Crítica histórica: El caso de Los Teules (1947) de Orozco

Fotos: Lourdes Padilla-Cabrera

Imágenes utilizadas con intenciones académicas

José Clemente Orozco (1883- 1949) se dio a la tarea, durante 1947, de pintar una serie de cuadros para una exposición celebrada en el Colegio Nacional en octubre de aquel mismo año. Las obras tiene por eje discursivo la representación de la Conquista de México, uno de los fenómenos más violentos de la modernidad (por las muertes que produjo pero también por el cambio y choque entre las culturas implicadas). En consecuencia, podríamos colocar a las piezas dentro del ya clásico género de historia[1], aunque con una interpretación muy propia del muralista y bastante alejada de las apologías bélicas y nacionalistas que caracterizan dicho género (desde lo formal hasta el contenido).

Después de 70 años de su creación, la exposición, con más de la mitad de las obras expuestas originalmente, es nuevamente montada pero ahora dentro del museo Carrillo Gil. Cuatro salas son las que ocupa la misma, en las que fueron seleccionadas 40 obras de la serie original. Pinturas, acuarelas y dibujos conforman la muestra en las que, con medianos y grandes formatos, se retratan y plasman diversas narraciones sobre la Conquista. Dicho sea de paso, el correlato de las piezas se encuentra en Historia Verdadera de la Nueva España (1632) de Bernal Díaz de Castillo (1495-1584). Orozco se dio a la tarea de leer dicho texto para tomarlo como referencia de su propia interpretación, de manera que un análisis comparativo y exhaustivo que encuentre cauces entre ambas obras es más que pertinente.

La violencia, el dolor y el ocaso de la vida son los verdaderos motivos de la exposición. La muerte, que acontece a cada instante y desde siempre, adquiere en esta serie de Orozco una identidad espacio-temporal específica: se trata de la Conquista, de la batalla entre españoles e indígenas, es decir, del gran choque sociocultural que nos atraviesa hasta el día de hoy.

Es importante señalar la no-victimización que refleja el pintor al respecto de los indígenas, ya que se trata de una tendencia en la serie: así como murieron los indígenas, así también murieron los españoles. En este sentido, la pincelada de Orozco nos habla de un compromiso profundamente humano: durante el conflicto de la guerra sólo hay muertos. Las circunstancias son tan complejas que lo único evidente es el derrame de sangre, tanto de las víctimas como de los victimarios.

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De este modo, y más allá de buscar culpables, el también muralista nos intenta transmitir el dolor de los implicados en el conflicto, como lo logra magistralmente en su pintura Cabeza Flechada (1947). En ella nos muestra a un hombre, español por sus características, el cual está siendo atravesado por al menos seis flechas a lo largo de su rostro y garganta. La expresividad del europeo, lograda en sintéticos claroscuros, nos muestra a otro tipo de conquistadores, a los cuales difícilmente tomamos en cuenta: los conquistadores caídos, los hombres europeos muertos. Otro ejemplo de esto se encuentra en Los Teules IV (1947) donde la cabeza de un caballo, que protagoniza la escena, se encuentra boca arriba atravesada por incontables flechas, dando muerte segura al animal y a su jinete, que al parecer yace sobre el primero. En estos cuadros se representan los saldos que casi nunca exponemos, y los asesinados a los que nunca volteamos. El caballo, que fue un animal y símbolo importante durante el conflicto, adquiere una importancia capital dentro de las pinturas y aparece como otro motivo constante en la iconografía de la serie.

Hemos mencionado que la colección encaja dentro del importante género de historia, pero dista demasiado de cualquier idealización de un pasado redentor sobre el mundo indígena, al que estamos culturalmente acostumbrados. Las prácticas canibalescas y de sacrificio llevadas a cabo por los prehispánicos son representadas por Orozco, como ocurre en el cuadro de Sacrificio Humano (1947) en donde se muestra, con una interesante perspectiva aérea, a cuatro hombres sujetando a un quinto, que yace sobre la plancha y que está siendo asesinado. Los indígenas, en este caso mexicas, al igual que muchas otras culturas, realizaban prácticas ajenas a la moral europeo-cristiana, por lo que es obvia la repugnancia que pudo provocar a los españoles.

Por otro lado, es muy pertinente hablar acerca de la evidente modernidad[2] de Orozco, que se conjuga con la elección y configuración de elementos primitivos, como sucede con los rostros de los indígenas y que se puede ver en Mascarón con Mariposa (1947). La forma tosca y ancha de la cara refleja precisamente esta intención, pues nada podría estar más alejado de los cánones clásicos de representación, lo que resulta obvio porque el mundo prehispánico no corresponde a dichos modelos estéticos. Esta pintura es una de las piezas más fuertes de la exposición, ya que el indígena, a través de sus gestos, nos transmite una gran hostilidad y nos intercepta directamente.

Los dibujos de India en Perspectiva (1947) y los demás estudios continúan con la recuperación primitivista de Orozco, tanto en forma como en contenido. Estos dibujos-estudios sobre la perspectiva que quería logar para representar a una mujer india (que funge como uno de los pocos motivos femeninos de la exposición) concluyen en un cuadro que desafortunadamente no se pudo mostrar en el Carrillo Gil pero que conjuga de manera bastante clara los elementos primitivos a los que nos hemos referido: Indias (1947) que es el cuadro ausente del que hablé, muestra a dos mujeres desnudas vistas en contra picada de las cuales, una de ella, posee un rostro pintado con trazos gruesos y rectos. La otra mujer, la segunda, se encuentra cubierta de la cara debido a su cabello oscuro, además de mostrar sus pechos y cuerpo desnudo, con un color de piel café, también oscuro.

Aunado a lo anterior, y continuando con la acentuación de modernidad del pintor, hay que hacer mención de la pintura que usó en sus composiciones: piroxilina; elemento ya conocido para la paleta de Orozco con el cual experimentó bastante (no hay que olvidar el compromiso que tenía con sus propios materiales)[3] y que posibilitó el efecto pastoso de estas pinturas.

Una última pieza en la que me gustaría reparar, no porque las demás no merezcan su necesario análisis, es Los Teules VI (1947). En aquel cuadro se muestran a algunos hombres, indígenas, presuntamente recogiendo cadáveres. No hay que pasar por alto las prácticas canibalescas, a las que ya hemos hecho mención, y su relación con ciertas piezas, como es el caso de esta; aunque por el momento quiero hacer hincapié sobre la composición del cuadro: las figuras son formadas por el delineado del blanco, que va construyendo los toscos cuerpos. El saturado fondo del mismo se compone de una compleja mezcla de colores obscuros, pintura casi abstracta. Lo que quiero decir es lo siguiente: podría ser que Orozco compusiera este cuadro tomando un fondo de colores sobre los que, después, tan sólo delineo la forma de los indígenas, usando el color blanco como contorno. Delineado muy característico, pues no son figuras perfectamente cerradas o trazadas.

Para concluir, me parece que una de las reflexiones finales de la exposición puede ser la afirmación: Los Teules también murieron. Y es efectivamente un hecho, una importante consideración del eje discursivo sobre el que la muestra trabaja y al que pocas veces se recurre pues nuestro imaginario cultural tiende a idealizar al mundo prehispánico y a condenar al español[4].

Aunque también es cierto que Orozco no vuelve víctimas a los españoles a manos de los indígenas, simplemente evalúa y explicita la violencia que se desató sobre las tierras aztecas. El susurro de muerte se materializó en Tenochtitlán, y todos los efectos de aquella violencia se deben mostrar, pues en una guerra siempre pierden los caídos, sin importar de qué lado vengan.

Por último, las piezas elegidas para la exposición de Los Teules muestran diversos aspectos de la obra de Orozco, pues estas piezas forman parte de los últimos años de su vida. Así que se tratan de obras producidas desde la cúspide de la experiencia, que son tan versátiles en sus formas como en sus técnicas: dibujos, acuarelas y pinturas, todas ellas orbitando, girando y dando cuenta de la Conquista Española, tópico profundamente revisado por la historia pero pocas veces visto y narrado con la ¿imparcialidad? O agudeza de la intensa pincelada del muralista, pintor y dibujante José Clemente Orozco.

NOTAS:

[1] A diferencia de las caracterizaciones que hace Tomás Pérez Vejo sobre éste género en su texto Pintura de historia e imaginario nacional: el pasado en imágenes, los Teules podrían resultar incluso iconoclastas al respecto del “imaginario nacional” sobre la conquista pues atentan precisamente a aquella victimización del pasado indígena de México.

[2] Artística (estilo, forma, color, etc.)

[3] Gonzáles Mello, Renato. “José Clemente Orozco en blanco y negro” en El color en el arte mexicano. UNAM, 2003.

[4] Aquí no estoy tomando partida, tan sólo quiero señalar los síntomas sociales a los que reaccionamos cuando se habla sobre la Conquista y sus proceso histórico.

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