Pensar es bastante complicado. No siempre nos sale bien. A veces, aún con las mejores intenciones, nuestros cerebros filtran la información que percibimos de maneras distorsionadas. Al igual que un borracho cree que es un maestro bailarín sin haber asistido ni a una clase, a veces nos formamos ideas de nosotros mismos que nos llevan a mucho sufrimiento innecesario.
Este fenómeno de distorsionar casi inconscientemente la percepción y las ideas que nos formamos se llama sesgo cognitivo. Hay muchos tipos de sesgos. El Efecto Dunning-Kruger es una de las distorsiones de la percepción lo suficientemente relevante como para que se le hayan dedicado múltiples estudios. El webcomic SMBC lo llama “el monte estúpido”. Resumido con mucha violencia, el Efecto Dunning-Kruger es una confianza exagerada que se forman algunas personas cuando comienzan a aprender de un tema. Ese es el “monte estúpido”, alguien que sabe de un tema, pero no lo suficiente para que vea que le falta mucho por conocer. Un ejemplo (¡Anecdótico!) sería alguien que lleva sólo dos meses entrenando artes marciales mixtas y cree que está listo para un combate real. El resultado de esa confianza desmedida termina justo como se lo imaginan:
El problema de este sesgo es uno de los cuentos que nos venden a los estudiantes de filosofía en los primeros semestres de la licenciatura. Se nos dice que Sócrates era el hombre más sabio de Atenas porque era consciente de su propia ignorancia. Es decir, Sócrates no era presa del Efecto Dunning-Kruger.
¿Cómo se ve o distingue un error así? En actividades físicas, la soberbia es corregida con fuerza directa. Usualmente el Efecto Dunning-Kruger se supera al fracasar. Los errores nos va ayudando a tragarnos nuestra soberbia.
Pero, ¿qué pasa cuando la actividad es mucho más mental o abstracta? Los filósofos a veces son tan buenos para argumentar, que logran convencerse de teorías absurdas con un discurso tan complejo y tortuoso que nadie tiene la energía para cuestionarlo. Esa capacidad de justificar y racionalizar propia de la filosofía también sirve para racionalizar ideas tóxicas. ¿Qué pasa, por ejemplo, cuando un profesor de filosofía genera argumentos sofisticados para justificar su hostigamiento de sus alumnas?
A diferencia del pobre chico que lo noquearon en 11 segundos, no hay una manera que la realidad venga a golpear con tanta claridad a las creencias equivocadas y soberbias en la filosofía. Si los filósofos no quieren vivir en el “monte estúpido”, es recomendable que dediquen buena parte de sus labores a escuchar puntos de vista diferentes y a dudar de sí mismos.