¡NO HAY PRESENTE!

Hemos sido alcanzadxs por ese futuro del que se hablaba en el siglo pasado cuando se decía “No hay futuro”. Por lo tanto ahora tendríamos que decir “¡No hay presente!”. Todo es puro pasado. Todo es solo nostalgia. El mundo ya se acabó por fin. Todo eso que venían anunciando ya sucedió y no nos hemos dado cuenta. Continuamos, sin embargo, por inercia alimentando a un mundo obsoleto. Es como seguir coleccionando discos de vinil, cassettes, películas en VHS, cds, etc. Todas estas tecnologías ya pertenecen a un pasado lejano que no volverá, por más que nos aferremos a ello.

La falta de presente tiene sus primeros atisbos en las modas vintage, por supuesto, las cuales eran una reminiscencia del pasado, en su estética y en su inocencia. Luego vinieron todos los revivals y las reuniones de personajes famosos que habían participado en programas de tv, películas, bandas de música, etc. Algo se sentía que se acababa. Hoy ya no hay futuro ni presente, sólo nos queda el pasado. Las modas actuales ya no se sienten como las de antes, ni siquiera alcanzan realmente la categoría de moda puesto se encuentran siempre en pequeños nichos de mercado tan especializados que no son compartidos casi por nadie.

Estamos a la vez sobresaturadxs de pasado, puesto que tenemos registros muy vivos de los últimos 100 años. Podemos acceder a las grabaciones de voz, fotografías, películas, pinturas, esculturas y cualquier otro tipo de producción humana con tan solo un click. Esto abarca desde aquello que fue ya sea realizado o al menos documentado en el último siglo y medio aproximadamente. Si cualquier producción humana ha sido ya tocada o capturada por los dispositivos digitales, entonces ya está a nuestro alcance en unos cuantos segundos (dependiendo del ancho de banda de nuestra conexión). Esto abarca desde aquello que fue producido desde los inicios de la civilización hasta lo que ha sido hecho hace unos pocos segundos. ¡Pero todo es pasado! ¡No hay presente! Incluso si en un streaming hay unos microsegundos de diferencia en la transmisión, ya estamos hablando de un pasado.

No hay presente porque no hay presencia. Todo estamos ausentes en cierto sentido también, pues aunque podamos estar en un mismo lugar corporalmente, es muy probable que cada unx esté si no metido dentro de un dispositivo en el lugar de trabajo o en la casa, incluso en nuestras imaginaciones probablemente estemos pensando en otra cosa que no está ahí presente. Así, nuestra mente también esta en un pasado maquinando cosas que ya no tienen nada que ver con el mundo destruido en que nos encontramos. Es posible que alguien todavía tenga aspiraciones, pero esas aspiraciones se corresponderán con un mundo pasado. Todos los planes para el futuro están inscritos en una narración del mundo que ya no cuadra con la nuestra. Seguir planificando el futuro no es sino pensar en las próximas deudas. No hay posibilidad de que el futuro se haga presente, sino que el futuro se nos presenta en todo caso como una deuda insaldable, un constante pensar en un pasado que se tiene que pagar.

No hay presente porque no hay nada que nos sorprenda. No hay nuevos regalos de la vida o del devenir. No hay ofrendas ni sacrificios que valgan la pena. No hay presente porque no tenemos tiempo para nada. No tenemos tiempo ni siquiera para trabajar o para completar todos nuestros pendientes laborales. La carga de trabajo es tan amplia que siempre estamos trabajando «para ayer». Por otra parte, la noción de «pasatiempo» ha perdido su sentido, pues precisamente como lo indica su propia composición, de lo que se trataba era de evadir el presente, pasar el tiempo. Ahora ya no hay que evadirlo porque ya no lo tenemos. O bien no encontramos el tiempo para nuestros pasatiempos ni siquiera, o bien nos hemos autoconvencido de que nuestro trabajo es nuestro pasatiempo. No hay manera tampoco de seguirle la pista a todas las novedades del entretenimiento o modas que supuestamente nos ayudarían a fugarnos un poco de ese encierro laboral. Más que entretenimiento, lo que ahora tenemos es un ante-tenimiento o pre-tenimiento. Es decir, incluso nuestros momentos de ocio, esparcimiento, recreo, o como queramos llamarle, se nos han ido. Ya no esperamos nada del futuro pero tampoco tenemos nada en el presente. Siempre apresuradxs, siempre encarreradxs, nuestra vida entera se juega en el añoranza del tiempo perdido.

Con el encierro desatado por la pandemia del COVID-19 ha sido más evidente que se acabó por fin el presente. No hay forma de compartir experiencias en tiempo real, todo está desincronizado, desde la educación hasta el entretenimiento. Todos los contenidos a los que accedemos han sido creados previamente antes de que podamos acceder a ellos y, en todo, caso, cuando hay la posibilidad de streaming, de cualquier forma todo queda grabado para ser consultado más tarde. El presente ha perdido su sentido. Diciembre de 2019 se siente como un pasado remoto. Desde entonces hemos tenido muy poco tiempo para hacernos de un presente. Mentalmente seguimos viviendo en aquel mundo que dejamos antes del coronavirus, pero no nos hemos dado cuenta de que cuando regresemos a esa supuesta normalidad ya habrá cambiado todo. Nuestro presente, por lo tanto, está perdido en una suerte de dimensión paralela, suspendido esperando a que se le ponga de nuevo en su lugar. Pero eso ya es imposible. No hay ningún lugar al cual volver. Esta suspención es definitiva. Fuimos expulsadxs del tiempo.

No hay camino de regreso hacia el presente que dejamos atrás como tampoco hay ruta para reencontrarnos con el mismo sedero en un lugar más adelantado. En la educación, por ejemplo, hubo un esfuerzo desesperado por adaptar los contenidos que se enseñaban presencialmente a las redes digitales, pero no nos dimos cuenta de que esos contenidos ya ni siquiera tendrían que ser traducidos o adaptados de ninguna manera; sino que se deberían, en todo caso, inventar nuevos contenidos, pues aquellos conocimientos de las clases presenciales estaban precisamente referidos a un mundo que ya no existe ni va a volver a existir. Estamos preparando a lxs alumnxs para un mundo que ya caducó. Estamos enseñando metodologías, información y lógicas de un mundo pasado y para un mundo pasado. Ahora nada de eso tiene sentido ni puede ser adaptado. El mundo que nos espera es otro tan distinto del anterior que no puede ser leído en la misma línea del tiempo. Es decir, lo que nos espera no es el futuro de aquella narración lineal del tiempo, sino que es otro nuevo relato que comienza desde el principio. No hay futuro, ya nos lo habían dicho desde hace mucho, y eso apenas empieza a cundir.

Ni siquiera es posible pensar en un futuro ni un presente posible trasmigrado en nuevos medios. Y esto es porque incluso el internet está obsoleto. Las mismas personas que desarrollaron esta tecnología nos están advirtiendo que internet ha muerto. Con los monopolios actuales del internet, nunca salimos de las mismas narraciones estandarizadas del mundo y de la vida. Internet sigue intentando capturar toda manifestación humana y no humana, pero desde el mismo relato acumulativo de información que viene desde la Ilustración. ¡Gran error! No sabemos lo que pudo haber llegado a ser internet, pero sabemos que, al momento actual, ya está echado a perder. Los entornos que nos presenta, desde las redes sociales, hasta los buscadores y cualquier cantidad de páginas con un contenido pensado como información, son siempre lo mismo. Son enclaustrantes, sin muchas alternativas, muy limitados. Y ahora es tan tarde que ya no hay forma de volver a plantear otro internet posible. Incluso cada vez son más definidos los términos por medio de los cuales se puede participar en esa red global que es internet. Los protocolos están más determinados, las formas tanto de planificar como las de la recepción también están cada vez más establecidas. Ya sabemos lo que se ve bien y lo que se ve mal. Ya sabemos lo que funciona y lo que no funciona. No hay manera de vivir ahí. Sólo se trata de funcionar y ser efectivo.

No hay presente, o al menos no hay un solo presente. El relato único que lograron construir y convencernos de su fortaleza, tanto la ciencia y los saberes occidentales, como el entretenimiento y la cultura pop, se ha terminado. El filósofo Slavoj Žižek, al comenzar la pandemia, dijo que esto era una muestra de que el capitalismo ha llegado a su fin, que el relato del capital se había acabado. Pero no advirtió que en ese relato estaban también todos nuestros afectos, pensamientos, sueños, comportamiento y fe. Por esta razón, volver a plantear las discusiones acerca de si hay otro camino distinto del capitalismo tampoco tiene sentido, pues no es que estemos ante una encrucijada, sino ante una barranca. Más aún, estamos como aquella caricatura de «El coyote y el correcaminos» en que el coyote sigue corriendo en el aire mientras ya no hay piso. Aunque esta metáfora ya había sido usada antes para describir el comportamiento de los mercados financieros, esta vez abarca toda nuestra existencia. En pocas palabras: sólo nos queda esperar la caída en todos los sentidos.

Entendámoslo bien: todo ese mundo, en el que la discusión entre capitalismo y comunismo tenía sentido, se ha terminado, junto con sus correlatos y mixturas sobre estado de bienestar, democracia, competencia, corrupción, liderazgo, emprendeduría, sindicatos, izquierda, derecha, etc. Todo eso es pura nostalgia. Lo que hoy llamamos precariedad y flexibilidad del trabajo son también solamente términos para nombrar aquello que se sostiene sobre el aire. No tienen definición última ni definida. Siempre pueden extenderse un poco más y un poco más hasta que de pronto no queda más que caer y hacerse polvo.

Seguimos avanzando, incluso corriendo, pero sin piso. Ya no hay metafísica pero tampoco física de la presencia. Ni siquiera las ciencias más duras han logrado explicar lo mínimo de este mundo. Hoy es evidente que la ciencia no ha podido resolver los problemas de la humanidad en cuanto a salud y ecología, ni que los Estados actuales, así como tampoco las instituciones internacionales que suponen regularlos, han podido resolver las desigualdades, y sin embargo no hemos encontrado otras formas de hacerlo tampoco. Ni siquiera recurrir a aquellos saberes ancestrales o marginados de la cultura occidental puede ofrecer alguna salida. La astrología, el yoga y el tarot, entre otros saberes, se miran como meras excentricidades. El decolonialismo ha sido apropiado por las academias y no parece tener para cuando va a salir de ahí. Las universidades, ya lo dijimos, están obsoletas. Quizá hoy se viven como el último refugio donde el pensamiento sigue vivo, pero su estructura está caduca. Por un giro perverso, este tipo de instituciones estatales terminaron siendo guarida de ideas radicales, es verdad, pero no dejan de ser un privilegio de pocxs. No hay más espacio en las universidades actuales, ni como trabajadorxs ni como estudiantxs. En realidad nunca lo hubo, pero ahora esa sociedad para la que estaba pensado el proyecto de la universidad ya ni siquiera existe. No hay un mundo que esté esperando a sus egresadxs para ponerles a trabajar, para encargarles ninguna tarea ni ningún espacio de realidad en el cual intervenir.

Es la historia y el tiempo del patriarcado el que se ha caído. Es el tiempo único, lineal y progresivo el que ya no existe ni tiene sentido que exista. Por esto es que tampoco valen la pena las luchas en los términos que les conocíamos antes. Exigir algo a las autoridades actuales es el peor método para obtenerlo. Sirve únicamente para exponerse y quedar a sus expensas. No hay presente para nadie no solamente porque el futuro se perdió, sino porque ni siquiera en el presente se pueden sostener las estructuras pasadas. No dan cuenta ya de las realidades ni de las necesidades. Hay que volver a comenzar el mundo desde el principio. Hay que inventar nuevos dioses, nuevos ritos, nuevos valores y fiestas sagradas, habrá que aprender crear nidos sobre abismos, ya se había dicho. Pero esto implica un cambio total. El que se cae es el tiempo de las grandes narraciones pero también el de los héroes y los personajes famosos que proclamaban cuando iba a caer o no esa historia. Ahora ya no hay ni presente para que ni ellos ni nadie pueda adjudicarse la autoría de nada. Y, si no hay presente, proclamemos ¡que tampoco haya pasado! Por lo menos no uno que se sienta como una carga; por lo menos no uno que se mire con la nostalgia de un suelo firme. Nunca lo hubo. Desfundemos el pasado para poder hacernos de un presente. Y a partir de ahora no pensemos tampoco en un futuro, sino, si acaso estemos alertas a la emergencia de un porvenir.

Categorías Filosofía, Pensamiento, Pronunciamientos

1 comentario en “¡NO HAY PRESENTE!

  1. Muy buena reflexión… Da para mucho.

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