Superar el viejo miedo a «venderse»

Todavía en la década de los 90 tenía sentido señalar a algún artista, escritor, músico, o cualquier otro agente cultural de «venderse» a la industria o al capitalismo. Esto fue un fenómeno del siglo XX que actualmente podemos poner así, muy entrecomillas, pues una somera mirada a la historia del arte y necesario mecenazgo nos desmitificaría bastantes prejuicios. De hecho, no es sino hasta Benjamin que las discusiones marxistas, sobre el modo en que el capital explota al trabajador y se plantea una forma de escapar a eso, pasan al ámbito de la cultura. Antes de eso no se había visto tan directamente la vinculación entre la creación de obra y el mantenimiento de la ideología. Si los románticos rechazaban la fama y el reconocimiento no era por una cuestión política-económica, sino ética. Pero después de haber sacado a la luz esa vinculación entre obra y capital, es cuando la eliminación de la burguesía implica también que todos nos convirtamos en creadores. «Venderse» entonces significa crear obra que sirva al sistema capitalista, mismo que, después de este giro cultural que describimos, puede ser etiquetado como «de consumo».

Hoy, sin embargo, todo eso ya no tiene mucho sentido, pues todos nos sabemos parte del sistema y, sobre todo, nos hemos hecho conscientes de que entre más intentemos escapar parece que más servimos a ese engendro llamado consumo que todos creamos y alimentamos cada día. Thomas Frank, seguido de Joseph Heath y Andrew Potter nos lo restregaron en la cara, con La conquista de lo cool y Rebelarse vende respectivamente, hace ya más de una década. Pero hemos de tomar posición frente a esto y de ahora en adelante decir que aquellos viejos miedos a venderse han de quedar superados junto con toda otra búsqueda de pureza material. ¿Acaso no aprendimos nada de Platón? Nada que exista en este mundo puede ser puro. Al parecer Marx hizo mucho daño pues quiso olvidar lo fundamental en filosofía: la tendencia a la muerte, lo incorpóreo, lo espiritual; todo aquello que sabemos que es inalcanzable desde el principio. Sabiendo pues que todo es impuro qué importa el mercado. Ése es uno de los males menores de la existencia humana.

Pero he aquí que hay que hacer algunas advertencias antes de tomarse lo anterior al pie de la letra. Pues no estamos hablando, por supuesto, de un cinismo. Tenemos muy claras las utopías. Pero sabemos que son imposibles. Aun con eso no quiere decir que no lo intentaremos. Sólo que tomaremos el proyecto como uno que es fallido desde el principio y ésa es su más valiosa característica, ya que en ese intento uno puede valerse de lo que sea. Por eso el mercado no nos da miedo. Tampoco se trata de un reaccionalismo o conservadurismo. El rebelde obediente a la filosofía primera no es un reaccionario. Es alguien que se infiltra para desarticular el sistema desde dentro, sabiendo que va a perder y que en todo caso es mejor perder. No es un individualista, al contrario, es alguien que sabe que el individuo nunca existió, un mártir anónimo y sin reclamo a nadie. No es un resignado, pues no estamos hablando aquí del viejo argumento de que el artista, el escritor o el creador en general también tiene que comer. Es alguien que conoce muy bien los peligros del insertarse en el sistema y los utiliza con toda su voluntad. Se trata más bien de una ética total, una responsabilidad absoluta. Si acaso habría que advertir la amenaza del miedo mismo. La filosofía no puede pararse. Y he aquí la última advertencia por hoy: No se tome esto como una serie de preceptos o una propuesta sino como una mera descripción de lo que ya sucede.

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