Guernsey: La literatura como trinchera

Las historias de amor existen, pero no todas son sobre princesas y príncipes. A veces transversalizan todas las posibilidades y tejen relaciones a pesar de geografías distantes, economías desiguales o políticas sofocantes. Las historias de amor, como su nombre lo indica, son narraciones -unas tanto más ficticias que otras- en donde una pareja o una serie de individuos interactúan de tal modo que resulta un extraordinario vínculo, precisamente al que llamamos amor. Este reviste muchos modos: puede ser filial, pasional, de amistad, con otros seres vivos… es incluso tan bondadoso que puede acontecer entre un sujeto y una cosa. 
   Guernsey es precisamente una historia de amor (muchas, de hecho) concretada en tiempos de guerra. La historia trata acerca de una serie de personajes que, por imperativo de la casualidad y la improvisación, inaugura una secta literaria cuyas actividades, de algún modo, los alejaron de su realidad: la segunda guerra mundial, a principios de la década de 1940. Sin pretender spoilear nada sustancial de la narrativa de la película, podemos señalar que el filme desarrolla el antiquísimo, pero aún vigente, deseo de que las artes, específicamente la literatura, tornen en una especie de vórtice de transrealidades cuya misión sea succionar, a todo aquel interesado, para lanzarlo a un espacio donde otra-temporalidad transcurre, y en el cual no sólo se encuentre a salvo, sino creando.
   Cuando un arma nos apunta a la cabeza, la libertad nos resulta cómica o muy disminuida. El pensamiento, al contrario, revolotea como un ave tratando de huir, tal como le pasó a Jaromir Hladík en El Milagro Secreto. El pensamiento, que existe y proviene del cuerpo, es la marea esperada, aquella que nos lleva fuera de nosotros mismos y nos arroja a otro espacio. La literatura es el catalizador de dicha experiencia, y es al mismo tiempo un salvavidas de nuestro cuerpo encarnado, en donde quiera que esté. Sin idealizar el acto de «leer» -porque sólo es un verbo que designa una actividad más-, creo que aún funciona, tal cual nos lo recuerda Guernsey (aunque esté representando una realidad muy distinta a la nuestra), como la posibilidad de un regreso al interior, al espacio -aún- seguro, lejos del apabullante exterior, aunque éste todo el tiempo aparezca.
   Y más allá de transportarnos a un espacio interior, la experiencia literaria decanta en una especie de resistencia al tiempo y su extrema velocidad. La literatura, en muchos sentidos, resiste a las imágenes-misil que diariamente ven nuestros ojos. Si no las resiste, al menos produce otras, y por eso es valiosa. La experiencia literaria es también política, y por eso importa. Vale decir además que la literatura no se cierra a aquellas obras que pudieran ser clasificadas dentro de algunos de los géneros: cuento, novela, ficción, drama, lírica, comedia, farsa, ensayo, etc. Si nos apegamos al estricto gesto de dejar un rastro de vida a través de una serie de letras o signos gráficos con un posible lector más allá de nosotros (o incluso nosotros como un otro), la literatura se vuelve algo más que una trinchera. Es, podríamos decir, uno de los recursos más arcaicos que el ser humano ha inventado para sobrepasar su condición fugaz y circunscrita en este mundo. En ese sentido, se una a todas las artes, la filosofía y demás manifestaciones de la cultura como formas de superviviencia y lazo social, más que como mera acumulación de proezas o monumentos históricos; quizá como la más básica forma del amor.
   La literatura, al menos como nos es presentada y reivindicada por Guernsey, permite comunidad, alianzas entre individuos despojados de un sinfín de opciones, pero entrecruzados a partir de una de nuestras capacidades más valiosas: la de imaginar.

 

 

Categorías Cine, Filias, Historia, Notas

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