Pensar aquí y ahora. Por una filosofía de la (im)procedencia – Lxs Bionecrxs*

Todo pensamiento tiene su propia geografía, nace en un espacio liso o estriado, recto o curvo,  o zigzagueante, o discontinuo, generalmente accidentado; nace en un tiempo lineal o interrumpido, o simultáneo, u oportuno, o sagrado; se configura en un clima, en una atmósfera, en una tierra, junto con ciertos entes, entre determinadas mercancías, también entre personas específicas; atañe a ciertos afectos, aspiraciones, ilusiones e intereses. No ha habido nunca pensamiento alguno que proceda de la genialidad sin más, aislada, pura, anacoreta. Descartes ha sido falaz en sus meditaciones. El pensamiento nace en el roce, en las crispaciones, en el contacto de las pieles, en la carencia, en la abundancia, en los intereses encontrados, en los problemas que plantea la existencia, la vida, la muerte, el abandono o la ausencia. Todo pensamiento nace en un territorio, una población y una legislación. De ahí viene. Ahí se inserta. Y luego se mueve. A veces cabe, a veces no. A veces ilumina, a veces oscurece. Hay que saber escucharlo, observarlo, sentirlo, padecerlo. ¿Qué quiere un pensamiento, de dónde nace, hacia dónde quiere ir? –siempre hay que preguntarlo.

Jamás una idea ha estado separada del cuerpo que le alumbra o le da cabida. No hay ideas independientes de las subjetividades que las conciben, las albergan y las mantienen vivas. No es verdad que las ideas sean más puras que lo corpóreo. No hay pureza ni, por tanto, gradación de ella. Todo es contaminación, mezcolanza, hibridez, multiplicidad y conectividad, promiscuidad. El no ser es. Los accidentes de la materia son siempre accidentes del pensamiento. Inadecuación, fisura, grieta. Si el cuerpo sangra, las ideas tiemblan. Pero también ocurre al contrario, las ideas sangrantes zozobran en los cuerpos. El problema es no advertirlo. No hay pensamiento si no hay cuerpo, y éste nunca se reduce a “mi” cuerpo, a unos miembros, a un organismo. Se trata de vínculos, de conexiones, de relaciones y funcionamientos. Se trata de crear cuerpos no sólo a través de sus flujos residuales sino por sus discursos vivenciales: lo que parece ser, lo que es, lo que se transmite, lo inverosímil. Se hace cuerpo con la ropa, con los anteojos, con la computadora, con el teléfono, con lxs seres amadxs, con lxs no tan queridxs, con los animales, con los desplazados, con los violentados, con los exhibidos y, aunque incomode, con lxs desaparecidxs. El cuerpo es expansivo y contractivo, depende de sus conexiones, de los flujos que lo atraviesan, de sus desechos, de sus espacios, de sus apetitos, de sus residuos.

Hay pensamientos dominantes, pensamientos antagónicos, otros aniquilantes, hay otros que son imperativos e imperiales; también hay los que son esquivos, inadvertidos, anárquicos, indomables, marginales, fugitivos o caritativos. Nada de ello está separado de las condiciones materiales de su aparición, transmisión, difusión y supervivencia. Ciertos pensamientos tienden a imponerse a través de prácticas, discursos e instituciones, tienden a concebirse como verdaderos y universales, es decir, aspiran a asumirse a sí mismos como válidos y necesarios para todos. Tienden a la imposición. Es como si hubiera una permanente disputa por el sentido en la que cada pensamiento quiere ser el vencedor. “Yo, Platón, soy la verdad” –decía Nietzsche irónicamente. “Amicus Plato, sed magis amica veritas” –afirmaba Aristóteles con menor grado de ironía. Agonística. Se trata de una contienda en la que nunca ha vencido lo más razonable, ni lo más verdadero, sino aquello que tiene mejores condiciones para imponerse. ¿Por qué seguimos leyendo a Platón y no a Demócrito, o a Nezahualcóyotl, o a Lao Tse?, ¿en serio se sigue creyendo que el pensador griego es “más” fundamental?

El proyecto ilustrado, ahora se sabe, tiene una doble cara, pues a la vez que admite la facultad de raciocinio y argumentación dispuesta para todo el mundo, ha servido como afianzamiento y correlato de la dominación colonial en donde, en los hechos, sólo algunxs tienen derecho a la palabra. ¿No será entonces que la sola idea de que efectivamente existe una razón universal únicamente pudo darse dentro de una cultura que ya de por sí traía consigo una larga historia de opresión sobre lxs otrxs? No lo sabemos. O sí. Seguro sí. No es ninguna casualidad el hecho de que los mismos siempre tengan la razón ¡Y estamos hartxs de ello! ¡Ya no queremos más razón! ¡Queremos vida! ¡Otra vida! ¿Acaso no sería alegre contemplar nuevos amaneceres, partir hacia nuevos puertos, tener nuevos horizontes -más allá del triunfo, de la felicidad, del capital y de la autosuperación?

El intelectual, el hombre blanco, europeo, adusto, constreñido, que posa para la foto con el ceño fruncido y la mirada diletante, como pensando algo muy profundo, ensimismado, mirando al vacío, ¿cuándo aprenderemos a rebasarlo?, ¿cuándo dejaremos de producir fotografías con semblantes como el de Walter Benjamin o el de Laoconte?, ¿cuándo dejaremos de referirnos sólo a filósofos y daremos lugar a todo lo que no entra en esa “o”? Hay una fascinación estético-política que todo el tiempo busca el pedestal, la pose, parecer interesante, viril (aún siendo mujer), valeroso, inteligente, profundo, misterioso. Cabello largo y sedoso, lentes oscuros, mirada “profunda”. Tómame una foto así, como que no me doy cuenta, mirando al horizonte. Ser intelectual, ¡qué honor! ¿Y cuándo nos vamos a preocupar por pensar, es decir, por cuerpear? Se piensa, ahora se sabe, hasta con el estómago. Lo que nos viene haciendo falta desde hace muchísimos años es asumir un cuerpo propio, con sus conexiones, sus alegrías, sus embriagueces y sus delirios. No un calco. No una pose. No una aspiración. No un remedo. No una imagen representativa de una intelectualidad rancia protegida por las instituciones, sus relaciones de poder y sus imaginerías. Lo que nos hace falta es asumir un cuerpo sangrante que piense desde sus heridas y que baile con sus alegrías, es decir, que curepee desde su singularidad.

Hay que aceptar que así como en el mundo hay gentrificaciones, migraciones, sobrepoblaciones, desplazamientos forzados y despoblaciones, en el pensamiento ocurre igual. Los propósitos y las condiciones son múltiples. Hay teorías que de pronto se vuelven multitudinarias y otras que devienen inhóspitas, desérticas, olvidadas. De pronto todo el mundo quiere habitar en el deleuzianismo y abandonar las teorías analíticas, o las religiosas, pero también de un momento a otro todxs quieren ser decoloniales y volver peligrosos los territorios de las teorías occidentales. Como sucede en las transformaciones geográficas, siempre hay políticas que permiten, facilitan u obligan a que sucedan este tipo de procesos. Lo que habría que preguntarse es qué posición queremos tomar ahí. ¿Es la filosofía una moda?

La pretensión de una filosofía universalista que a través de sus conceptos pueda pensarlo todo ha debido morir hace más de un siglo, ¿cuándo vamos a aprender a pensar desde Iztapalapa, Santo Domingo, Neza o Ecatepec? Y, en todo caso, ¿se comportarían de una forma distinta estos pensamientos emergidos desde localidades como las nuestras? Preguntar por el ser es sin duda relevante, pero el ser no es el mismo en las antiguas columnas de un templo jónico que en un tiradero de basura en el Bordo de Xochiaca, o en el rostro desollado de un joven normalista; sus relaciones difieren, sus materialidades vibran distinto.

La incapacidad ha sido implantada. En una sociedad como la nuestra, dominada por el modo de producción capitalista en su versión residual, administrada, disciplinada y controlada biopolíticamente, con usos de las imágenes que operan la enajenación y el dominio, con dispositivos digitales que controlan y dirigen nuestras actividades, nuestras preferencias, nuestros horarios, nuestros deseos, una filosofía revisionista no es pertinente. Pero si emergimos de la versión residual del capitalismo, entonces es posible pensar que los residuos corporales son capaces de crear nuevos cuerpos. Existe así la posibilidad de crear una filosofía propia, emanada de nuestros espacios singulares.

Frente a la zombificación de los afectos, los academicismos de vitrina son lo menos necesario. Se necesita movimiento, irrupciones de sentidos, flujos sin codificar. Frente a las imposibilidades imaginativas en las que se nos ha educado, alcanzar grados, titularse y sacar dieces está bien, pero se necesita ir más allá, se necesita pensar -esto es, cuerpear- en sus distintas e insaturables dimensiones, no sólo duplicar ni calcar teorías emanadas de lugares ajenos a nuestros espacios heterotópicos.

Necesitamos una filosofía que asuma su procedencia. ¿Desde qué estrato de la producción capitalística estamos pensando? ¿Qué tan aspiracional es nuestro pensamiento? ¿Qué tan a menudo buscamos el triunfo, el éxito, la superación? ¿Cómo influye el narcotráfico en nuestros hábitos de pensamiento? ¿Cómo se ven atravesadas nuestras meditaciones y conversaciones con la trata de personas? ¿Es la violencia espectacularizada nuestro a priori? ¿Somos capaces de pensar la ausencia de lxs desaparecidxs? ¿Cómo pensar la desaparición forzada de conceptos, la necropolítica de las ideas? ¿En qué se convierte el pensamiento si no es capaz de pensar desde el feminicidio, latente en cada rincón de nuestro país? ¿Se trata verdaderamente de un pensamiento si no es capaz de dar cuenta de ello, de su propio cuerpo? Si bien es cierto que la filosofía ha llegado a ser un refugio metafísico a lo largo de todos los tiempos, ¡basta ya de esta evasión! Sólo ha producido un puñado de expertos que no hablan más de nosotrxs. Se necesita valor para hacerlo, para hablar de nosotrxs. En medio de la explotación flexible que ha terminado por devastar la vida entera, pensar es un desafío. No se llega a las mismas conclusiones en una fiesta, en un coloquio o en una reunión familiar; en un escritorio, en la calle o en un transporte colectivo; con unx o dos hijxs, con unx pariente enfermx o con una bota en la cara; con dinero o con hambre. ¿Cómo argumentaremos desde nuestra miseria? ¿Cómo pensaremos desde nosotrxs mismxs?

Se necesita una filosofía que no sólo haga historia de la filosofía, hay que ir más allá. No sólo revisionismo, no sólo exégesis, no sólo monografías. Se necesita ser creativxs. El problema no se reduce a una cuestión de difusión o de profusión, sino a una cuestión de valor, de osadía y potencia, cuando menos. Sólo se podrá lograr luchando desde nuestras condiciones materiales. Una vez más: las ideas no están separadas de las relaciones materiales y de fuerza en que se conciben. No se necesita ningún referente de alta cultura para desplegar las potencias propias. Aunque no se tiene el mismo acceso a recursos de todo tipo, ni para la educación, y ni siquiera para mantener complacida la propia existencia, no requerimos ser civilizadxs. Acaso haya que asumir que estamos enojadxs, furiosxs, frustradxs, ignorantes, salvajes; pero también que somos alegres, gozosxs, sexosxs, danzarines, ávidos de siempre más; y también nos reconocemos instintivxs, sensitivxs, y sospechosxs de todo aquel que quiera venir a decirnos cómo es el mundo. No necesitamos un canon, ni un rango, ni un aval. Somos lo que somos, y nos amamos. ¡Y queremos transformar el mundo!

No se trata de negacionismo. Ni siquiera es desprecio. Desde hace varias décadas se viene diciendo que Europa es infértil, que el pensamiento está muerto en aquel territorio, que ya no tiene nada que aportar a la vida, sin embargo, parece desafortunado. Hay que leer, hay que discutir, sin importar de quién venga mientras estimule el pensamiento. Se necesita una filosofía que forje una tradición otra. Necesitamos diversificarnos, descentrarnos, deconstruirnos y reconstruirnos, y para ello, más que cerrar, hay que abrir. Hay que aprovechar la excepción mundial del capital que es el hecho de que aún haya estudios en filosofía, prontos a desaparecer, pues si bien puede verse simplemente como una suerte de estante polvoriento para el almacén de teorías caducas, también es un caldo de cultivo conveniente para que del anacronismo se fragüen conspiraciones desquiciantes. Ya no se trata de leer la historia a contrapelo, sino de leerla contra todo, pelo, piel, carne, vísceras, mocos, flujos de todo tipo.

No se trata de defender chovinismo alguno, sino de concebir pensamientos inmanentes, apegados al territorio, los cuerpos y los afectos. Un territorio no es un país o, al menos, no sólo eso. Es necesario dejar de temer a nuestra propia y accidentada escritura, atropellada como nosotrxs, desorganizada como nuestra burocracia, pero sincera como nuestra amistad; fragmentaria como nuestras vidas; errática como nuestras mentes educadas por la televisión, con caricaturas mal traducidas, dobles sentidos que podrían desplegarse en miles de sinsentidos; pirata como nuestra ropa.

Seamos honestxs, pensar desde nuestras propias realidades y con nuestras propias circunstancias ha sido una constante en el modo de aprender en nuestra existencia. En la transa, en el micro, en el metro, en los lupanares y en las pulcatas, en la desgracia y en la infamia, en las inciertas e infinitas tramas de la noche. Sin embargo, hemos aprendido a ocultar la fuente de ese conocimiento. Hemos desarrollado habilidades para acallar las reflexiones que nos da una caminata en el tianguis o el temor que nos genera un regreso nocturno por las calles de cualquier colonia popular. Durante varios años nos ha cobijado la caricia del pensamiento romántico y acrítico, “todo estará bien”, “lo otro (y el otro) es lo correcto”… Aprender a vivir y convivir con nuestras circunstancias no siempre es lo defendible, con nuestras carencias y nuestras ausencias. Pensar desde ahí es otra cosa, desde lo que nos duele, desde lo que nos detiene, desde lo que nos alegra –¿qué nos alegra?–; pensar con el cuerpo, sí, pero también pensar con la experiencia que genera el cuerpo y los cuerpos, con nuestra experiencia (in)dividual y colectiva, con nuestro modo de ver el mundo, de dialogar, de sentirlo. Aprender a vernos a nosotrxs y hablar desde nuestros lugares de enojo –¿qué nos enoja?–. 

Es posible, entonces, pensar en una filosofía mexicana, o argentina, o brasileña, o ecatepunkense, o nezayorkina, o iztapaharvardense. Hay que poner atención en el artículo indeterminado. No queremos más tradiciones presuntuosas, pomposas, pretenciosas. Con mucha cautela, pero siempre con un tono valiente, se construye la posibilidad de enunciar el nacimiento de una filosofía y no de la filosofía -agréguese el gentilicio que se desee-. 

Una filosofía tal nacería en los confines de la mazmorra. Y seguramente –se intuye, como lo permite el relámpago–, ha estado ahí desde hace mucho, tomando fuerza, debilitándose, gritando pero también cantando, bailando. ¿Cómo querríamos que fuera?, ¿qué enunciados nos gustaría que produjera? Hay que asumir las condiciones que han permitido su nacimiento; hay que enunciar que ya había estado ahí, oculta, con muchas potencias. Hay que hacerla emerger. Una filosofía que nazca de una vida, de esa costumbre de pensar lo impensable, incluso lo invivible, algo que no se puede evitar, siquiera sea elementalmente. Por esta razón, una primera respuesta a la pregunta ¿por qué ha sido posible el nacimiento de una filosofía aquí y ahora? podría sonar así: una filosofía tal es inevitable, pero no por fatal, sino por potente (potente para vivir, para reír, para cantar y compartir; potente para hacer frente a la vida, a la muerte, a la violencia, a la desaparición).

*Lxs bionecrxs forman un colectivo de pensamiento transfilosófico y transvestido que hace preguntas en torno a la vida, la muerte y la desaparición.

Categorías Filosofía, Pronunciamientos

3 comentarios en “Pensar aquí y ahora. Por una filosofía de la (im)procedencia – Lxs Bionecrxs*

  1. Interesante crítica a la academia (supongo) de filosofía, sin embargo noto un discurso igual de exhibicionista como el que se critica. ¿Pensar desde Iztapalapa? ¿hacer filosofía ecatepunkense?. No creí necesario tener que decir alguna vez que se piensa desde dónde se está y/o se es, pero bueno, supongo que con tanta faramalla discursiva algo había, y pues ni pedo, habrá que recurrir a las obsoletas herramientas que ya se citan, para averiguar que realmente se quiere decir.

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