Aislamiento y promiscuidad antes, durante y después de la pandemia

Se viene una época única, como todas y cada una de las anteriores. No hemos visto nada similar de ello en algunos aspectos, pero paradójicamente también será una repetición de lo mismo que ya hemos vivido. Con base en esta comprensión un tanto especulativa de los fenómenos históricos, nos podemos atrever a intentar vislumbrar lo que la actual pandemia ocasionada por la propagación del virus COVID-19 significa en una cultura como la nuestra, prestando atención sobre todo en sus efectos adyacentes, los cuales, advertimos, no se reducen en absoluto al llamado coronavirus ni estado actual de las cosas.

En primer lugar, no sabemos cuándo va a terminar la pandemia, pero lo que sí podemos ver desde aquí es que las lógicas que desató o está desatando es probable que duren mucho más tiempo que la pandemia misma. Al menos desde este lugar, se miran 2 vectores aparentemente opuestos que crecen exponencialmente. Por un lado está el aislamiento obligado derivado del riesgo que se corre al reunirse con lxs otrxs. Por otro lado está una promiscuidad que, desde el aislamiento, se mira como casi una promesa de regreso al final del martirio pandémico. Como se podrá ver, las dos cosas no son excluyentes, incluso entre más crece una, más se exponencia la otra. 

Ahora bien, antes que nada habría que ver también que estas dos tendencias no son nuevas tampoco, no nacieron por la pandemia. Si bien no podríamos determinar en este momento desde cuándo, es evidente que la cultura, al menos la así llamada «cultura occidental» ya estaba empujando hacia ellas desde bastante tiempo antes. Por un lado, las tecnologías de la información han venido desarrollándose y entrando en la vida de cualquier persona cada vez más. Estas tecnologías, lo hemos visto hasta ahora, son agentes del aislamiento a la vez que promueven una comunicación a través de circuitos discretos que tiene precisamente a su contrario, la conexión posiblemente infinita de todo con todo. Al mismo tiempo, pero en un registro totalmente distinto, los movimientos sociales de liberación corporal han crecido a la par. Son las marchas de las disidencias sexuales y los derechos de lxs oprimidxs de este sistema, por un lado, pero también la fiestas, el perreo, la promiscuidad y la experimentación, lo que convocan juntos hacia el otro extremo. Ni qué decir del aumento en las densidades poblaciones que, sin tender a la protesta ni a la fiesta, obligan a la compartición de espacios tan encerrados como un vagón de metro a determinadas horas, por miles de personas. 

Alguien podría argumentar que la pandemia es resultado de una cierta promiscuidad global, es decir, de los viajes internacionales, tanto de mercancías como de personas. Pero también alguien podría colegir que fue una cierta separación entre las clases la que llevó a la explotación extrema de algunas geografías en cuanto a abuso tanto económico como ecológico; y, además, que fueron principalmente las clases sociales altas las que propagaron el virus con un estilo de vida de traslado permanente entre países a la vez que cuando el virus entró en las fronteras cerradas y vigiladas de cada nación ya fue solo cuestión de fluida diseminación en cuerpos expuestos a la precariedad y desprotección. Del mismo modo, como consecuencia de la pandemia, mientras que unxs encontraron rápidamente las vías para esconderse en sus hogares con todas las comodidades de la virtualidad, otrxs tuvieron que convertirse en los mártires de la salud para realizar todas aquellas tareas que nadie que hacer, arriesgándose al virus y sin poder detener un estilo de vida eu los condena a estar todo el tiempo transportándose a veces en las peores condiciones de hacinamiento en las ciudades grandes o, como mínimo, sin poder parar de trabajar en los exteriores debido a que son lxs servidorxs de todxs aquellxs que tienen el privilegio de quedarse en casa.

Es decir, es verdad que las tecnologías de la información llaman hacia el aislamiento, lo promueven y lo facilitan. Pero incluso es tanto así que unx puede estar en un lugar encerrado con una amplia cantidad de gente en un mismo espacio, y al mismo tiempo estar absorto de la situación miran un dispositivo celular durante horas. En este punto es precisamente donde ambas tendencias se juntan y muestran que en realidad no son del todo opuestas, sino incluso tal vez complementarias.

Como una especie de augurio occidental, la división mente-cuerpo que ha acompañado a la historia de esta civilización desde su inicio, tiende a hacerse cada vez más patente y a materializarse en todos los aspectos. Lo que hemos visto a partir de la pandemia no es sino la exacerbación de las inclinaciones sistémicas. Por un lado, el confinamiento recomendado por las autoridades, tanto gubernamentales como de la salud, conlleva el incremento en el uso de las redes sociales y el tiempo que se pasa frente a la pantalla en general. En este sentido, la tendencia al aislamiento se está viendo cada vez más reforzada, de una manera tan contundente que, incluso si hoy mismo se terminara el fenómeno biológico de la pandemia, la costumbre de pasar tanto tiempo dependiendo de las redes de comunicación internacionales sería tan grande que no sería fácil dejarla en poco tiempo. Menos aún podríamos ver a los poderes que tanto invirtieron en el desarrollo de estas tecnologías ver perder sus ganancias, así que inevitablemente tendrían que movilizarse para generar estrategias en las cuales la salida del mundo virtual no es una opción. El aislamiento se mueve, pues, entre un trauma colectivo que nos conmina al miedo a acercarnos a lxs demás y el cual no será sencillo de diluir en un futuro cercano, si no es que imposible; y, por otro lado, una adicción a aquella posibilidad que nos ofrecen las nubes de información para acceder a tantos contenidos, aparentemente infinitos, que podríamos pasar la vida entera navegando en ellos.

Ahora bien, si por un lado el ciberespacio representa una especie de utopía de la mente, un lugar o refugio para las subjetividades contemporánea donde sin arriesgar demasiado de pronto parece accesible todo; por otro lado el cuerpo tiene sus propias manifestaciones. La teoría de género que tiene a disolver todas las diferencias, aunada con el reguetón y otras corrientes o movimientos populares que animan a la promiscuidad, así como la necesidad irremediable de compartir cada vez más espacios en un mundo en crecimiento, pero con una capacidad finita, todo ello, y posiblemente muchos más factores, son expresiones de una pulsión hacia lo carnal o corpóreo. Y, una vez más, no son excluyentes estas dos tendencias. Al contrario, a través de los sitios o aplicaciones de citas, son cada vez más comunes y recurrentes desde las citas que podemos hacer para obtener un servicio como las compras o comida a domicilio, pasando por los viajes en vehículos privados, hasta plataformas explícitamente creadas para concertar la realización de citas que pueden ir desde un mero encuentro de plática hasta cualquier tipo de práctica íntima de exploración o extremización de las sensaciones corporales. 

No olvidemos también que todos estos relatos vienen acompañados a su vez, de expresiones clase. Mientras que un tipo de clase, tanto económica como cultural, tiende más hacia el aislamiento, o aparente aislamiento, a través de la vida en internet, su extremo opuesto aparentemente va hacia lo contrario, tener cada vez menos la posibilidad de la exclusividad. Todo esto, insisto, es meramente aparente, pues, como hemos visto hasta aquí, ambos extremos siempre terminan encontrándose en algún punto. El deseo mueve a algunxs hacia abajo y a otrxs hacia arriba, acercándoles a unxs con otrxs, aunque sea en los espacios marginales o no aceptables socialmente, pero también en los espacios de lujo y glamour. 

Todo este entramado de relaciones sociales y de deseo es en el que la filosofía encontrará un caldo de cultivo casi perfecto para su expansión. Por su posición privilegiada dentro de la cultura occidental para poder pensarlo todo, atravesando cualquier materia de estudio, tendrá la capacidad de colocarse como uno de los lugares más adecuados para refugiarse en esta extremización de los polos entre aislamiento y promiscuidad. Pero, como ya lo hemos dicho, cada uno de estos extremos conlleva sus propios correlatos en la mente y el cuerpo. Y si la filosofía se deja llevar por sólo uno de los dos lados que se le ofrecen, entonces, sin querer estará al mismo tiempo fomentando o abriendo la puerta hacia el otro. Así, tendríamos que hablar de dos tipos de filosofía también, o dos tendencias de la forma de hacer filosofía. Por un lado estaría una que tiene a regodearse con los datos y búsquedas de alternativas mentales, la cual tiende al aislamiento. Este tipo de filosofía es, de hecho, la que hoy se entiende como tal, una que se trata más bien de un ensimismamiento y un goce a partir de la erudición y las teorías relacionistas. Y lo que tratamos de advertir aquí es que si la filosofía es vista como un cúmulo de conocimientos y conexiones entre ellos que no pasan jamás por una dimensión experiencial o un modo de vida, entonces sin darse cuenta arrastrará los excesos más impensables en el mundo de los cuerpos. 

Por lo tanto, por otro lado tendríamos que considerar un tipo de filosofía que tiende a la promiscuidad, convocando a la experimentación y la libertad total, la cual si bien puede resultar muy interesante de discutir y conocer, en realidad más bien se vive, se experimenta con el cuerpo y se lleva a cabo en actos específicos de relaciones libidinales en su sentido más visceral. Y aquí volvemos a decirlo: un tipo de filosofía no excluye a la otra, al contrario, se complementan. Por un lado proliferan las teorías que tienen la capacidad de encontrar explicación para todo, conectándolo todo con todo y encontrándole a cada cosa su lugar, pero por otro las personas, a la vez que buscan no perder ninguna oportunidad de contacto, tienden a comprometerse o involucrarse cada vez menos en sus relaciones a fin de evitar conflictos de cualquier tipo. Y una cosa lleva a la otra. Por un lado, tanta especulación lleva al delirio de mezclarlo todo, por otro lleva al agotamiento, el deseo de olvidarlo y buscar las salidas catalogadas como las más banales. A su vez, es en realidad en esos submundos de las relaciones personales donde se maquinan muchos de los acuerdos que permiten pertenecer o no a los ambientes hoy considerados filosóficos en las academias y demás instituciones.

Como lo decíamos al principio, no sabemos cuándo va a terminar la pandemia, en su sentido biológico, pero lo que parece claro hasta aquí es que la pandemia en su sentido social-cultural ya venía fraguándose desde hace mucho y no parece que vaya a terminar muy pronto. El aislamiento y la promiscuidad que parecen tendencias opuestas, en realidad forman parte de ese mismo entramado que, tanto permitió el surgimiento de la pandemia, como llevará también a la explotación de la misma en muchos sentidos. La filosofía, que bien puede verse como meramente un ejercicio mental o como un ejercicio de vida, probablemente sea el lugar adecuado para establecer puentes y comprensiones entre ambos mundos. Así como la ciencia no se trata solamente de conocimientos aislados del mundo, sino que se desarrolla a partir de experimentaciones con consecuencias en muchos niveles de la vida social; y así como el capitalismo no es solamente un esquema de comportamiento de competencia grabado en la mente, sino que es evidente que deja sus secuelas en el extractivismo de recursos de todo tipo; y así como las redes sociales no son un espacio de ilusión donde no pasa nada en realidad, sino que al contrario, modulan las subjetividades, comportamientos, aspiraciones y mentalidades, entre muchas otras cosas; justo así la filosofía tendría la potencialidad, hoy como siempre, de colocarse en medio de estos extremos para intentar comprenderlos sin dejarse embaucar por la tentación de cualquiera de ellos. Y quizá eso ya sería un gran logro. Esperamos que estos apuntes sirvan a ello.

Categorías Filosofía, Pensamiento

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