidencias. En este sentido, los grupos artísticos, comprendidos no solamente como aquellos que producen arte, sino todos aquellos que participan de la elaboración y mantenimiento de espacios abiertos para la creación, quizá se podrían comparar con lo que en algún momento en la segunda mitad del siglo XX en ciertas partes del globo representaron las tiendas de discos, por ejemplo (o el tianguis del Chopo en el caso de la Ciudad de México). Eran un lugar de reunión y un lugar de intercambio y de conocimiento. La comunidad es un milagro. Ante las lógicas de las empresas o del Estado, una comunidad de sujetos que se reúnen por el simple gusto de hacer arte parece una cosa insólita. Esas oportunidades acaban pronto. Muchas veces se asocia con una época en que unx se dedica a estudiar, experimentar y aprender todo tipo de cosas que ofrece el mundo. Pronto se cae en la llamada madurez, o vida del trabajo, donde ya no existe otra posibilidad más que trabajar para vivir, o mejor dicho, vivir para trabajar, absorbidxs en un sistema que busca tu explotación permanente o tu muerte.

Bien podríamos detenernos en los casos específicos de todos aquellos personajes que participan de la labor artística o creativa. Y de ahí podríamos extraer infinidad de análisis sobre la historia del arte en sus diferentes geografías, sus escuelas, sus familias, sus mafias, sus rumores, sus secretos. Pero precisamente seguir ese método no llevaría sino a consolidar aquello que ha llevado la larga trayectoria de lo que se hace llamar «arte». No habría nada nuevo para contar. Habría, por supuesto, muchas inconformidades. Pero la historia de unos cuantos nunca va a poder ser la de muchxs, al menos no en contextos como México, y sobre todo, no si estamos hablando de arte. Incontable cantidad de veces hemos visto ir y venir colectividades, comunidades de diferente tipo, de activistas, de artistas, de pensadorxs, de amigxs, de compañerxs, de vecinxs, etc. Todxs ellxs se deshacen en un contexto que no permite que nada sobreviva, que lo desintegra todo, que lo lleva todo hacia su máxima escasez hasta desmoronarlo. Todxs mis amigxs se subyugaron al trabajo precario y jamás les he vuelto a ver, jamás se repitieron aquellas pláticas sobre cambiar el mundo o al menos dejar alguna huella positiva en él. Pero siempre hay algunas subjetividades sobrevivientes y a su vez nuevos grupos o espacios emergentes provenientes o no de otros esfuerzos. A fuerza de necedad, obstinación o simple suerte, es posible que estos espacios se sostengan simplemente como un lugar de refugio para todxs aquellxs sobrevivientes ante la aniquilación sistemática de nuestra sociedad actual. 

Bajo el marketing, el proyecto social moderno se volvió simplemente una forma de engaño social, de mantener engatusadas a las masas. Por ello es necesario de pronto volver a hacer todo desde el principio. Se hace imprescindible volver a pensar nuestras formas de organización, de pensamiento y de acción. Hace falta volver sobre los medios de producción uno por uno, la imprenta, la radio, los utensilios para comer, para escribir, para pintar, dibujar, etc. Esto es en todo caso lo que todavía puede darnos el arte, la posibilidad de intentarlo todo, aún sabiendo que probablemente no tiene fondo, que definitivamente no hay salvación y que tampoco hay un estado de pureza al que podamos aspirar. En última instancia haría falta comprender que la forma es una confluencia de fuerzas de todo tipo que tiende a permanecer en el tiempo. Así, aquello que llamamos arte no es sino el resultado de tantas coincidencias que lo máximo que podemos hacer es no intentar ser profundos, posiblemente perdiéndonos en los archivos de la historia; sino darlo todo con lo poco que tenemos. Una cosa es el mantenimiento y otra es la supervivencia. En todo mantenimiento hay algo de supervivencia, no sabemos en qué grado, puede ser que sea casi nulo o imperceptible. Pero en la supervivencia no hay mantenimiento. Por el contrario, hay ruptura. Más que mantenimiento hay resistencia. ¿Qué es lo que sobrevive? Evidentemente la vida. Ahora bien, la vida no puede ser definida y eso es lo que hace la diferencia entre ver al arte como profesión o como supervivencia. La primera se enfoca únicamente en la supervivencia biológica de un individuo en todo caso. La segunda es una táctica de desestabilización política que, teniendo su emergencia en las máximas fuerzas de la vida, desgarra desde el fondo nuestras concepciones actuales y las voltea hacia una nueva mirada.

*La imagen que acompaña a este texto es un dibujo de Waysatta Fernández.

Categorías Arte, Crítica de arte, Pensamiento

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