Los filos de la filosofía pueden ser muy finos o muy gruesos. Cuando son muy finos se abocan a analizar, describir, explicitar detalles, pormenores, a matizar conceptos, relaciones, términos. Cuando son gruesos de dedican a las grandes abstracciones, los universales, los problemas generales, los supuestos fundamentales, etc. Los filos de la filosofía son usados para abrir espacios al pensamiento, para ampliar la mirada, para destruir o deshacer todo aquello que obstruye las posibilidades del pensamiento libre. Cada filo puede ser tan preciso como una pluma o tan avasallador como una ideología. En algunas ocasiones hace falta un filo delgado y delicado, pero en otras uno tosco y desmedido, dependiendo del contexto. El filo de la filosofía sirve para aclarar el panorama, para abrir caminos, tajando las hierbas que impiden el movimiento en medio de esta selva de la existencia en que estamos sin ley y sin ayuda arrojados todos.
La historia oficial de la filosofía, eso es cierto, está plagada de filos anchos, de grandes teorías, de metafísica. Y es por esto que desde finales del siglo XIX comenzó una carrera por la fabricación de filos cada vez más sutiles y específicos. Las resoluciones esenciales a las que se había llegado, lo único que mostraron fue la infinitud del devenir existencial. Y ante esto, los filósofos se hartaron de usar instrumentos conceptuales tan enormes. Se cansaron de llegar siempre a los mismos lugares de ambigüedad trabajando con herramientas que comenzaron a considerar burdas, rudimentarias y hasta groseras, por su grandeza y magnanimidad. Fueron, por otra parte, tan superados por el vasto horizonte que habían logrado alcanzar, que llegaron a considerarlo como algo simplemente falso, ficticio, confuso y en última instancia una muestra de decadencia del pensamiento. Entonces se dedicaron a la descripción de los detalles, las formas específicas y particulares en que el pensamiento se enreda con pequeñas ramas del saber; se abrió paso a las transiciones históricas imperceptibles a primera vista, a la microfísica, la micropolítica, las pequeñas fugas o la deconstrucción. El paso aquí descrito es por supuesto el de la metafísica al estructuralismo, y luego al postestructuralismo. Y esa es la filosofía que se enseña ahora en las escuelas. En este punto se encuentra actualmente la historia de la filosofía según el relato occidental.
Sin embargo, hay que recordar que ni el filo grueso ni el fino es uno mejor que el otro. Sino que cada uno es necesario en su debido tiempo y espacio; y dependiendo de las necesidades del pensamiento. Así por ejemplo, en un contexto donde los problemas generales han sido resueltos, entonces sí es preciso desentramar las pequeñas trampas de los sistemas, de las redes que atrapan al pensamiento. Y entonces así es como los filósofos europeos se han llegado a ocupar de discusiones minuciosas que para ellos tienen sentido y que les sirven para perfeccionar sus procedimientos aún más, para pulir las técnicas, para indagar todavía más profundo en sus reflexiones. Pero aceptémoslo también, esas meditaciones terminan no teniendo nada que ver con la vida de un latinoamericano, por ejemplo, quien cada día se ve enfrentado con la necesidad de dar sentido a su existencia desde lo más básico. Acá, en el así llamado tercer mundo, los filósofos académicos que entran en los aquellos debates de la filosofía internacional, dialogando con los actores más reconocidos del medio, en realidad se vuelven casi unos burócratas del pensamiento, unos oficinistas o capturistas que no aportan realmente nada a la vida de las personas que se encuentran a su alrededor. Se meten en una especie de goce absurdo creyendo que están participando de un pensamiento que está muy alejado de ellos. Se vuelven, en el peor de los casos, fanáticos de un mundo que sólo está en su mente, pues ellos en realidad ahí no tienen palabra. Cuando la tienen, en todo caso, es porque ya se han ido del país o mantienen una vida profesional colegiada que los mantiene económicamente, pero que los separa definitivamente de la vida compartida de su localidad.
A cambio de ello, la mayoría de la gente que no pertenece a esos ámbitos especializados del saber en los países subdesarrollados, prefiere alejarse totalmente de la filosofía que se está produciendo en las instituciones y se conforman con lo que se les ofrece desde los medios masivos, o desde la religión, o simplemente con una suerte de filosofía práctica que les ayude a sobrevivir. Utilizar un filo fino en este tipo de contextos es como querer salir de un matorral con un cortauñas, como querer enfrentar la maleza con una aguja; es decir, prácticamente no sirve de nada. Acá se necesita, al menos en ocasiones, usar la maquinaria pesada del pensamiento para salir de este caos. Acá se necesita trabajar al nivel de lo más alto, para poder ver más allá de la espesura que nos rodea. Se requiere jugar con lo más peligroso también, ya no sólo las hachas, machetes y cierras, sino incluso bombas y demás explosivos que demuelan las barreras que nos impiden pensar. Es decir, se necesita regresar a las explicaciones generales, las ideologías, los fundamentos, las esencias, en pocas palabras, todo aquello que la filosofía europea ya ha desechado y dejado atrás. Pero eso no quiere decir que no se deba tomar en cuenta y aprender de aquella historia de la filosofía y de las lecciones de la humanidad en general. Al contrario, justamente la historia de la metafísica que tanto ha sido criticada por los filósofos contemporáneos ha de servir para no cometer, o tratar de no cometer, los mismos errores. Y aún con eso, hay que hacerlo sin miedo, sabiendo que no será fácil, sabiendo apostar y utilizar los filos gruesos y otros más finos cuando sea necesario. Acá apenas está por comenzar la historia de la filosofía, pero, como ya dijimos, quizá una de las enseñanzas que hemos de retomar sería que esta historia ya no será única, definitiva, absoluta ni excluyente, sino plural, móvil, abierta y siempre por comenzar.