Si la filosofía fuera un deporte

«Concebir un pensamiento, un solo y único pensamiento, pero que hiciese pedazos el universo.»
Emil Cioran

Tanto la filosofía como el deporte no son otra cosa más que canalizaciones de la energía vital humana hacia objetivos específicos: escrituras y registros corporales de cualquier modo. Ahora bien, tanto para una como para la otra, hace falta hacer ejercicio. Tradicionalmente se podría hacer una distinción entre el ejercicio físico y el ejercicio mental que requiere cada una como preparación para la realización de estas actividades. Sin embargo, con el avance de la neurociencia nuestra comparación podría verse incluso más plausible, pues hoy en día sabemos que cualquier pensamiento es también un fenómeno físico a la vez. Por lo tanto, vale la pena continuar con esta equiparación, pues ambas, es verdad, requieren de un impulso o potencia hacia el movimiento, ya sea que se vea como un gasto, una inversión o simplemente un resultado inevitable de las fuerzas de la vida manifestándose. Como ya lo dijimos, si bien en el deporte el movimiento puede ser evidente, actualmente sería muy fácil comprobar que cualquier pensamiento conlleva un impulso nervioso cuando menos; y, en todo caso, en sentido metafórico, también podríamos hablar de un desplazamiento que se da invariablemente de un pensamiento a otro.

La comparación va más allá, pues tanto en la filosofía como en el deporte, pareciera que estas fuerzas de la vida no se esfuerzan demasiado al ejecutarse. Es decir, la filosofía, definida como amor por la sabiduría, tiende a caracterizarse como una pasión, más que como una obligación. Se trata de un tipo de operación que se lleva a cabo por mero gusto y no tanto porque se busque forzosamente obtener alguna finalidad en específico. Por supuesto que hay pensamiento en cualquier actividad humana; una vez más: si definimos al pensamiento como cualquier acción de conectividad entre las neuronas, entonces prácticamente estar vivo biológicamente, en el ser humano, es igual a estar pensando (ahorrémonos por ahora la discusión de la delimitación de la vida biológica y su relación conflictiva con la actividad cerebral). Sin embargo, cuando se habla de filosofía se habla regular y coloquialmente de un impulso hacia el conocimiento casi incontrolable, como si de una especie de inquietud o tentación irrevocable se tratara. Se le ha llamado también «vocación». Más aún en el mundo contemporáneo de pronto se tiende a colocar a la filosofía como una especie de profesión descabellada cuando se pretende vivir de eso u obtener riqueza por dedicarse a ello; o en el menor de los caso, como un gusto o placer exquisito, un pasatiempo o incluso una especie de adicción no condenada socialmente, pero sí un tanto excéntrica o curiosa.

Pues bien, con el deporte pasa más o menos lo mismo que con la filosofía en varios sentidos. Si nos remitimos a las acepciones de diccionario de la palabra deporte, veremos que se trata de una actividad de recreación o incluso descanso. Por supuesto este descanso no se refiere a que en el deporte no se haga nada, sino que lo que se hace no tiene una finalidad específica o primordialmente productiva. El estatuto del deporte en las sociedades contemporáneas tiene que ver mucho más con la diversión, el entretenimiento, o aquello que llaman «sana competencia» (etiqueta que es muy cuestionable), que con el mundo del trabajo o de aquellos compromisos o responsabilidades con los que nos «ganamos la vida». Aunque más adelante hablaremos acerca de la distinción entre los profesionales y los no-profesionales tanto de la filosofía como del deporte, quedémonos por ahora con esta idea de que, en un primer estadio no temporal sino ontológico, el deporte es simplemente una actividad que, como la filosofía, se lleva a cabo más por un querer que por un deber; casi como si se tratara de una necesidad de ocupar una suerte de energía excesiva que exige al individuo que las realiza buscarle alguna salida; aún con que sea totalmente irracional o improductivo hacerlo.

Ahora bien, quizá es verdad que tanto en la filosofía como en el deporte alguien podría argumentar que su ejercicio se trata más bien de guardar una especie de salud, ya sea mental o física, que de buscar beneficios más altos que eso. Sin embargo, lo cierto es que es totalmente indefinible la frontera entre cuánta práctica es suficiente o no para mantener esta supuesta salud en cualquier de estos ámbitos. Incluso llega un momento en que el exceso en la actividad de cualquiera de ellas puede tomarse en algún punto como algo a dañino, enfermo, obsesivo o simplemente desviado. Por otro lado, también es cierto que siempre habrá maneras correctas o incorrectas de adentrarse en el mundo de los deportes y el ejercicio físico, así como de entrar al mundo de la filosofía y el pensamiento. Para ello existen ya tradiciones y estudios muy amplios, o simplemente gente que se dedica lo suficiente a éstas como para poder orientar la práctica de lxs principiantes. Así, en el deporte existen una serie de recomendaciones para no lastimar al cuerpo o forzarlo, a corto o largo plazo, las cuales van desde la forma particular de realizar los movimientos corporales hasta la alimentación, horarios u otras tecnologías anatómicas. Y en la filosofía, por supuesto, para evitar la mera especulación delirante o sin sentido existen las reglas lógicas y las buenas lecturas, entre otras tecnologías psíquicas.

¡Vayamos más lejos! Si la filosofía fuera un deporte habría que dividir en primer lugar en dos grandes ámbitos: el profesional y el amateur. Y todavía más, dentro de la esfera profesional habría otra subdivisión: entre meros espectadorxs, comentaristas y aquellxs que juegan en el campo de batalla. En la filosofía como en los deportes, siempre existe la posibilidad de que alguien que sea simplemente un aficionado pueda llegar a ser mejor ejecutante que un profesional. Sin embargo, esa posibilidad se ve muy reducida cuando el profesional se dedica todo el tiempo, durante muchos años y casi todos los días de su vida, recibiendo un salario que le permite no solamente estar al tanto de todo lo que sucede en el campo, sino que incluso se le exige como parte de su trabajo. Las habilidades que adquiere una persona profesional frente a lxs amateur, en estas condiciones, poco tienen que ver con una suerte de talento, como capacidad a priori de cada unx. Son más bien el resultado de una práctica permanente, constante y disciplinada. De esta manera, una cosa es que alguien posea de manera más o menos intuitiva la facultad de ser bueno para alguna de estas materias y otra es que ocupe todas las fuerzas de su vida en ello, incluso que pueda ser su motor de subsistencia. Muchas veces pueden ir de a mano, pero en otras ocasiones pueden simplemente no tener nada que ver una con otra. De hecho, en contextos como México donde, por condiciones sociales y económicas, estudiar filosofía se vuelve o una iniciativa de locos o una prerrogativa de pocos, la mayoría de quienes ostentan no sólo el grado de Filosofía sino el mote de «filósofos» muchas veces no se podría decir que son buenos pensadores. Solamente son personas que tuvieron el privilegio de poder dedicarse toda su vida a ese oficio avalados por una academia o alguna industria editorial o «creativa».

Espero que quede claro que no estamos haciendo esta diferenciación entre distintas formas de hacer filosofía bajo ningún afán clasista, sino incluso al contrario. Tratamos de dar cuenta de que, más allá de las clasificaciones institucionales del ejercicio filosófico, el mundo de la filosofía es mucho más amplio y complejo. Y es que precisamente hay diferentes tipos de deportes también. Hay deportes que se tratan de ganar o perder, pero hay otros que simplemente se enfrentan a las leyes de la naturaleza y no de vencer a ningún opositor en general. Más aún, hay deportes en los que existe un objetivo el cual cumplir, como anotar un gol o una canasta frente a un equipo enemigo, o realizar una tarea de manera más veloz o atinada que lxs demás ejecutantes bajo ciertos parámetros; pero hay otros deportes, o maneras de hacer deporte, que ni siquiera tienen objetivos definidos. Gilles Deleuze ya había llamado la atención sobre el nadador o el surfista, quienes se enfrentan a las fuerzas del mar o el agua y juegan con ellas, no tratan de vencerlas, a menos que se introduzcan criterios de éxito concebidos explícitamente para la medición y la competencia.

Lxs espectadorxs tanto de un tipo de deportes como de otros también son diferentes, quizá tanto como aquellxs filósofxs que se encargan de la filosofía analítica, por un lado, o de la llamada filosofía «continental» por otro. Mientras que lxs primerxs siempre están tratando de encontrar quien gana la partida, quien lanza el mejor argumento, quien se acerca a la verdad más certeramente, etc., lxs otrxs a veces parece que simplemente se divierten o se contentan con la libre deriva mental. Pero, por supuesto, tanto en la filosofía como en el deporte, siempre puede haber quien se afane en establecer ganadores y perdedores, o en establecer medidas para lo que es correcto o incorrecto, mejor y peor. Lxs espectadrxs o fans de la filosofía pueden ser también más pasivos o más activos; pueden ser solamente receptores o pueden ejercitarla en sus tiempos libres a su manera; pueden llegar a ser muy analíticos y comentar lo que han leído con sus amigxs, o pueden incluso intentar hacer sus propias teorías; pueden llegar a ser muy aguerridxs y violentxs también. Habría que advertir en todo caso, que la espectaduría totalmente pasiva en filosofía, como en los deportes, no existe. Todxs hemos en algún momento realizado algún deporte o ejercicio, así como todxs hemos pensado sin finalidad alguna. Esa memoria grabada en los órganos vitales y los músculos de todo el cuerpo, es la que se pone en juego cuando vicariamente nos sentimos partícipes de las actividades de las que aquí estamos hablando.

En el otro extremo de la espectaduría, al menos hablando analíticamente, están aquellxs que llevan a cabo la labor casi en representación de quienes observan. Por supuesto, hay infinidad de niveles en los que se lleva a cabo el ejercicio de cualquiera de estas esferas. En un nivel muy bajo, cualquiera puede reunirse con un grupo de personas para organizar un encuentro y gozar del ejercicio; o incluso cualquiera puede hacerlo individualmente con fines de desestrés, práctica o mero gusto. En otro nivel estarían aquellxs que se dedican de manera profesional, ya sea en ligas menores o mayores, al ejercicio tanto de la filosofía o del deporte. Pero he aquí que existe una última escala en la cual, a pesar de que hasta aquí hemos mantenido nuestra comparación entre filosofía y deporte bastante coherente, en la que ya no se sostiene en absoluto. Por un lado, no es difícil ver en el deporte una actividad que simbólicamente sustituye a la guerra. Sin embargo, como lo comprendemos normalmente, el deporte es una actividad que aunque pueda basarse en la pelea corporal, como el boxeo o muchas artes marciales, el derramamiento de sangre es proporcionalmente mucho menor al de un conflicto bélico. En cambio en la filosofía no hay esta separación entre campos de batalla y ésta es una falla irreductible por la cual la filosofía no puede ser sólo un deporte.

El campo de batalla de la filosofía es el tiempo y los pliegues de la historia. En la filosofía no hay batallas simbólicas que se direfencian de otras que sean más reales, más sanguinarias o de escalas mayores o menores. En cada pensamiento se juega el todo. Alguien podría argumentar que un pensamiento de un individuo en particular puede tener o no tener importancia dependiendo de su estatus social, su reconocimiento académico local y global, así como factores tan variables como el idioma en que escribe, la época y contexto en que lo hace, los medios de publicación, incluso el papel que juega su aspecto personal, su higiene, su estilo, etc., en la forma en que es aceptada o no la filosofía de cualquier persona. Pero he aquí que nunca se sabe cómo van a jugar las olas en los archivos de la cultura. En la filosofía un solo pensamiento puede transformar al mundo entero. Repito: hay un ámbito en el pensamiento que ya no es comparable con ningún relato físico, ni siquiera recurriendo a las metáforas neurológicas. Ya no se trata de campos (en el sentido de Bourdieu) más amplios o más cortos. Se trata de la posibilidad absoluta. Se trata de una potencia particular del pensamiento que se configuró culturalmente desde hace milenios y que ha adquirido, y sigue teniendo a pesar de todo, aquello que hoy por hoy seguimos llamando filosofía.

En resumidas cuentas, si bien la comparación puede mantenerse en pie, más o menos de manera jocosa, hasta cierto punto, llega un momento en el que la filosofía no puede ser vista como un deporte. El instante en que el deporte deja de verse como una actividad recreativa y comienza a salirse de sus campos establecidos, entonces deja de ser deporte, si acaso puede convertirse en otro deporte con otras reglas más amplias. Pero la filosofía de entrada no tiene ninguna regla y eso es algo que se olvida generalmente. La filosofía no tiene un campo preestablecido, si acaso va inaugurando su propio campo y sus propias reglas a medida que se ejerce. Pero eso ya no lo hace un deporte. Nadie puede llegar a jugar un deporte diciendo que va a dictar de ahora en adelante cuáles son las reglas y puede ser que siempre estén sujetas a cambios dependiendo de su voluntad o, más aún, de la voluntad en general. La posibilidad de saltarse todas las reglas y emparejarse al devenir bajos los medios, recursos o artilugios que sea. Esto es lo que permite la filosofía.

Por supuesto que podríamos forzar la comparación, por ejemplo diciendo que la vida en sí misma es un gran deporte donde cuando mueres pierdes. Pero entonces ya estaríamos hablando metafóricamente. Y no es que esto no pueda resultar incluso interesante poéticamente, pero lo que quiero señalar es que en la filosofía ni siquiera es necesario el recurso retórico. Lo digo de nuevo: aún hoy, pese a todas las instituciones que se pretenden encargar de poner reglas a la filosofía, pervive con ese mismo vocablo una potencia que tiene la capacidad de atravesarlo todo de una vez. Y este texto es un intento de hacer que eso no se pierda. Dejo aquí esto como sólo algunas notas para comprender a través de analogías el mundo que viene, en el cual, por lo que se ve, la filosofía experimentará una fuerte propulsión en todos los sentidos. Pero de todos ellos, muchos no serán nada nuevos. Habremos sido testigos ya de una gran cantidad de sucesos similares en las modas, los espectáculos y la cultura del consumo y el entretenimiento. Nada de todo esto es desdeñable, por supuesto. Tal vez, y sólo tal vez, estar preparadxs para ello pueda hacernos apreciarles en su plenitud y complejidad.

Categorías Deleuze, Filosofía, Pensamiento

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