El pensamiento de la emergencia​

¿Qué pensar y qué decir en estos momentos? Cualquiera diría que no hace falta teorizar ahora, que lo que hacen falta son acciones, que nos guardemos nuestras reflexiones para otra ocasión en que las cosas estén más tranquilas. Pero, por el contrario, también es posible que justo momentos como éste, sean los únicos en que el pensamiento es necesario y puede emerger en todas sus potencialidades.

La lógica común es una que se sostiene sobre reglas inmutables que pueden ser aplicables a cualquier situación. La lógica común es aquella que sostiene a las sociedades civilizadas dentro de un orden regular y comprensible, donde hay causas y efectos, leyes e infracciones, tanto así como transgresiones y penas a pagar por ellas, delitos y condenas, crímenes y castigos, tentaciones y culpas. Sin embargo, en México estamos más bien acostumbrados a un pensamiento totalmente diferente al de la lógica común, incluso se podría decir que es opuesto en muchas ocasiones. Aquí pareciera que nunca hay ley en absoluto. Cualquiera puede cometer las atrocidades que desee y jamás habrá persecución, sobre todo porque está amparado por un sistema que no resuelve nada y que se encuentra corrupto desde su raíz, de tal manera que siempre hay la posibilidad de escabullir la jurisprudencia. Estamos en lo que ya en otro lugar hemos llamado «las sociedades de des-control«. Mucha gente no entiende cómo es que opera la lógica en México, creen que simplemente no hay lógica o confían en que algún día todo aquello que pareciera no tener lógica va a ser restablecido al orden por algún acto de justicia infinita. Pero lo que hay que entender es que en México, como quizá en muchos otros países no desarrollados, lo que aplica más bien es una lógica de la emergencia, es decir, de la excepción, a la cual nos hemos habituado una vez que hemos visto que la lógica común no es en absoluto confiable para nosotros. Desarrollemos este punto:

El pensamiento de la emergencia es la regla en México debido a que no contamos con las garantías mínimas de supervivencia por parte del Estado. Entonces, ante un Estado fallido, sólo nos queda resolver todas las interacciones de uno a uno. Hay una supuesta ley de fondo, pero difícilmente alguien acude a ella, pues sabemos que si pedimos su auxilio, es muy probable que salgamos perdiendo por infinidad de razones y por lo tanto terminar siendo castigados en lugar de defendidos. Ante esto, siempre preferimos resolver las cosas «por debajo del agua», «acá entre nos», «por afuera», «confidencialmente», «por trato directo», etc. Las instancias de justicia social están tan enviciadas en este país, que pareciera incluso que entre más pidas amparo, o simplemente rectitud, menos la obtienes y más se ensañan en hacer lo contrario. Las «autoridades competentes» no sólo son muchas veces incompetentes, sino incluso crueles en ocasiones. Esto aplica en situaciones tan localizadas como cualquier trámite burocrático, hasta los fraudes electorales a nivel nacional o la justicia para las comunidades indígenas, los 43 y demás matanzas, etc.

Y, sin embargo, no todo está perdido. En situaciones de desgracia como las que vivimos frente a los desastres naturales como los temblores que acaban de suceder, la lógica de la emergencia funciona bastante bien. De pronto todo se detiene bajo un pacto implícito donde nadie tiene que recurrir a la petición de ayuda para obtenerla. En México sabemos que contamos con el apoyo de toda la comunidad en estos casos, sin requerir siquiera de la asistencia del gobierno se podría resolver. En los casos más extremos, esta separación del Estado para resolver los conflictos se puede convertir en autodefensas, pero también aplica en toda nuestra cotidianidad en cuanto a la organización familiar por ejemplo. La familia mexicana es una que siempre responde ante las circunstancias más adversas. Ante los accidentes, ante las madres jóvenes o solteras, ante las enfermedades más graves, siempre estará ahí la familia para sostenernos, no dejarnos caer, «hacernos el paro». Lo mismo pasa con los amigos e incluso, ya en los casos más graves, hasta con desconocidos. Sabemos que no contamos de entrada con la protección o subsidio de nuestros mandatarios y, por lo tanto, a veces ni siquiera pensamos en solicitar su intervención. Acudir a la policía, por ejemplo, en México es uno de los últimos recursos que utilizaríamos en caso de alguna dificultad, sabemos que sacarían provecho al máximo posible de la situación. En México es siempre preferible no llevar las cosas a la vía jurídica, pues ahí perdemos todos. Eso ha hecho que desarrollemos un sentido común que nos permite convivir aún en el caos, aún en las situaciones más extremas.

El lado contrario y oscuro de esta lógica, por supuesto, es que en las situaciones «normales» tampoco aplicamos la lógica común y más bien aplicamos la lógica de la emergencia. Esto se puede ejemplificar en situaciones tan cotidianas como el hecho de subirse a un transporte público y al saber que hagas lo que hagas, sigas las reglas o no, haya un orden o no, de todas maneras vas a ser golpeado, entonces no te queda de otra más que golpear también si es necesario. Y así estamos acostumbrados a vivir. Todo se resuelve cuerpo a cuerpo. En la vida diaria no pasa de que ajustemos nuestra coexistencia a empujones en el metro y que en ocasiones tengamos que aplicar la justicia por cuenta propia, pero ya en grados más institucionales, la lógica es simplemente «el que no tranza no avanza». Lo raro aquí es que eso no está mal visto. Es la única manera de sobrevivir incluso. Es triste pero cierto. Cualquiera diría: ¿por qué no en lugar de sólo ayudar en estos momentos, mejor cambiamos toda esta forma de organización corrupta en nuestra vida diaria?, ¿por qué no podemos acceder a una justicia mínima en México y tenemos que recurrir a la autoorganización de esta manera? Por supuesto, si pudiéramos tener ambas cosas sería lo mejor, pero lo que tenemos que aprender es que ambas caras de la lógica de la emergencia van de la mano. En otras palabras, la corrupción y la beneficencia o generosidad absoluta no están separadas, una depende de la otra incluso. Es como si en las situaciones de emergencia positivas se pagaran todas las culpas de las negativas. Por eso, se dice, México es una país de contrastes. Tenemos opulencia absurda y miseria desmesurada también. Cuando en menos de una semana se declara situación de emergencia el feminicidio que parte a la sociedad prácticamente en dos y a los pocos días sucede este temblor que nos une a todos, algo hay que pensar ahí. Normalmente la declaración de emergencia de feminicidio uniría a cualquier sociedad para resolverlo, pero un desastre natural los dividiría entre afectados y no afectados. «Aquí no es así», dirían los Caifanes, y hay que aprender a asumirlo.

La lógica de la emergencia es la lógica del inconsciente y, como lo habíamos dicho desde el principio, quizá sólo en este tipo de situaciones es cuando realmente el pensamiento se pone a trabajar, cuando deja de lado todos sus fundamentos, o supuestos, todas las reglas construidas hasta ahora por la humanidad; y entonces comienza a crear de la nada nuevas formas de enfrentar situaciones que se presentan como siempre nuevas y siempre distintas, siempre caóticas, siempre azarosas. El pensamiento de la emergencia se permite ponerlo todo en suspenso; se permite una creatividad e imaginación sin igual, como también en muchas ocasiones un humor negro que puede llegar a ser radicalmente crítico pero también muy corrosivo. Se permite el desapego absoluto, una separación de cualquier situación a un nivel que puede llegar a convertirse en indiferencia, pero también en ataraxia, religión, fe o esperanza; se permite un pensamiento mágico (como ya lo habíamos puesto en otra ocasión: se permite des-controlar cualquier realismo). Todo esto cabe en la emergencia. Hay que aprender a leer esta palabra en todos sentidos, como urgencia, excepción, eventualidad, pero también como concepción, irrupción, creación.

Categorías Acontecimiento, Ética, Creación, Filias, Filosofía, Ideas, Manifiesto, Pensamiento

1 comentario en “El pensamiento de la emergencia​

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