Ser y tiempo del espectáculo

Heidegger hablaba del tiempo de la publicidad. Este tiempo, para Heidegger, es el de la moda, el de lo público en sentido amplio. El tiempo de la publicidad es efímero, incluso casi instantáneo. Es el de lo actual, el de las noticias diarias. Uno tiene que estar enterado de los acontecimientos más recientes para hacer conversación con los demás. A lo sumo este tiempo se vuelve el de la cotidianidad y la rutina, se convierte en un ser temporal impropio. Pero el tiempo del espectáculo es un engendro derivado del anterior, ya es un tiempo mucho más complejo y completo. No es tan simple como el tiempo de la publicidad, aunque ambos son complementarios. En el tiempo del espectáculo tenemos a las estrellas y también las tendencias y movimientos de la farándula más duraderos, que pueden abarcar décadas enteras. Ahí tenemos el tiempo de las Vanguardias, por ejemplo, ¿qué eran las Vanguardias sino un gran espectáculo? Y dentro de este tiempo de las Vanguardias, el de cada una y el de cada uno de sus actores: Duchamp, Tzara, Breton, Dalí, etc. Evidentemente ellos no concebían el espacio de tiempo que estaban formando como algo simplemente espectacular. Pero nosotros aprendimos a verlo así gracias a la cultura pop.

El tiempo del espectáculo comprende carreras enteras de actores televisivos, directores de cine, escritores, grupos de rock, entre otras cosas. En este tiempo cabe la posibilidad de cambiar la historia, cosa que es inconcebible para el tiempo de la publicidad. La historia que se cuenta desde aquí, por supuesto, es una historia media. No es una microhistoria, es decir no es personal o individual, tampoco es el de una pareja o una familia. Pero tampoco es del cambio revolucionario a gran escala, como el fin del capitalismo, el inicio de la era espacial, el fin de la humanidad, o algo similar. Es el tiempo que pertenece a la escala intermedia, un tiempo de la vida en el que sí podemos apreciar acontecimientos, es decir rupturas radicales, tanto a niveles individuales como colectivos, pero sobre todo, a un nivel masivo. Es el tiempo de la masividad, el de las clases medias del siglo XX. Es el tiempo de la cultura pop. No es poca cosa. Millones de subjetividades fueron configuradas con este tiempo y lo siguen siendo. No es sólo estar al tanto de las más recientes producciones de la industria del espectáculo. Es poder disfrutar de una época entera del cine francés, por ejemplo, de una subcultura que generó música, estilo, ideología y hasta un lenguaje propio, en otros casos, etcétera.

Este tiempo no es algo despreciable, por supuesto. Ahí se puede llegar a crear un sentido de la vida. Quizá incluso podría llegar a ser el único ámbito donde la vida puede aún tener sentido. En el tiempo de la publicidad, su protoengendro, no es así. En la mera publicidad no hay espacio para el acontecimiento. O más bien, tan todo es un acontecimiento que todo termina perdiendo importancia. En cambio en el tiempo del espectáculo hay jerarquías, hay un sinnúmero de niveles que se pueden construir para saber qué es más importante en la vida de alguien o en la historia de un país o de una generación. La política, por ejemplo, a partir del siglo XX está dentro del tiempo del espectáculo. Ya no se hacen cambios radicales en éste, como el cambio de régimen o de sistema, pero tampoco es que no pase nada. Son importantes los cambios en una escala media.

Heidegger hablaba de un tiempo individual, oponiéndolo al tiempo de la publicidad. Este tiempo individual era único en cada caso. En sus términos, era el tiempo del «ser ahí». Se trata de un tiempo existencial, donde cada uno se convierte en el único actor de su mundo, cada uno que piensa el tiempo se vuelve presente-pasado-futuro a la vez. El problema del tiempo que nos planteó Heidegger es que, en esta sociedad del espectáculo, ese tiempo fue mal comprendido y pasó a ser un tiempo del individualismo, que es una cosa muy distinta y que, sin embargo, una vez que se ha dado este paso ya no hay marcha atrás. No hay forma ahora de distinguir entre el tiempo del «ser ahí» y el tiempo del individualismo, donde cada uno ve por sí mismo y tiene que ocuparse de sacar el máximo provecho de sus días para obtener los mejores beneficios para su persona. La importancia del tiempo del «ser ahí» era únicamente que nos mostraba que todo este orden de cosas que conocemos actualmente no tiene ninguna relevancia cuando uno se enfrenta a su propia condición de ser arrojado. Es decir, lo importante era mostrar que todo esto se puede caer en cualquier instante. Cuando uno se enfrenta a la muerte, por ejemplo, qué sentido tiene estar enterado de las últimas noticias mundiales. Sin embargo, una vez que este tiempo fue capturado por el espectáculo, ya tampoco tiene sentido estar en el lecho de muerte y sólo voltear a ver los logros individuales para quedar uno satisfecho antes de dar su último aliento. El tiempo heideggeriano del «ser ahí» se volvió rehén del espectáculo y hay que aprender a asimilarlo.

La única forma de romper con el tiempo del individualismo que acabamos de describir es entonces abrirlo hacia las infinitas capas que puede ofrecer el tiempo del espectáculo y de ahí a otros más. Así, tener alguna incidencia en el tiempo del espectáculo podría ser el único modo de supervivencia, la única forma incluso en que uno podría decir que existió. A partir de esto, podríamos comenzar a construir un existencialismo espectacular. Un recurso y un refugio para operar aún en la historia, esto es el tiempo del espectáculo. Heidegger no tomó en cuenta que el tiempo de la publicidad se iba a complejizar tanto que daría lugar a infinitas posibilidades para el «ser en el mundo». Ahora tenemos el tiempo del queer, del feminismo, de las redes sociales, de los memes, etc. Y podemos apreciarlos gracias a que percibimos el tiempo de la música, el de las Vanguardias, el de la Psicodelia, el de la Nouvelle Vague, entre muchos otros, como algo ya pasado y bastante relevante. Tenemos la oportunidad de hacer nuevas cosas, ya no en el nivel del «hazlo tú mismo», sino en el de «hagámoslo juntos», como dicen por ahí. El tiempo del espectáculo es el de la compartición. Es momento de dejar de tenerle miedo al espectáculo y comenzar a hacernos cargo de esta condición espectacular –o de seres expuestos como también lo llaman– que de cualquier forma es también estructural y estaba ahí desde el principio.

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