¿Por qué parece que estas últimas dos décadas han transcurrido más rápidamente que las anteriores? No es por el inicio del siglo ni porque todxs seamos unxs nostálgicxs patológicxs. Es porque a causa de internet tenemos más accesos directos a registros de casi un siglo a partir del desarrollo de los medios masivos. Por lo tanto, a nuestra vista todas las décadas anteriores nunca se han ido y por ello nuestra mente se niega a archivarlas como pasado remoto. A estas alturas, ya debería haberse inventado un aparato autogenerador de música a partir de nuestros humores, metabolismo, respiración y ritmo cardíaco. Así por fin quedaría abolido el alienante sistema del espectáculo y las estrellas musicales. Y, sin embargo, el ser humano necesita de íconos que le permitan elevarse y justamente en eso es lo que se ha convertido la música del siglo XX. Nos aferramos a lo conocido. Pero no se trata solamente de una idolatría a las personalidades, sino a todas las fuerzas que les atravesaron para que se pudieran convertir en tal cosa. Es la industria, el gusto, las diferentes artes involucradas, la economía, los afectos culturales, las voluntades de la belleza, etc. La radio, como muchos otros de los medios tradicionales, ha muerto. Ha sido sustituida por el almacenamiento y acceso directo. Eso es cierto. No obstante, al jugar con todos sus elementos, hacer radio en la actualidad se vuelve también una máquina de recuerdos, una forma de explorar el inconsciente cultural; una forma de arte.
Es bueno que las cosas terminen porque sólo así podemos sopesar su valor una vez que ya no están con nosotrxs. Es conocida la frase de Hegel de que “el búho de Minerva sólo extiende sus alas en el crepúsculo”, pero para citar una referencia más cercana a nosotrxs recordemos el pasaje de la película El club de la pelea en la cual muere uno de los peleadores. En ese momento el personaje principal dice a sus camaradas: ”Escúchenme, éste es un ser humano y tiene un nombre. Es Robert Paulson. Es un ser humano y ahora está muerto por causa nuestra ¿Lo comprenden?». En ese momento hay una especie de iluminación en todxs y se llega a la nueva regla en la cual unx solo adquiere nombre, o más bien se recuerda el nombre que siempre tuvo, cuando muere. Mientras están en medio de los combates por transformar el mundo lxs integrantes son anónimos. No es sino hasta el final de la vida que unx se gana el derecho a ser nombradx. Así pasa con la música en el siglo XX, la cual, según proponemos aquí, tendría que ser revalorada de acuerdo con las transformaciones sociales que logró hacer particularmente en la segunda mitad del mismo, considerando también que ese momento ya no volverá.
Partamos una vez más de la hipótesis de que la música fue el arte de la segunda mitad del siglo XX (ver aquí). ¿Pero qué es lo que sobrevivirá de este arte? Lo sentimos, pero como sucede siempre, muy poco será lo que permanezca. Tal vez alguna investigación especializada sepa cuántas novelas se han publicado desde que apareció este género de literatura, y cuántas de esas se han convertido en clásicos son realmente un número mínimo. Hay infinitos mecanismos y fuerzas que actúan históricamente para que algo sobreviva o no. Podríamos tomar en cuenta tanto poderes plenamente dirigidos hasta voluntades del inconsciente social que no dependen de nadie en específico. Lo relevante es que no todo sobrevive y apenas hoy estamos viviendo ese momento en que la música del siglo pasado atraviesa una especie de filtro de la supervivencia. Y a nosotrxs nos toca, de hecho, participar en ello, es cierto. Sin embargo, querer hacerlo de forma tendenciosa es una de las peores posiciones que se pueden tomar en esto. Por supuesto, todos podemos hacer apuestas, pero más nos vale asincerarnos, pues ante la justicia del devenir todo cae por su propio peso.
Por otro lado está el entretenimiento. Los podcast surgieron una vez que lxs productorxs de radio se dieron cuenta de que la radio en tiempo real había sido superada. Entonces decidieron hacer un espectáculo auditivo que pudiera escucharse cuando fuera. Por ello es que la elaboración de un buen podcast requiere de mucho más tiempo que de un programa en vivo. Se necesita tener un dominio técnico y creativo para hacer algo atractivo con el formato de podcast. Sin embargo, el podcast ya no tiene tanto sentido si lo que se busca es tener audiencia, cuando ya se cuenta con otras herramientas de fácil acceso como el video. Así es como, sirviéndose de audio y video, aún se intentan hacer diversos proyectos bajo la lógica de aquel programa donde lo que le daba sentido era lx locutorx, aquella persona que se arriesgaba totalmente con lo que decía en vivo. Frente a eso está el programa grabado, que puede ser cualquier cosa que no se haga en vivo. La interacción que se podía tener en vivo con lxs espectadorxs, sin embargo, no es lo esencial del programa en vivo, porque en cualquier dispositivo tecnológico de la red hay también interacción. No porque no sea una interacción en tiempo real deja de ser interacción. Incluso se puede decir que la interacción vía teléfono, como se acostumbraba en los programas de radio antiguos, ha sido también superada. Ahora la interacción puede ser desde distintas partes del mundo y a la hora que sea sin necesitar el tiempo real. Compartir eso que se llama «tiempo real» está obsoleto. Incluso, se podría decir que es muy útil tener un lapso entre las interacciones, pues en ese periodo de tiempo se planean más las respuestas por parte de lx emisorx. Por lo tanto, hasta aquí podemos decir que lo que se ha perdido solamente es el riesgo de la grabación improvisada en vivo.
Ahora bien, hay que tomar en cuenta que si alguien en este momento se atreviera a improvisar y grabar sus improvisaciones, simplemente sería algo aburrido, pues escucharlo se vería incluso como una pérdida de tiempo. Hoy contamos con la facilidad de tener las cosas cuando queramos, por ello nos parece una pérdida de tiempo ver algo que no está bien planeado y notamos de inmediato cuando alguien improvisa, nos aburre. Preferimos ver o escuchar una compilación donde ya de antemano se haya descartado lo no esencial. El criterio para saber lo que es esencial o no, en este caso, ha sido determinado por el entretenimiento, por el espectáculo del siglo pasado. O en todo caso puede ser determinado por una sectorización de aquél. Un espectador puede disfrutar de horas de una producción superespecializada que sólo él y quienes comparten ese gusto y a modo de una secta comprenden. Ahora nos parecen “naturales” los gustos, pero éstos van cambiando junto con las tecnologías y el uso que se hace de ellas en cada momento.
Vivimos en la época del acceso. Eso hace que cada quien se vuelva unx autista de sus propios gustos a los cuales accede cada vez que se le da la gana. Quizá quienes están encerradxs todo el día, como lxs taxistas o microbuserxs podrían escuchar el radio bajo aquella vieja lógica, pero fuera de ahí es muy difícil que alguien se ponga a escuchar el radio sólo por la aventura de escuchar. Habría que hacer experimentos para tratar de rescatar lo que era la radio en ese sentido; ya sin ningún tipo de atadura. Ya no estaría atada al entretenimiento ni a las noticias ni a la música ni a la interacción con el espectador. Que quede la radio por sí misma; para qué sirve una vez que la mayoría de sus usos tradicionales han sido superados. Como lxs impresionistas, éstxs apenas empezaron a inventar la pintura una vez que sus pretensiones realistas habían sido superadas por la fotografía y el cine; ahora la radio puede comenzar a inventarse una vez que nadie quiere escuchar radio.
Hubo un tiempo en que la música era importante, pero ya no es así, hubo un tiempo en que unx escuchaba la radio para escuchar lo que tenían que decirnos lxs locutorxs acerca de la música, acerca del mundo del espectáculo, pero ya no es así. El mundo del espectáculo se ha visto superado. Guy Debord decía que todos lxs espectadorxs vivíamos a la expectativa de lo que sucediera en ese mundo. Pero ahora lxs espectadorxs somos también productorxs. Creamos nuestros propios espectáculos, nuestros perfiles de facebook, nuestras fotografías, videos y música, muchos. Actualmente, si escucháramos una sola canción anunciada por unx locutorx, no nos interesaría. Si queremos eso, buscamos alguna canción o alguna lista de canciones del género que nos interese y eso es todo. No estamos interesadxs en escuchar una selección historizada, si queremos obtener información sobre la música que escuchamos, nosotrxs mismxs podemos buscarla. Y existen ya los algoritmos necesarios para conducirnos por los senderos del gusto. Todas aquellas cosas para las que servían lxs locutorxs antiguxs ya han sido superadas por la tecnología de la información. Lx locutorx es obsoleto.
Aunque la canción esté muy buena y le pueda gustar a mucha gente, si se quisiera escuchar sin interrupciones, bien se podría buscar directamente. La radio ya no sirve a esos fines. Por ello la música ya no es algo que respetar, pues ya no basta para los escuchas. Se puede interactuar con la música, se le puede interrumpir y superponer, bloquear, etc. A la vez, si alguien quisiera escuchar sólo a lx locutorx o saber lo que éstx tiene que decir, sería mejor que buscara algún blog de contenido. Lxs locutorxs pueden ser sustituidxs por una máquina y no pasa nada tampoco. La combinación de ambos elementos se parecería más bien a los fragmentos de Beavis and Butthead donde ellos interactuaban con videos musicales. Ninguna de las dos cosas tenía importancia por sí misma. El videoclip reproducido al mismo tiempo que las habladurías componían un nuevo elemento desprendido de ambos. No era música, ni video, ni crítica. Cuando ya nadie se ve satisfechx con ningún tipo de música ni con ningún discurso, sólo este tipo de basura podría resultar interesante. La música ha caído. Ya no creemos que nos va a salvar, que vamos a convertirnos a través de la música, que vamos a encontrar el hilo negro en los artistas musicales ni tampoco son respetables lxs conocedorxs musicales. Hubo un tiempo en el que lxs conocedorxs de música eran interesantes, pero ya no es así. Ahora todo el mundo es conocedorx de un cierto tipo de música y los clásicos se han vuelto más bien clichés aburridos.
Hubo un tiempo en que la música era importante y entonces teníamos que dejar el espacio para escucharla, pero ahora no es importante ni la musica ni lo que cualquier locutorx podría decir. No obstante, justo ahora es posible que podamos darnos el lujo de escuchar cualquiera de las dos cosas sin esperar nada a cambio. Puede resultar molesto esto si algo se espera de ello, pero quizá puede ser interesante también por haber dejado de darle importancia. Si lo que quisieran fuera algo que viene a prometer la nueva tendencia o un nuevo discurso en la música, mejor que lo busquen por su cuenta. Hubo un tiempo en el que descubríamos cosas a través de la música o en el que descubrir música nueva era interesante por sí mismo, pero habiendo ya tanta música identificamos de inmediato el género y más allá de eso no nos dice nada. Encasillamos la música en un cliché, en una época y ya no importa si fue hecha en ese momento o en otro. Quizá si le dejamos de prestar atención a la música, ésta se difumine en el sonido de la radio que se transmite sin cesar y sin objetivo definido. ¿Qué nos podría decir alguien de nuevo? ¿Qué nos podría decir alguien acerca de algo que no podamos buscar en wikipedia? Nada nos sorprende.
Afortunadamente aún no se ha inventado la máquina generadora de música que no requiera sino de nuestros signos vitales para producirla. Y por más que los algoritmos intenten rastrear nuestro gusto para después orientarlo hacia fines que no pueden tener otro objetivo que el mismo reforzamiento de la cultura programática, aún queda un resto hasta ahora inalcanzable de algo que podríamos llamar curaduría, bien “cuidado”, respecto a lo que oímos y nos gusta escuchar. Es verdad que el precio que tenemos que pagar por ello es no podernos librar de lo que implica todavía la subjetividad como figura farmacológica, a la vez veneno y remedio. Pero recordemos que ésta nunca está ni estuvo jamás asilada o el soledad. Sin sus medios de manifestación no es nada. La subjetividad muere con sus medios. Muera la radio entonces. Pero, aún con eso y justamente por ello, hagamos radio. Radio de zombies, de fantasmas, de muertos vivientes, de espectros.
*Este texto es parte de una reflexión intermitente que tiene una primera parte en El dispositivo canción: tecnologías de la transfiguración sentimental.
